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Capítulo 10

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"Si no puedes alimentar a 100 personas, alimenta solo a una"

―Madre Teresa de Calcuta



***

Me preparé una sopa instantánea.

Era lo único que sabía preparar a parte de unos huevos revueltos, pero no tenía ganas de eso para cenar. De hecho, no tenía ganas ni de comer. De regreso al apartamento, pasé a comprar la sopa solo por la costumbre de comer en la noche, no porque tuviese hambre en realidad.

Hice la sopa a medio destapar a un lado, temiendo manchar alguna de mis hojas o libros sobre la mesa. Aburrida, dejé caer mi cabeza en el espacio que recién había hecho en el mueble mientras tomaba el teléfono con la mano libre, mis dedos comenzaron a deslizarse sobre la pantalla en busca del número de contacto de mi madre. ¿Cuándo había sido la última vez que platiqué con ella?

Ella sabía que las llamadas me molestaban, por eso nos limitábamos a enviarnos por lo menos un mensaje cada dos días, además, nunca fallaba en llamarme los fines de semanas. En estos instantes de completo silencio, comenzaba a extrañarla. Añoraba su comida, sus bromas de mal gusto, verla sonreír como tonta; quería abrazarla fuertemente y llorar en sus brazos como una bebé.

Mi dedo pulgar se deslizaba, indeciso, sobre la pantalla. Presioné el nombre, al mismo tiempo me llevé uno de los dedos de mi mano izquierda a mi boca, mordisqueándome la uña con inquietud. Era mi madre, era la única persona en la tierra en quien podía confiar, pero también era a la que no quería decepcionar y, sin embargo, lo que estaba haciendo. No podía simplemente seguir viendo su rostro feliz mientras me trataba como la mejor hija cuando por dentro estaba tan podrida.

Le estaba mintiendo de la manera más horrible; pero no era todo, estaba viviendo en la casa de un hombre a costa suya. Si lo supiera, seguro me obligaría a casarme con él o algo por el estilo. ¡Horrible!

Mamá no me respondió. ¿Estará durmiendo?

Con desgana, volqué el teléfono sobre la mesa. Estaba aburrida, sin ganas de estudiar ni de comer. No quería comer sola, odiaba hacerlo. ¡Maldición! Ah, me sentía extraña.

Un pensamiento todavía más raro pasó por mi mente: "¿A qué hora Thomas regresará de su cita?"

Volví a tomar el teléfono en la mano, revisé los mensajes en el buzón para releer los mensajes que Thomas me escribió. ¿Qué estaría haciendo él ahora? ¿Seguirá enojado conmigo? ¿Lo estará pasando bien con su novia?

Podía imaginar su cita perfecta y aburrida en este momento: sentados en ese restaurante lujoso, charlando y permaneciendo en tensos silencios incomodos. O tal vez besuqueándose en algún callejón oscuro...

Solté un carcajeo. Era posible. Thomas solía jugar conmigo en ese aspecto, ¿por qué no lo haría con su novia?

Pataleé con frustración.

Casi sin pensarlo, presioné el botón de llamada en la esquina de la pantalla. Me mordí el labio inferior mientras esperaba que contestara. Estaba volviéndome loca, pero loca en verdad. Esperé y esperé, pero Thomas no respondió. Volví a dejar el teléfono sobre la mesa, farfullando una maldición por lo bajo.

Miré la hora. No habían pasado ni cinco minutos desde la última vez lo revisé. Me levanté de mi asiento y caminé hacia la habitación de Thomas, fui a su armario y busqué una de mis sudaderas gruesas. Saldría a caminar un rato para despejar mi mente.

Enredada con el chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora