Día 7: Capítulo 46

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Día 7

Se giró para buscarla a tientas. Siempre la encontraba. Hecha un ovillo encastrada a su cuerpo, buscando tanto calor en su piel que siempre se sofocaba cuando la tenía cerca. Lo más parecido a un hogar era todo lo que le significaba, más ahora, Luz. Le había gustado siempre. Desde que iban a primer grado. A Vicente le parecía la más linda de todas, la que se reía con los gestos más simpáticos y la que nunca tenía vergüenza de nada. Eso lo enamoró de un tiro. Ni que hablar cuando en los recreos se sumaba para jugar a la pelota con ellos. Era la mejor cinco del planeta. Se quedaba como un pajero mirando cada movimiento que hacía porque le parecía mágico. Su problema era que a la magia la encontraba en cada piba que se le cruzaba. Pero la única que se sabía todos los hechizos, la única que lo embobaba y lo hacía reventar de felicidad era Luz. María Luz.

Estiró los brazos y abrió los dedos. La primera vez que chaparon fue en la joda de Nacho. Se había cansado de tirársele. Se hallaba harto de que le dijera que no y cuando finalmente se cansó, fue ella la que dio el paso. Le agarró fuerte la cara y le dijo: "No sé porque me hago la boluda si desde siempre me encantás. Sos todo un personaje, melli". Y al toque se pusieron de novio. Y al toque siguió estando con otras chicas también. Y al toque comenzaron a discutir con Luz. No sabía por qué a veces era tan gil. Si la amaba como nunca a nadie. Vicente sabía que se la mandaba horrible con ella, pero tampoco podía dejar de estar con otras pibas. Se justificaba con la edad, con qué era un inmaduro, con las felicitaciones de su viejo. Sin embargo, se sentía incapaz de dejarla. Volvió a removerse y por primera vez, no la encontró.

—Te despertaste... —lo saludó Luz apenas entró a la pieza. Tenía el pelo oscurísimo mojado y envuelta en una toalla que enseguida se la sacó para buscar ropa.

—No te vistas todavía, amor... —le pidió el mellizo para levantarse y acercarse hasta la piba. Luz en pelotas le desquiciaba la cabeza —Por fi... —dijo y enterró su nariz en la cabeza de ella.

—Vito no tengo ganas... —le respondió eso, aunque era mentira. Siempre tenía ganas de Vicente, pensó y aquello le hizo nudos en la garganta. Sin embargo, se rio un poco cuando sintió las manos del gemelo envolver sus tetas medianas y redondas.

—¿Te pasa algo? Últimamente me decís eso... —preguntó Vicente mientras le regaba besos por el cuello, sin embargo, se frenó cuando Luz comenzó a vestirse.

No la escuchó hablar, pero sí le pareció que un poco temblaba mientras se colocaba la ropa como mal podía. Entonces la giró y se topó con una Luz de ojos llorosos y que no le salía mirarlo. A Vicente eso le dio miedo porque nunca antes se había topado con aquella piba sin palabras. Luz siempre tenía una. De reproche, de cansancio, de anécdotas, de enojos, pero nunca ninguna. Se concentró en los ojos negros y enrojecidos que se los sabía de memoria y trató de saberle el secreto. Se le secó la garganta y se sentó en el puff rojo, ese donde siempre garchaban, esperando alguna queja, alguna mentira descubierta, algún consejo. Se palmeó el muslo para indicarle que se sentase ahí, que todo cuanto tenía para decirle podía mantener las formas de siempre, los gestos de amor acostumbrado, lo habitual de la cercanía de sus cuerpos. Luz le negó la cortesía con un gesto y se sentó en la silla del escritorio.

—Vito... te amo muchísimo, boludo... —dijo mientras lo miraba desparramado, con los pelos revueltos y esos ojos azulísimos concentrados. Era el pibe más hermoso del mundo para ella y muy poco le importaba lo hiperbólico de su pensamiento. Sin embargo, eso no quitaba la angustia que comenzaba a generarle —Pero me parece que las cosas no están bien...

—¿Cómo? —preguntó Vicente y le buscó preocupado la mano cuando Luz se llevó la muñeca a la cara para secarse las lágrimas.

—Te pido perdón por decirte esto justo en un momento como el que estás pasando, pero la verdad es que yo no aguanto más... —soltó pasándose los dedos por los ojos y la nariz.

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