9. Navidad

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Alec, por primera vez desde su transformación en vampiro, se sentía bien. Durante toda su vida, por voluntad propia, había caminado bajo la sombra de su hermana. Siempre se conformo con dejar que ella tuviera la voz cantante y decidiera por los dos, interviniendo y frenando a su hermana cuando creía que era necesario. Ser vampiro y ver que ella tenía un don no cambio esa actitud pasiva. Durante diez meses soporto valientemente las burlas y los insultos de los guardias. El era inglés, su carácter era frío, apático y bondadoso por naturaleza, pero también podía liberar su león interno y ser extremadamente dominante.

El incidente con Jane fue una revelación para todos ya que pudo demostrar que el era mucho mas fuerte y letal que su hermana. A pesar de que ni el ni Jane podían matar a alguien pura y exclusivamente usando su don, lo cierto es que resultaba más peligroso verse inmerso en un universo oscuro libre de sensaciobes que estar consciente y ser víctima de un dolor atroz. Muchos en la guardia comenzaron a llamarlo "El antídoto de Jane" gracias a su don anesteciante.

La autoestima del joven mejoro muchísimo ya que todos los guardias lo veían como su superior, las esposas eran conscientes de su presencia y los maestros lo trataban a el y a Jane como a iguales.

Jane, contra todo pronóstico de los maestros, lejos de montar una rabienta o sentir envidia de su hermano mayor, se mostro sumamente feliz por el.

Aunque no lo demostrara, siempre se sentía mal al tener que practicar sola porque su hermano no tenía un don. Ahora la situación era diferente. Su hermano demostro ser mas poderoso que ella y la libero del peso que sentía por ser la que debía cuidarlo. La historia cambiaba y los papeles volvían a ser los mismos de siempre, Alec como hermano mayor era el mas fuerte y el que la cuidaba mientras ella era pequeña y también podía defenderse a si misma.

Ambos hermanos recuperaron la sintonia característica en ellos. Jane se mostró sumamente feliz de acompañar a su hermano y ayudarlo a controlar su don. Los líderes Vulturis se veían sumamente complacidos al ver como los gemelos podían acoplarse a la presencia del otro, llegando a notar cierto grado de depencia mutua cada vez que ordenaban que uno dejara de entrenar. Con el correr de los días, rápidamente empezaron a asumir lugares dentro de la guardia. Alec, gracias a su niebla, era más indicado para la defensiva, siendo la ofensiva un recurso desesperado. Jane estaba más preparada para dedicarse a la ofensiva y a la defensiva en caso de ser necesario.

Hoy era Navidad, una celebración que los gemelos amaban celebrar. A pesar de no ser demasiado creyentes, les encantaba la comida especial y las decoraciones. La última navidad no habían podido celebrarla ya que hacía pocos días que se habían convertido en vampiros. Esta vez nada impediría que pudieran celebrar. A pesar de que poco a poco iban madurando, lo cierto es que se sentían como niños al imaginar que tipo de decoración harían los Vulturis o como lo celebrarían.

En este momento, ambos estaban juntos en la habitación de Jane. Alec estaba detrás de su hermana, ayudandola a cerrarse el vestido. Ella podía hacerlo sola, pero prefería que Alec lo hiciera y a el le gustsba complacer a su hermana.

–Estoy ansiosa, ya casi es medianoche –exclamó ella feliz, dando pequeños saltos de emoción.

–Tranquila hermanita, si no dejas de moverte no terminaré. No se como pueden atarse estas cosas, son muchos hilos.

–Es lo malo de ser mujer, todo es complicado.

–No creo que sea tan malo, los vestidos parecen cómodos.

–La ropa de hombre es cómoda. Ustedes van más cómodos con una camisa y pantalones. ¿Tienes idea de lo complicado e incómodo que es lidiar con faldas pesadas? Además de la ropa interior, claro.

–Al menos ustedes se ven lindas.

–Es la unica ventaja –respondió ella, terminando de peinarse.

Luego de arreglarse, salieron de la habitación tomados de la mano. En el camino descubrieron que las paredes del palacio seguían siendo las mismas. Los guardias realizaban las mismas actividades, completamente ajenos a la celebración que se estaba llevando a cabo entre los humanos. Al ver la falta de atención general de todos, los hermanos fueron hacía la Sala de Tronos, donde los maestros siempre se reunían. Llegaron e hicieron una reverencia.

–Maestros.

–Queridos, que sorpresa tan agradable es vuestra visita. ¿A qué debemos el honor? -los recibió Aro.

–Maestro –empezo Jane–, hemos venido ante vosotros con una inquietud. Hoy es Navidad y nadie en la guardia parece advertirlo.

–Es porque nosotros no perdemos el tiempo con celebraciones humanas -explicó Caius–. Ya no somos humanos, ¿por qué celebrar como ellos? ¿Qué sentido tiene?

–Pero...

–Mis niños –Aro junto sus manos y los observo con dulzura–, sois muy jovenes y aun recordáis vuestras costumbres humanas. Dentro de algunos años entenderan el verdadero significado de la inmortalidad y descubrirán que esas celebraciones son repetitivas e insulsas, incluso celebrar los cumpleaños llega a ser tedioso.

–No es tedioso celebrar los cumpleaños –protestó Jane.

–Para un humano no lo es, pero para un vampiro que puede vivir mas de mil años si lo es. Ahora van a estar en desacuerdo con nosotros pero dentro de unos siglos nos darán la razón.

Jane quería discutir ante las afirmaciones de Aro ya que ella no estaba de acuerdo. Alec, sabiendo las intenciones de su hermana, realizo una reverencia, pronunció una disculpa y jalo a Jane para impedir que se metiera en problemas. Ambos fueron a la biblioteca, su lugar favorito en el palacio, y Jane dejo escapar su indignación.

–¿Cómo puede decir eso? Está loco si cree que no celebraremos nuestros cumpleaños.

–¿Qué va a pasar con Navidad?

–¡A quien le importa Navidad! Quiero saber que pasará con nuestros cumpleaños.

–Yo quería celebrar, no me puse mis mejores galas por nada. ¡Ya se! Vamos a misa y al menos habremos celebrado un poco.

–No podemos ir a una Iglesia, somos vampiros y nuestros ojos son rojos.

–Cierto –contestó Alec con desilución–. Con respecto a los cumpleaños creo que lo mejor será celebrar hasta aburrirnos y luego celebrar una vez cada cincuenta años.

–Y podemos ponernos metas y realizar una lista de deseos para cumplir de un cumpleaños a otro.

–Y ver si en esos cincuenta años pudimos cumplirlas o no –terminó Alec–. Hacemos un buen equipo.

–Así es hermano –ella sonrió y lo abrazó.

Se miraron sin saber que hacer hasta que una tormenta de nieve hizo que olvidaran su idea inicial de celebrar Navidad. Después de discutir por media hora, pudieron ponerse de acuerdo y elegir un libro para leer e intercambiar opiniones.

Segunda oportunidadWhere stories live. Discover now