Capítulo 3

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Dos días habían pasado desde mi cita con el doctor, y faltaban veintiocho para confirmar lo que por tanto tiempo había esperado.

Aaron me llevó aquél día a una tranquila playa cerca de la bahía. Íbamos muy seguido al mar, aunque siempre de tarde: a eso de las tres, cuando el sol no se encontraba tan imponente.

—No quiero sonar como un acosador, pero quítate la ropa —me dijo, haciéndome reír—, ya es hora de entrar un rato.

Sonreí y me saqué la blusa de tirantes que llevaba puesta, y luego el short, hasta quedar sólo con el traje de baño. Mi mamá decía que tengo un cuerpo lindo, aunque no sé si creerlo. Después de todo, es mi madre, sin embargo, yo lo siento bonito, cómodo.

Casi al instante, me pregunté qué pensaría Aaron de él. Ese pensamiento me hace sonrojar un poco.

—¿Me he perdido de algo? —preguntó Aaron.

Cuando escuché su voz, no pude evitar preguntarme cómo sería el suyo. Era la única cosa que jamás me atrevería a pedirle que describiera.

—No, de nada —respondí, sintiendo el calor instalarse sobre mi rostro.

—Vaya, preciosa —dijo—. Si no fuera porque sé que no puedes ver, juraría que has visto a alguien desnudo —me tomó de la mano y caminamos hacia la orilla—. El oleaje no está muy fuerte. El sol aún se encuentra fuera. Hay una pareja corriendo por la arena, son jóvenes y se ven felices... Y hay una chica preciosa, con un bikini celeste con corazones blancos aproximándose a la orilla. Tiene una sonrisa hermosa, brillante, y el rostro de un ángel. Y junto a ella hay un joven que la mira... la mira como si fuera lo más hermoso que ha apreciado en toda su vida.

Una punzada de celos me inundó. ¿Es que Aaron se había flechado de esa chica del bikini celeste? Lo que me faltaba.

Pero luego... ¿de qué color es mi traje de baño?

—Kimi, vamos a entrar al agua —dijo, y su voz corta el hilo de mis pensamientos.

—Claro.

Sentí la mano de Aaron posarse sobre mi cintura desnuda, lo que provocó corrientazos en mi interior. Una vez dentro del mar, Aaron me colocó en posición horizontal, para que flotara. Sabe que amo esa sensación.

Es como si por esos instantes, los problemas desaparecieran, y la vida y los acontecimientos fluyeran tranquilamente, justo como lo hacen las olas.

Él me sostuvo con su mano en la parte baja de mi espalda, y nuevamente esas corrientes, ese hormigueo, me invadió. Tenía claro desde unos años atrás, que él me atraía, pero siempre habíamos estado así de cerca, y yo no había sentido algo tan fuerte.

—Kimi, ¿te pasa algo? —preguntó, cortando el hilo de mis pensamientos.

—No, ¿por qué?

—No lo sé, tienes una sonrisa... pícara, pero el ceño fruncido... y ahora te sonrojaste —exclamó—, ¿te pasa algo?

—No me pasa nada, y supongo que el sonrojo es por la posición en la que estoy —dije, aún con una sonrisa.

—Lo que digas —murmuró.

Pasó cerca de media hora. Aaron y yo habíamos hablando de mis hermanos, de su familia, de la mía, y de la gente a nuestro alrededor, cuando decidió que era momento de volver. Me tomó de la mano y salimos. Me ayudó a sentarme sobre la arena, y depositó sobre mis piernas una toalla para que me secara.

Empecé a pasar la toalla por mi cuerpo, y me quedé pensando en la posibilidad de que él y yo fuéramos algo más. Cada parte de mí, me exigía que se lo dijera, que fuera valiente y pronunciara las palabras que tanto había estado guardando.

—Aaron... —susurré.

—¿Pasa algo, Kimi? —preguntó, sentándose a mi lado.

Dudé por un momento.

¿Y si lo dañaba todo? ¿Y si me decía que no sentía lo mismo?

—Yo... Aaron, he estado guardándome esto por mucho, pero siento que no puedo más —tomé aire, y permití que las palabras salieran de mi boca, tropezando unas con otras—. Sé que eres mi mejor amigo... como mi hermano. Sé que estoy poniendo en riesgo nuestra amistad, pero no puedo guardar esto para mí por mucho más tiempo. Eres quien ha estado para mí en las formas en que nadie más lo ha hecho, y sé que muy pocas personas harían todo lo que tú haces por mí. Y, lo cierto es que... que estoy enamorada de ti, que lo he estado por mucho tiempo. Y no tienes que decirme nada si no quieres... yo sólo deseaba que lo supieras.

No dijo una sola palabra al principio. Sólo se escuchaba el sonido de las olas al llegar a la orilla mientras, a lo lejos, algunos gritaban mientras se divertían.

Sin embargo, algo rasgó el aire y, antes de que pudiera preguntarme lo que estaba sucediendo, los labios de Aaron se encontraban sobre los míos y, en ese instante, sólo pude percibir su suavidad, y lo correcto que se sentían al unirse.

Mirada de ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora