Capítulo 2: Ramé.

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Capítulo 2.

Ramé.

"Algo que es hermoso y caótico al mismo tiempo".

La universidad era enorme. Dividida en campus, no supo cuál era el de psicología. Pidió ayuda, y cuando por fin dio con la facultad y su salón, iba tardísimo.

Armándose de valor, tocó la puerta y la empujó, encontrándose con un salón lleno y el profesor mirándola fijamente.

—¿Me permite pasar? —Preguntó tímida. El maestro asintió y entró, encontrándose un único asiento disponible hasta arriba del salón. Subió las escaleras en silencio y tomó asiento sin ver a nadie.

—La chica que acaba de entrar —levantó la vista—. Levántate y preséntate: nombre, edad y por qué decidiste estudiar psicología.

—Mi nombre es Hailey Campbell, tengo diecinueve años y... —decidí estudiar psicología para entender cómo funciona mi mente y saber si puedo encontrar una manera de curarla—... desde niña me ha llamado la atención la mente humana y como es capaz de realizar un montón de cosas... y simplemente lo decidí.

El maestro la vio junto a todos sus compañeros. Analizó a la multitud, y justo al lado de su asiento estaba el tatuado.

¡El tatuado!

Este no la miraba, sino que anotaba algo en su carpeta.

—Puede tomar asiento —sintiendo el pánico fluir en ella, pero con la seguridad que no llegaría porque siempre se tomaba sus medicamentos, tomó asiento.

La clase siguió, y anotó todo lo que pudo. En ocasiones sus pensamientos vagaban preguntándose si de verdad estaba segura de comenzar la universidad. Lo de sus padres había pasado yace casi cuatro años, y después de terminar la preparatoria en casa, se tomó un año libre para no comenzar la universidad de inmediato.

Estoy lista. Se había repetido una y otra vez, pero... ¿lo estaba?

El día siguió. Las clases fueron en diferentes salones, y tal parecía que ella y el tatuado estudiaban lo mismo. Maravillosamente bien.

Cuando se terminó el periodo de clase, estaba aguardando todas sus cosas cuando una mano tatuada le puso algo sobre su escritorio.

Un botecito color amarillo que ella reconocía súper bien.

—Cuando me empujaste... —sintió la voz del chico. No podía dejar de ver el frasco de medicamento—... se te cayó esto. Deberías tener más cuidado.

El chico la rodeó y comenzó a bajar, pero en última instancia se dio la vuelta y le miró. —Y para la otra, cierra tu mochila y no empujes a los demás, maleducada.

▬▬▬

—¿Cómo te fue, princesa?

Hailey había llegado del Gimnasio y se había ido a bañar. Era la hora de la cena y se estaba haciendo su avena mientras sus abuelos cenaban lo que habían comido en la tarde.

—Fatal —dijo, con amargura. Ella hacía ejercicio no tanto por su figura, sino para que su cuerpo se agotara y pudiera dormir sin necesidad de su medicamento para conciliar el sueño. Había aprendido a vivir con las pesadillas, pero era aterrador saber que al cerrar los ojos sus peores sueños se harían realidad.

Picó plátano en su avena y tomó dos panes tostados sentándose en su lugar. Comenzó a hablarles a sus abuelos sobre su día: desde el tatuado hasta lo que hizo en el Gimnasio. Solo omitió la parte donde se le habían caído los medicamentos.

Después de cenar y hablar más con su familia, se fue a dormir. Se ató el cabello en una trenza y se puso su pijama de cuadros rojos con negro y la blusa azul manga larga.

Apagó las luces y se iluminaron las estrellas sobre su techo, alejando a la oscuridad que habitaba en su cuarto. A parte, dejaba una lámpara encendida, porque a pesar que fingía ser fuerte, cuando llegaba la noche y la oscuridad se hacía presente, se rompía.

El cuarto de Hailey era de color lila, con el techo de un color purpura y una de la paredes blanca para que entrara luz; A un lado de la puerta estaba su closet, y de forma horizontal a este su cama y dos mesitas de noche con lámparas. Frente a ella estaba su tocador blanco con un gran espejo y un librero. En la pared blanca que estaba frente a su puerta había una ventana con un sillón largo.

Parecía el cuarto normal de una chicha de diecinueve años, excepto por el hecho que por ninguna parte había alguna fotografía familiar.

No pudiste salvarlo, Hailey murmuró su voz. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y la angustia de su alma la estaba matando lentamente.

Se removió en su cama y abrió los ojos con su corazón martilleando a gran velocidad.

Miró el reloj y vio que faltaban diez minutos para que su despertador sonara. Se levantó y desconectó su celular del cargador, revisando sus notificaciones. Tenía un mensaje de su mejor y única amiga que no había podido dejar atrás.

Lynn: ¿Qué tal tu primer día? Esto de estudiar carreras distintas y no poder vernos todos los días me mata. Te extraño mucho, Hall.

Hailey: Yo también te extraño mucho, deberías venir al Gym conmigo.


Se levantó y salió de su cuarto rumbo al baño. Hizo lo que debía de hacer y se lavó la cara, dispuesta a ese día llegar temprano. Al regresar y cambiarse, se puso un jean azul con una blusa de rayas negras y blancas y sus bailarinas negras con un moñito.

Su cabello lo dejó suelto después de ponerse crema para peinar, y solo tomó un pasador y un poco de cabello de enfrente y lo hizo hacia atrás amarrándolo con el broche.

Desayunó cereal de miel y se despidió de su abuela, dispuesta a llegar temprano. Al llegar a la parada, notó que el tatuado estaba ahí, con un libro.

—Buenos días —le saludó, media tímida. Recordó que él encontró su antidepresivo y posiblemente sabría que algo andaba mal con ella.

—Buenos días —sus ojos recorrieron su rostro y volvieron al libro. Miró el título, "La sombra" de John Katzenbach. La portada tenía a un hombre con una capucha y un chuchillo y sintió un escalofrío invadirla.

—¿D-de qué es tú libro? —Tenía que distraer su mente para no entrar en el bucle y tener que acudir tan rápido a su dosis.

—Sobre un hombre que es policía retirado y un día su vecina acude a él porque dice que la sombra regresó, que es una persona que asesina a sobrevivientes del holocausto y volvió para asesinarlos.

—¿En serio? —Se acercó al ver el libro. El chico se lo tendió y leyó la sinopsis.

—Está muy bueno —le regresó el objeto—. Lo estoy releyendo.

—Se lee interesante —murmuró, aún con los espasmos que la portada le generó, pero se obligó a enfrentarlo.

—Puedo prestártelo si gustas —ella sonrió y asintió—. Deja lo termino y te lo doy, presiento que vamos a vernos mucho.

El autobús llegó y él se puso de pie y avanzó hasta él, subiéndose. Hailey lo siguió y preguntó: —¿Por qué?

—Bueno, vamos a la misma universidad, en el mismo salón y parece que vivimos en el mismo barrio. Que coincidencias, ¿no, Hailey?

 Que coincidencias, ¿no, Hailey?

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Hailey, ¿Podrás salvarme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora