El velo de la muerte

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- Avada Kedavra – dijo con voz firme, rompiendo la pesada quietud. El haz de luz verde asestó justo en el corazón. Bellatrix cayó al suelo, inerte como un saco de piedras.

Se sentía como sumergida en un tanque de agua. Una sensación de presión en los oídos le impedía escuchar las voces de los demás. Alguien le tocó el hombro, era Kingsley. De pronto pudo escuchar de nuevo, todos llamaban a Harry, pero él ya no estaba en la habitación, y tampoco Dumbledore.

- Isadora – la llamó Kingsley con voz grave. Ella no respondió, él la abrazó sin decir más nada. Isadora alzó la vista. Frente a ella también estaban Moody y Remus, éste último ayudaba a Tonks a mantenerse en pie.

Pasados unos segundos, junto la fuerza necesaria para pararse nuevamente, en cuanto lo hizo empezó a temblar tan frenéticamente que apenas podía sostener la varita, luego se acercó al arco y miró a ambos lados de éste aun sabiendo que no iba a encontrar nada.

- Estoy bien, Kingsley – mintió – suéltame.

Kingsley obedeció y ella al verse liberada conjuró un encantamiento desilusionador y comenzó a trepar los escalones de dos en dos, hasta llegar a una sala que tenía cerebros en flotando en estanques de líquido verdoso. Se aseguró de que nadie la siguiera, aunque podía escuchar que Alastor, Remus y Kingsley la llamaban a lo lejos.

La varita se resbaló de su mano por el temblequeo.

- Accio varita – dijo sin dejar de correr. No pensaba con claridad, pero su cuerpo sabía exactamente a dónde ir y qué buscar.

Llegó a la sala del tiempo, una habitación larga y rectangular bañada por una hermosa pero inusual luz. Hermione estaba allí, Isadora verificó que se encontrara bien antes de seguir con lo suyo. Revisó todas las estanterías hasta llegar a la que buscaba. Al encontrarse con todos giratiempos rotos, la desesperación volvió a invadirla, aun así no se dio por vencida y comenzó a revisarlos. Algunos tenían los aros que giraban rotos; otros tenían el reloj de arena quebrado y sin arena; otros directamente estaban repartidos en pedazos y detrás de todos esos giratiempos había solo un reloj ordinario. Isadora se sentó en el suelo y comenzó a llorar con quejidos casi inaudibles. Al entrecerrar los ojos un reflejo llamó su atención en un estante bajo. Estaba lleno de chucherías que no le servían para nada, su vista se detuvo en el objeto que estaba entre dos de esos relojes de arena que se autoregulaban. Parecía un giratiempo, pero no era como los que ella conocía, era distinto. Lo examinó. Podía volver en el tiempo tanto como ella quisiese. Sopesó todas las posibilidades que le otorgaba; pero eso era arriesgarse demasiado. La imagen de Sirius volvió a su mente, recordó la forma en que atravesó el velo y sintió un dolor punzante en todo el cuerpo al ver sus ojos grises sorprendidos perdiéndose en lo desconocido. Cerró los ojos para no pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer, conjuró un segundo hechizo desilusionador e indicó el tiempo exacto en el objeto.

El presente volvía atrás ante sus ojos, estaba funcionando, podía sentir su corazón latir de la emoción. No necesitaba más que un puñado de minutos para intentarlo.

Observó el reloj de la vitrina y detuvo el giratiempo. A lo lejos apenas se oían murmullos. Echó a correr hacia la cámara de la muerte otra vez. Bajó los escalones a los saltos y allí estaba él, luchando como hacía unos minutos atrás; de espaldas a ella y de espaldas al velo. Pudo verse también a ella misma desarmando a Crabbe. Dumbledore ya había reducido a todos los mortífagos que quedaban en pie, excepto a Bellatrix.

Isadora miró a la bruja con el peor odio que había sentido en su vida. Alzó la varita calculando el sitio para repetir los movimientos de minutos antes; pero la voz de Sirius la distrajo justo a tiempo.

Sirius Black: el velo de la muerte¹Where stories live. Discover now