Capítulo 14

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—¿Estás lista? —preguntó la emocionada voz de Aaron.

—Sí —respondí—, pero aún no entiendo porqué no quieres que vea.

—¡Porque debe ser sorpresa! —exclamó, como si yo estuviera preguntando algo obvio.

El doctor Rodríguez me había dado de alta aquel día y finalmente podría estar en sitios con abundante luz, así que Aaron me ha traído a la bahía, el lugar que más frecuentábamos, a ver juntos el atardecer. Sin embargo, hasta ese momento sus manos habían estado cubriendo mis ojos.

—No lo entiendo aún. Ya sé que estamos en la bahía, Aaron. No es como que haya una puerta antes porque ¡es la playa! —dije exasperada.

No me agradaba mucho no ver, me atemorizaba un poco. A veces tenía pesadillas en las que era invidente de nuevo, y despertaba realmente asustada.

—Me asombra tu romanticismo, Kimberly —dijo—. Verás, mi idea no es que llegues y veas la bahía y ya, no.

—¿Entonces?

—Yo quiero que estés en el lugar correcto, en el centro de la playa. La vista desde allí es hermosa —explicó—. Hay un desliz cerca, Kim. Ya casi.

Seguía sin entender la diferencia, pero al notar la emoción latente en su voz, decidí dejar de oponer resistencia.

—Listo —anunció—. ¿Preparada?

Asentí.

Aaron alejó poco a poco sus manos de mis ojos y luego las juntó con las mías.

—Abre los ojos —susurró.

Hice caso a Aaron y, lentamente, abrí mis párpados, dispuesta a mirar el paisaje que tenía frente a mí.

Olas poco fuertes se unían con la arena y generaban el sonido que tanto me gustaba escuchar. La reluciente y azul agua del mar brillaba a causa del reflejo de la luz; un par de montañas adornaban el lugar a cada lado. Algo que me gustaba de todo lo que había visto era que, tal como Aaron siempre afirmaba, se apreciaban montañas en todas las direcciones, casi como si resguardaran la ciudad.

A mi derecha se hallaba el puerto, y a lo lejos se veía un barco que se aproximaba a él. Grandes contenedores se encontraban apilados allí, y se lograban divisar algunos trabajadores. Y a la izquierda, varios yates y pequeñas embarcaciones reposaban sobre el mar.

Un camellón de piedras, con el agua a su alrededor bastante cristalina, llegaba varios metros dentro del mar, y sentí la necesidad de caminar por aquellas enormes piedras que lo conformaban.

Y justo al frente, dentro del mar, había una pequeña montañita solitaria con un faro en su cima. Inmediatamente, recordé el Morro del que varias veces me había hablado Aaron.

—Es muy hermoso —dije con la voz entrecortada.

Siempre quise saber cómo eran realmente los paisajes, ver el mar nuevamente, ver la arena —esa que tanto me gustaba sentir escapándose de entre mis dedos—, y en aquellos momentos era realmente posible. Podía ver y admirar cada detalle, y eso me resultaba realmente emocionante.

—Lo sé, cariño. Prometo llevarte a más lugares. Veremos cada rincón del mundo juntos.

—Me encanta como suena eso —anuncié con una sonrisa.

Nos quedamos allí tomados de la mano, mirando lo que tantas veces soñé con ver, hasta que quité de mis pies las sandalias que llevaba puestas, e inmediatamente sentí la suave y caliente arena entre mis dedos.

—¿Entramos?

—Sí.

Saqué por mis brazos la blusa de tirantes que llevaba puesta y luego el short, quedando en un bikini negro que elegí con mi madre, aunque debo decir que estuve tentada con aquel lindo de corazones celeste.

Al posar mi vista sobre Aaron, me sentí expuesta, pues sus ojos brillaban, analizando mi cuerpo.

Cubrí con la blusa mi pecho, sintiéndome repentinamente cohibida.

—¡Vamos, Kimi! —exclamó—. Te he visto así un millón de veces, no olvides que veníamos seguido.

—Pero no sabía que me mirabas así —me defendí, bajando mi vista hacia la arena.

Él lanzó una sonrisa torcida y me miró.

—Es que se te ve precioso ese bikini —dijo—. Además, no es como si no te hubiera visto sin absolutamente nada pues...

—¡Aaron! —lo regañé, sintiendo cómo el color subía a mis mejillas.

—Es la verdad —dijo con una sonrisa traviesa, encogiendo sus hombros.

Poco a poco me bajé la blusa del pecho y caminé hacia la orilla, pero él no me siguió. Me giré sobre mis talones, dispuesta a decirle que entráramos, pero al mirar en su dirección, lo encontré tomando su camisa por la parte inferior, quitándosela de encima.

Me quedé absorta en su pecho cuando sus músculos se contrajeron con el movimiento, y no pude desviar la vista lo suficientemente rápido, y él me notó observándolo.

—Y luego soy yo el de la mirada pervertida... —murmuró, con una sonrisa de suficiencia en los labios.

Me tomó de la mano y caminamos juntos a la playa, adentrándonos hasta un lugar en el que el agua llegaba a mi pecho.

Aaron me miró sonriente y yo le regresé la mirada.

—¿De verdad eres mía? —preguntó

—Eso me ha contado mi corazón.

Me tomó por la cintura, acercándome a él.

—Eres el tesoro más grande que me ha obsequiado la vida.

—Gracias por estar para mí siempre, por no abandonarme un segundo. Sé que eres el hombre hecho a mi medida. No me alcanzará la vida para agradecerte por todo.

—No hay mayor agradecimiento que tu amor. Ver cómo me miras, saber que tus sentimientos son lo más real que tengo, me hace la persona más feliz —sonrió—. Te amo.

—Y yo te amo a ti.

Nuestros labios se encontraron en un tierno beso, y tuve la certeza de que lo nuestro era algo grande, y que no había nada ni nadie que quisieras más que a él.

Mirada de ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora