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Capítulo 8

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"Una receta no tiene alma. Es el cocinero quien debe darle alma a la receta"

―Thomas Keller


***

Estuve enojada con Thomas más de lo normal... o eso me gustaría decir.

Thomas se fue de visita con sus padres por tres días completos. Gracias a eso, tuve el apartamento para mí sola y, durante su ausencia, estuve comiendo toda clase de comida rápida. Realmente lo disfruté.

El incidente del beso fue perdiendo valor y mi enojo se apaciguó con la soledad y con mis estudios. Sin embargo, me prometí no bajar nunca más la guardia estando a su lado. Sin Thomas a mi alrededor, las cosas eran calmadas y podía avanzar estudiando. Al caer la noche del día martes, me encontraba sentada frente a la mesa de la sala rodeada libros y hojas. Tenía ejercicios a entregar la próxima semana.

Intuí que Thomas había llegado en alguna hora de la mañana mientras estaba en la universidad; y desde entonces casi no intercambiamos palabra, estaba demasiado ocupada para prestarle atención. Aunque admitía que me resultaba intrigante su silencio, parecía algo inquieto.

Dejé mi lápiz sobre unas hojas blancas, ladeé la cabeza, curiosa, y observé con detenimiento al hombre situado a unos pasos.

Thomas se mantenía sentado sobre uno de los sillones que conformaban la sala de su apartamento. Sostenía en su mano derecha una copa de vino tinto, que movía con pereza en leves movimientos circulares. Parecía absorto en sus pensamientos, viendo un punto muerto sobre un cuadro grande de fotografía clavado a la pared.

Parecía estar cansado, con sueño y absorto en lo que fuesen sus pensamientos, tal vez en asuntos concernientes a su cocina. Dejó la copa sobre el centro de mesa para recargarse con más libertad sobre el respaldo del sillón. Se masajeó las sienes con la punta de los dedos, como si estuviera hastiado o con dolor. Luego se frotó los ojos fuertemente antes de alborotar su cabello negro con desgana.

Cerró los ojos e intentó relajarse, pero se removía por momentos, inquieto. Abandoné mi asiento y fui a la cocina. Quizá tenía un dolor de cabeza y por eso no podía estar tranquilo. Busqué una taza de la alacena y entre las cajas de té busqué uno que sirviera como relajante.

Después, me dirigí a donde se encontraba. Al estar lo suficientemente cerca, noté que se encontraba con los ojos cerrados. Dejé la taza despacio en la mesa, dudé si despertarlo o dejarlo dormir. Tomé una respiración profunda, rodeé el sillón para encaminarme al otro lado. Dudosa, pensé. Cuando tenía dolor de cabeza, un buen masaje o un baño me calmaba y no había necesidad de medicamentos.

Él era amable conmigo, bajo esa excusa, coloqué mis manos sobre su cabeza y empecé a hacer movimientos circulares a lado de su cabeza, moviéndome en distintas partes de manera uniforme, alborotando más su cabello azabache. Bajo mis dedos, el cabello de Thomas se sentía suave.

¡Qué envidia! Ni siquiera yo lo tenía así.

Cuando creí que estaba profundamente dormido, abrió los ojos tan pronto escuchó que alguien trataba de ingresar al apartamento, tecleando la clave de seguridad que bloqueaba la puerta de entrada.

¿Quién podría ser?

Preocupada, alejé mis manos en mi vano intento de marcar distancia. Thomas de inmediato fue a agarrar mi muñeca cuando sospechó que iba alejarme.

―Suéltame.

―No quiero ―respondió, con la voz vaga.

―Últimamente dices mucho esas dos palabras. ¡Suéltame! ―dije y tiré con fuerza mis brazos hasta lograr zafarme. Rodeé el sillón y regresé por la taza de té que preparé―. Te había preparado té pero mejor me lo voy a beber.

Enredada con el chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora