50. Epílogo: Érase el final de un cuento y el inicio de otro

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—¿Y sobre su vida privada? —reí para mí al ver que habían sacado el tema—. Hay rumores de que usted y su marido quieren adoptar un niño. ¿Son ciertos?


—En principio tampoco podemos confirmar nada —fui sincero también—. Es una idea que siempre hemos tenido en mente y que quizás, en un futuro más o menos cercano, veamos plausible —hice otra pausa para aquellos que anotaban mis respuestas a mano—. Y, sintiéndolo mucho, no tengo tiempo para más preguntas. Debo asistir a un compromiso en breves.


El conjunto de periodistas que me habían rodeado asintieron con pesar y se fueron dispersando dejándome por fin respirar tranquilo.

Me aflojé el nudo de la pajarita, que me llevaba incomodando un rato, y caminé hacia una de las puertas traseras que daban al backstage'. Una vez en los pasillos traseros me despedí con una sonrisa de parte del equipo técnico que allí se encontraba, y seguí caminando hasta atravesar la puerta de salida.


—¿Muchas preguntas? —ensanché aún más mi sonrisa al ver a un par de ojos azules sujetando entre sus manos un pequeño ramo de flores del mismo color.


—Qué va —acepté el obsequio—. ¿Por qué siempre son azules? Sabes que me encantan, eso sí. Pero me resulta gracioso que siempre sean de este color.


—Que ahora no lleves el pelo azul no significa que yo no me acuerde —Darel me agarró de la mano y comenzamos a caminar hacia la entrada, esperando que ya no hubiese demasiado bullicio de gente—. Pero sabes que eres igual de guapo con tu rubio natural.


—Pues a mí me gustaba mucho tu peinado «estilo surfero» de adolescente —reí—. Deberías volver a dejártelo crecer un poco.


—¿Tú crees? —se lo pensó—. Bueno, estaría bien cambiar un poco de estilo.


Ambos reímos enérgicamente en nuestro paseo hasta llegar a los jardines que había frente a la enorme estructura de donde habíamos salido y allí, a la sombra, divisé al resto de mi «importante compromiso».


—Pensábamos que ya no ibais a llegar —confesó Lori con los brazos en jarras que, al contrario que yo, seguía con su característico cabello rosado solo que bastante más corto que en nuestra adolescencia.


«Princesa», tranquila —rió Jhon a su lado que, con su casi metro noventa y cinco, era el que había pegado el estirón más alto y nunca mejor dicho—. Es la primera vez que salimos a cenar solos desde que nacieron los niños, cierto; pero no tienes que preocuparte. Los abus' se quedaron con ellos encantadísimos.


—Pero solo tienen poco más de un año y... —suspiró—. Bueno, supongo que es simple amor de madre.


—Algo que nunca creímos que tuvieses —se carcajeó Kiam inmiscuyéndose en la conversación.


—Mucho hablar y picarla como si siguierais siendo dos críos —increpó Barb colgándose de sus hombros y abrazándole por detrás—, pero luego te desvives por tus sobrinillos.


Shhhhhh'... —le intentó silenciar—. No desveles que llamo así a los gemelos.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora