Parte 1

622 66 0
                                    

Taemin no era para nada un chico común. Apenas era un adolescente lleno de problemas emocionales, vivía a las afueras de un pueblo, en casa de sus padres y muy cerca de los bosques. Él era un chico delgado, rubio, no muy alto y –según él– tampoco era bien parecido. Taemin se sentía bastante inferior y algo más cercano a un chico "afeminado", calificativo por el que por mucho tiempo le llamaron en la escuela media.

–¡Taemin, baja a cenar! –La voz de su padre le aturdió por completo. Y ahí estaba eso "poco común" que él era.

Había días en los que el chico tenía problemas de audición y olfato, y no porque no escuchara o sintiera los olores correctamente, sino todo lo contrario, porque sus sentidos estaban bastante más desarrollados que los del resto de personas.

Muy lejos de ser algo ventajoso era problemático porque cualquier ruido demasiado alto u olores fétidos le provocaban algo similar a una migraña. Y lo que era peor, en esos días su gusto por la carne se incrementaba. Poco le faltaba para ir a comer carne cruda del refrigerador.

Por si eso no fuera suficiente, había algo más... privado.

Cada cierto tiempo, entre tres o cuatro veces al año, su cuerpo se volvía "sucio". En la oscuridad de su habitación había descubierto mucha de su sexualidad, como el hecho de que a pocos centímetros lejos de sus bolas todo se dilataba, se mojaba, a veces latía y no importaba cuántas veces se masturbara como un "hombre correcto" debía hacerlo, su cuerpo pedía desesperado que en ese lugar dilatado pusiera sus dedos o cualquier cosa que calmara el deseo de su interior. Y sí, por ello Taemin se vio obligado a aceptar que era gay, cosa que él creía que era su mayor problema en la vida; aceptarse, salir del clóset, encontrar una pareja pese a vivir en un pueblo tan pequeño y poco flexible. Lo que el joven no sabía era que nada de esto último se comparaba al gran dilema en que esa noche se encontraría.

Ese día era uno de "esos días". Estaba duro, sonrojado, sudaba un tanto y sus pantalones ya no soportaban toda esa humedad derramándose. Iba a mancharse si no hacía algo y, como en ocasiones anteriores, tuvo que solucionarlo con un producto femenino que descubrió en internet, toallas sanitarias. Con un suéter bastante holgado encima, bajó las escaleras, caminó hasta el comedor e intentó con todas sus fuerzas soportar los escalofríos de llevar su erección ahí apretada y escondida.

–Al fin, tu padre y yo estábamos preocupados porque no has dejado tu habitación en todo el día, ¿Te encuentras bien? –Su madre le miró angustiada e hizo un ademán para que el chico se sentara en la silla junto a ella.

–Sí, es sólo... la migraña –Mintió sonriéndole a sus padres. Sólo que al ver la silla se preguntó si la presión en ella no lo pondría más excitado. Se sentía sucio por pensar en esas cosas, pero sabía cómo se ponía y no quería ser demasiado obvio.

–Quítate ese suéter, hijo. Estás sudando mucho –Su padre se veía tan preocupado como la mujer y él sólo negó con la cabeza.

–Tengo frío, tal vez me resfrié porque ayer estuve mucho tiempo en la bañe... – Su frase quedó a medias.

Escuchó algo a lo lejos, un sonido que entró no sólo por sus oídos sino por cada poro de su ser y le hizo estremecer a tal punto que su vientre se contrajo y la humedad se expandió por el objeto absorbente. Un quejido se ahogó en su garganta y de pronto su visión se hizo borrosa.

–¿Tae? Mi niño, ¿qué pasa? –Su madre intentó sostenerle, pero él retrocedió.

–Yo... no lo sé –Su voz salía cortada y en un tono que ni él reconoció –Yo...

Y cuando su padre quiso acercarse, él le gruñó con fuerza.

De pronto no podía ver con claridad, todo era blanco, gris y rojo, aunque el rojo era similar a una línea. Una línea que quería seguir ya mismo.

Se echó a correr fuera de la casa adentrándose en el bosque e ignorando los gritos de sus padres, sintiendo su cuerpo más ligero y menos doloroso. Aquel extraño sonido volvió a él, aunque ahora era similar a un canto, uno hermoso.

No entendía qué sucedía pero conforme se adentraba más en el bosque la línea roja se expandía y el canto se escuchaba más y más fuerte sin llegar a lastimar sus oídos. Así cuando finalmente todo frente él fue de color rojo, se detuvo. Y extrañamente pese a la gran distancia que hizo en tan poco tiempo, no estaba agitado, a diferencia de lo acalorado que estuvo antes ahora estaba fresco y se sentía tan calmado que su respiración era silenciosa. Su mirada se clavó en un hombre de pie frente a él a unos pocos metros pues mientras el color rojo se disipaba de su vista, podía apreciarlo claramente. Él era quien cantaba o, mejor dicho, aullaba. Ese hombre estaba ahí, en medio del bosque y de la noche, aullándole a la Luna, y él, sin saberlo, había atendido a su llamado.

–Realmente me escuchaste... –El muchacho dejó de aullar para mirarle y con palpable ternura le sonrió – ... mi omega.

Mi lobo Blanco [2min]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora