40. Intento fallido de amor

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Los vampiros tenían un oído excelentemente desarrollado que les permitía escuchar cosas tan insignificantes como el caminar de una hormiga. Eso podía ser una ventaja y un castigo, dependiendo de la situación. Sí Jane tuviera tendencias voyeuristas, podría encerrarse en su habitación, desnudarse, tocarse y excitarse con los sonidos que provocan los cuerpos al rozarse, con el sonido que provocan los miembros masculinos al ingresar a las profundidades fememinas, o al eyacular en ellas. Sin embargo, Jane no sabía que era un voyeur, además de que sus raíces católicas y su rígida educación italosajona le impedía considerar la idea de espiar la privacidad de su hermano, o la de sus padres adoptivos.

Con práctica y perseverancia, Jane había aprendido a ignorar sus sentidos. Los libros tenían la capacidad de transportarla a otro mundo, igual que la música que creaba cuando sus dedos se deslizaban sobre el piano. Tan fuerte era su capacidad de aislamiento, que ignoraba los suaves elogios que su familia formulaba al escuchar las melodías de Jane. Para ellos, hacer el amor con la música de Jane, era una experiencia superior, algo que convertía el simple contacto intimo en algo divino.

Al principio fue difícil ignorarlos, aunque lo intentara, ella no era de hielo, su cuerpo pequeño tenía necesidades y su mente tenía deseos y fantasías, todas frustradas y enterradas en las profundidades de su subconsciente, dado que jamás las formularia en voz alta, mucho menos se atrevería a cumplirlas. Fueron muchos meses los que demoro en aprender a aislarse, meses en que los escuchaba y se torturaba por no poder evitarlo, meses en los que sufría en silencio y sonreía para que ellos no se preocuparan. Por suerte, el tiempo y la perseverancia la habían ayudado a desarrollar un oído selectivo.

Emmett también alteró ese ritual.

Él no era discreto y puro como Jane. Emmett conocía y disfrutaba de los placeres carnales, por lo que ahora debía sufrir el terrible síndrome de abstinencia. Los Cullen demoraron mucho en volver a sus rutinas amorosas, cuando por fin decidieron hacerlo, los pantalones de Emmett comenzaron a apretarle demasiado.

El neófito apreciaba a Alec, a pesar de ser algo ingenuo y lento, era un buen hombre y lo respetaba, por ende, no podía propasarse con Jane, su apática y etérea hermana gemela. El sonido del piano captó su atención, al ver quien era capaz de crear sonidos tan sublimes, sonrió ya que se trataba de Jane.

–Tocas muy bien –dijo amablemente, sin embargo, Jane no lo escuchó.

Emmett esperó unos minutos, pero nada sucedió, la rubia jamás percibió su presencia. Él era bueno con el sexo opuesto, ninguna fémina podía resistir a sus encantos viriles, o eso creía hasta conocer a Jane. La joven lo despreciaba y lo miraba con odio, algo que le provocaba curiosidad. Emmett estaba dispuesto a conquistarla, pero para eso debía ser muy creativo ya que ella era un hueso duro de roer.

Los gemidos en la habitación de Alec comenzaron a ser más fuertes, igual que la molestia en los pantalones de Emmett. Al neófito ya no le importaba ser romántico, en ese momento quería prescindir del romance y tener a Jane en su cama. De forma automática, avanzó hacia ella, pero el apreció hacia Alec lo detuvo.

Con frustración, tuvo que conformarse con observar a la joven vampira. En un momento normal, ella no le hubiera parecido hermosa, pero con la excitación a flor de piel, Jane era una verdadera beldad para Emmett. En general, el apreciaba que los atributos femeninos fueran grandes, no obstante, las pequeñas y delicadas curvas de Jane llamaron su atención. A simple vista la rubia parecía plana, pero en la quietud y vista de perfil, se podían ver las curvas de sus pechos redondos, firmes y tersos, unos pechos vírgenes y juveniles, unos pechos que nunca fueron una fuente de alimento y que se congelaron en su mejor momento. ¿De qué color serán sus pezones? ¿Serán marrones o rosados como sus labios?

Segunda oportunidadWhere stories live. Discover now