Capítulo 48

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Apenas Leticia se descuidó, Milo le sacó el celular para leer mensajes a escondidas. Le daba pánico el suyo. Todo lo privado que le pertenecía lo sintió más ajeno y público que nunca. Ya ni los recovecos más profundos de su cuerpo le resultaban propios. Ahora en boca de todos. Ahora en la mira de cada persona que conocía y de las que no tenía ni la más remota idea, también. Volvió a tener ganas de vomitar y salió disparado al baño otra vez. Se agarró de cada extremo del inodoro y descargó su bilis con la fuerza de la angustia. Se moría por salir de aquel departamento, notar la lluvia estallar contra su cara, que la primavera lo envolviera más húmeda e inestable que nunca. Saltear baldosas flojas, sortear charcos de las veredas rotas, escuchar a los sapos y a los pájaros que les cabían el tiempo en aquel estado.

Ni se gastó en levantarse, tiró la cadena como pudo y se quedó sentado en el piso. Rebuscó en sus pantalones de algodón el teléfono de su tía. Entró a los mensajes de Leti y entre todos estos encontró el nombre que más quería. Necesitaba saber como estaba, aunque fuera por palabras para otros. Aunque también lo había echado como un perro. Aunque lo miró desilusionada cuando se iba por la puerta. Perdoname, le había dicho Milo y después de ello no supo nada más. Leyó con las entrañas anudadas por la bronca y la tristeza la conversación entre su vieja y Leti.

Le hubiera encantado contarle él mismo y en la circunstancia que él quisiera que le cabían los pibes. Compartir con ella que ahora le gustaba un chabón re buena gente, que le regaló chocolates cuando tuvo un día de mierda, que le preguntaba siempre cómo estaba hasta cuando no se llevaban bien. Que tenía unos ojos grandes, negros y preciosos. Que lo hacía reír incluso cuando no tenía ganas. Explicarle que la crianza que le había dado Mariana, no tenía nada que ver con lo que a él le gustaba. Si con Vicente eran gemelos, culo y calzón, carne y uña, si los dos había recibido cada cosa impartida por ella y su viejo en las mismas dosis y no existían personas más diferentes que ellos. No había explicación, pero a Milo le hubiera encantado decirle que, si lo dejaba, una tarde cualquiera, en algún lugar neutral la ponía al tanto de cuanto quisiera escuchar, por él y nadie más que por él. Pero no le salió.

Yo no lo crie para eso. Si lo vieras al padre cómo está. No sé en que fallamos. Encima el video. Encima la gente. Encima verlo ahí. Lo que hacía. Lo que le hacía. Y en la escuela lo que dicen. Darío ni quiere salir a la calle. Nos cagó la vida. No quiso leer las infinitas explicaciones que intentó darle su tía para explicarle a la hermana lo equivocados se hallaban. Milo apoyó el teléfono en el suelo y se abrazó con fuerza las rodillas. Por primera vez en tanto tiempo se sintió en sintonía con sus viejos en dos cuestiones. Él tampoco sabía como salir a la calle. A él también le habían cagado la vida. Rodrigo, ellos y todos los que se burlaban de él por las redes. Se creían impunes, exentos, intocables cuando aquel horror digital podía pasarle a cualquiera.

Desistió en mandarle mensajes a su mamá. Todo resultaba tan reciente. Debía ser paciente y aunque la extrañaba un montón, rebuscó su orgullo y el poco amor propio que le quedaba para anteponerlo, por encima de todo. No debía, no podía dejarse pisotear por nadie. Pensó en su hermano y en toda la admiración que encontraba en esos ojos de espejo. Ojalá todo el mundo lo viera como lo hacía Vicente. Tan inmenso y sin fisuras, tan imponente y seguro. Ojalá verse él mismo como lo hacía su gemelo. Sin pensarlo mucho marcó el número de su hermano y lo llamó.

—Hola tía ¿Todo bien por ahí? ¿Cómo está Milo? —contestó al segundo tono.

—Estoy bien, pajero ¿Vos? —contestó y ser rio de las quejas del mellizo.

—¡No sabés todo lo que tengo para contarte! Nos acabo de conseguir trabajo, boludo. Ah no sabés, un amigo del profesor Agustín me contó que su viejo es abogado y nos puede ayudar. Ni un peso nos pide, Mila. Ni uno solo. Tenés que admitir que soy tu guía astral —se jactó alborotado y lleno de ansias.

7 Días para conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora