CAPÍTULO SIETE: INCANDESCENCIA

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A su espalda escuchó los pasos de Sergio Larraín y sin pensarlo se giró hacia él. De inmediato sintió que en la expresión del joven se reflejaban todas las sensaciones que ella estaba experimentando.

—Emilia... ¿Qué pasa? ¿Qué es este lugar?

La Médium volvió a mirar el pasillo que se internaba en la casa de su abuelo antes de posar los ojos en la llave que esperaba en el cerrojo. La tomó con delicadeza, quizás temiendo que al ya haber cumplido su propósito esta desapareciera. Pero no lo hizo. Esa llave es la misma que Emilia sigue cargando en uno de sus bolsillos y a la cual imitan las copias que todos los miembros de la APA poseemos.

—Es la casa de mi abuelo —dijo la joven al fin, dándole la espalda a su interlocutor. Luego, con una leve pausa entre cada pisada, se adentró en el lugar—. Se llamaba Ulises Almonacid y también era un Médium.

—¿Qué? —La voz de Larraín se escuchó algo lejana, porque aún permanecía en la entrada. Cuando volvió a hablar, sin embargo, sus pasos indicaron que también había entrado. —¿Su abuelo...? Pero, ¿cómo es posible?

—¿Qué usted llegara justo a esta casa? —El fin del pasillo ya se intuía y Emilia volvió a detenerse—. No lo sé... ¿Coincidencia? Aunque... Mi abuelo escribió en sus memorias que no cualquiera podía llegar a su casa, que tiene que ser invitado... o llamado.

—¿Llamado por quién?

Emilia se giró, topándose de frente con Sergio, quien lucía pálido incluso a contraluz. A poca distancia detrás de él, la puerta abierta era la promesa de un día aún brillante. Emilia debe haber pensado que aún no era tarde para irse, ambos, de allí. Pero es evidente que sus pies no hicieron el menor intento de retroceder.

—No lo sé, Sergio. Es la primera vez que entro a este lugar.

El joven alzó las cejas en señal de sorpresa y luego, quizás por primera vez desde que el paseo que había planeado se convirtió en algo completamente distinto, miró de verdad a su alrededor. Incluso sus manos, nunca demasiado lejos de su cámara, toquetearon esta como si quisiera tomar una fotografía.

—¿Desde hace cuánto que lo conoce? —le preguntó Emilia.

—Un par de meses... Un día iba pasando por la calle y la vi. Suelo caminar mucho por aquí, pero...

—Pero nunca la había visto antes —dijo la Médium, asintiendo. Coincidía con lo que su abuelo había escrito en sus memorias: personas que podían pasar todos los días cerca del callejón llamado Almahue, sin verlo, sin notar que al final de este había una solitaria casa de tres pisos. De repente, algo encajó en la mente de la joven. —¿La vio después de conocer a Felicia y Alonso?

—Pues... —Larraín meditó su respuesta con el ceño fruncido para después asentir, la boca abierta un poco a causa de la sorpresa—. Sí... No sé cuánto tiempo pasó, pero fue luego de conocerlos.

Emilia apretó los labios, gesto que no podía evitar cuando algo la preocupaba o la molestaba. De costado, como si temiera hacerlo del todo, miró hacia el interior de la casa.

—Creo que él quería que viniera.

—¿Quién? ¿Su abuelo?

—Sí. —Al escuchar esa respuesta de boca de la Emilia anciana, una idea cruzó mi mente sin que yo pudiera hacer otra cosa que fruncir el ceño y morderme la lengua para no interrumpirla—. Tengo la llave desde hace unos días, pero no había sido capaz de venir.

—¿Por qué? —preguntó Larraín y la joven lo sintió un poco más cerca que antes.

—No lo sé... Miedo, tal vez.

Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)Where stories live. Discover now