Capítulo 14 - Dragones y Grymera.

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          —¿Qué demonios haces aquí? Maldito traidor, ahora entiendo por qué huiste como una sucia rata hacia alguna de tus oscuras guaridas —un escupitajo salió raudo de su boca hasta la mejilla del hombre. Éste, con la sonrisa torcida, logró quitarse el gargajo con un simple pañuelo. Elwën apreció que, desde su ojo izquierdo hasta su espesa barba grisácea, una fina marca de sutura de tono rosáceo la recorría—. Debiste haber muerto en la Guerra de los Tres Reyes, como lo hizo tu querido y embustero secuaz, Shyvell. ¿Cómo es que sigues vivo? 

          —Que agradable sorpresa, mi querido amig... —trató de decir este, hasta que unos gruñidos afónicos provenientes de la garganta de Kyvette interrumpieron lo que iba a decir—. Tú sabes perfectamente, al igual que yo, el valioso propósito por el cual estoy aquí. Esta chica, es la clave para el misterio del Fyrean y no me iré de aquí si no es con ella —le señaló de arriba a abajo con uno de sus arrugados dedos de la mano.

          —¿Que soy qué? Lo siento, pero creo que os equivocáis de chica —Elwën no entendía lo más mínimo de lo que estaba sucediendo y menos, qué hacía aquel engendro desconocido en el castillo. Con un chasquido de dedos del Fryêathor, un soldado aparentemente joven, trajo en sus manos una jaula negra, con un huevo dorado en su interior, sobre un cojín de terciopelo rojo.

          —Esto no es real, no puede serlo... —abriendo ambos ojos, incrédulo, los cerró de nuevo rápidamente, maldiciéndose por dentro sin dirigirse a sí mismo ninguna palabra para nada buena—. ¿Cómo lo has conseguido? —las facciones de su cara se transformaron escasos segundos al caer en la cuenta. <<Lo robó>>, gritó en su mente, por la cual corrían las ganas de vengarse de aquel que traicionó a su raza solo por su avaricia. Dentro de unos meses, de ese óvalo reluciente saldría un vástago de dragón azul de ojos verdes, dispuesto a someter a cualquier persona a petición de su tirano amo. 

          —Eres demasiado ingenuo, niño. Fui más listo que toda vuestra estirpe de necios, que solo querían el huevo para dejarlo en uno de los templos más importantes de Dynirell —entre sus pálidas manos sostuvo el armazón oscuro, mirando fijamente la superficie del óvalo. Por su cabeza rondaban planes malvados, formas de asaltar y arrasar un pueblo entero, sin quedar superviviente alguno rondando por su propio pie—. Estimada princesa, me acompañarás hasta la antigua ciudad de Wil'thear y allí acabará tu sufrimiento, el tuyo y el de todo el mundo, y dará comienzo mi tan ansiado reinado.

          —No pienso acompañarte a ningún sitio —se quejó ante el apretón de brazo que el soldado que la vigilaba le propinó. En sus brazos comenzaron a aparecer moratones por la fuerza que él ejercía, tratando de que no se escapara.

          —Tú harás lo que yo diga, muchacha insignificante —estrujó la barbilla de Elwën con la mano, haciendo que sus labios se amontonaran uno sobre otro. La contempló unos segundos, sonrió y en ese preciso instante, se dirigió al chico. Dándose cuenta de la sangre seca que tenía Kyvette en la camisa, ordenó que le vendaran los ojos con una cinta de pelo que le quitaron a la dudosa princesa.

          —Elwën, no hagas nada de lo que te diga —pudo gritar antes de que le pegaran una patada en el estómago, haciendo que se retorciese en el suelo. Las baldosas de la sala se estamparon de cara al rostro del muchacho, dejándole un notorio moratón en la mejilla izquierda y el ojo del mismo lado.

          —¡No le toques! —la mínima fuerza de la fémina no permitió liberarse del agarre del soldado que la retenía entre sus grasientos brazos.

          —Cariño, no te esfuerces. No conseguirás nada con tus juegos de niña pequeña —su cara se acercó hasta la oreja derecha de la joven, haciendo que se estremeciera. Susurró unas palabras en un idioma que no entendió, así que Elwën con sus flácidas extremidades, trató de empujarle lejos de ella.

          —Así que... con esas tenemos, ¿No? —con la mano bien abierta, le propinó una bofetada en la mejilla, dejándole un cardenal enorme con la forma de una huella humana de cinco dedos. La agarró del pelo, obligándola a mirarle fijamente. Con la mano que tenía libre, la despojó de algunas partes del vestido, dejándola casi desnuda—. De esta manera... estás más apetecible —pasó su lengua áspera por el cuello pálido de la muchacha.

          Kyvette, hecho un ovillo en el suelo y sin moverse ni un ápice, apretaba la mandíbula tratando así de contener la rabia que tenía dentro de sí mismo. Su piel adoptaba un tono entre pálido y rosado, a causa de la pose que mantenía en el piso encerado, de formas florales azules y amarillas. Le obligaron a ponerse de rodillas frente al cuerpo medio sin ropa de Elwën. Las mejillas del pobre muchacho se volvieron rojas, al contemplar más de cerca la belleza de su querida amiga.

          —Todos sabemos que la deseas, chaval —los ojos de ambos se dirigieron hacia la cara de la chica, la cual estaba maniatada y llena de lágrimas resbaladizas, que se habían formado en sus ojos esmeralda y habían osado llegar hasta zonas inimaginables para las mentes perturbadas de los miembros presentes en la sala—. Adelante, es toda tuya —soltó las ataduras que inmovilizaban sus manos, invitándole a que probara el sabor y el tacto de la suave piel de la temblorosa pelirroja.

          Dando dos pasos torpes hacia delante, Kyvette consiguió noquear a la mayoría de los soldados —los cuales cayeron desplomados inmediatamente a tierra firme—, y logró interponerse entre el Fryêathor y la chica, plantándole cara.

          —Juro que, si la tocas, te mato —le advirtió con tono amenazador.

          —¿Tú? —una risa malvada se abrió paso por su cuello, haciendo que pareciera un sonido plenamente gutural, sin sentido alguno. De debajo de su capa negra sacó una especie de cuchillo plateado, con muescas muy afiladas y puntiagudas. En una de las caras de la hoja del puñal había una palabra en elfo antiguo de Ciudad del Viento: Grymera, la cual significaba ''llave del Sol''. El muchacho se dio cuenta de que aquella arma fue arrebatada de uno de los santuarios más sagrados de dicha ciudad. Para los elfos, sus dioses y sus creencias siempre estaban relacionados con la Madre Naturaleza —o Gur'na Maeve, como la llaman ellos—. Tú no podrías matar ni a una mosca —iba a lanzarse contra los dos jóvenes, cuando de pronto se escucharon pesados pasos de soldados que recorrían los pasillos. Así que Fryê, con una gran arruga de amargor en su frente, desapareció entre espeso humo negro—. Volveremos a vernos pronto —susurró su horripilante voz en el aire.

Bajo las montañas de un sauce gris #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora