Capítulo 7

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Una mezcla de sentimientos me embargaban: desesperación, ira, desilusión, tristeza... En sólo un segundo todo empezó a ir mal. Me había aferrado con toda el alma a la idea de que vería de nuevo, y me permití cambiar muchas cosas en mi vida. Y, con la noticia del día anterior, no estaba segura de haber hecho lo correcto.

Dos toques en la puerta de mi habitación me sacaron de mis cavilaciones.

Al menos respetaban el hecho de que la puerta estaba cerrada.

—Kimi, debemos hablar —esa vez fue la voz de mi madre, y no la de Aaron, la que se escuchó al otro lado.

—No quiero hablar con nadie —grité.

Estaba terriblemente cansada. No físicamente, por supuesto, sino espiritualmente. No quería seguir, no quería escuchar a nadie, no quería sentir el dolor que me embargaba. La peor parte de todo era que yo no era la única que resultaba herida o lastimaba: Aaron y mi familia sufrían conmigo.

—Mi amor, sé que esta situación es difícil—insistió mi madre—, sé que te habías hecho ilusiones, pero hay que seguir adelante, hija.

—¿Cómo pretendes que siga adelante, si todo se me ha venido abajo? —pregunté, y el nudo en mi garganta provocó que mi voz se quebrara al final.

Estaba enojada y dolida. No era justo que me dieran esperanzas que luego terminarían en nada. Me había atrevido a exponerle mis sentimientos a Aaron sólo porque había dado por sentado que volvería a ver.

—Ya tenías una vida antes de que existiera ésta chica que puede donar las corneas —dijo—. Y puedes volver a tenerla.

—¡¿Tener una vida?! —pregunté en medio del llanto. Permití que las palabras salieran a tropel de mi boca—. No le llamaría tener una vida a depender de otras personas para muchas cosas. No le llamaría tener una vida a imaginar el rostro de alguien con tocarlo. No le llamaría tener una vida a necesitar de alguien para saber cómo lucen las cosas. Parezco un maldito parásito. No quiero ser más una carga, ¡prefiero mil veces morir!

—¡Te prohibo hablar de esa manera! —gritó mi madre, quien para esos momentos también lloraba—. No eres una carga, yo te amo. Todos te amamos, Kimberly. Y no vuelvas a hablar de la muerte, porque —tomó una sonora respiración— si te vas, hija, me volvería loca. No sabría qué hacer con mi vida.

Y, tras esas palabras, la escuché alejarse.

Genial. También había herido a mi mamá.

Las lágrimas cayeron de nuevo por mis mejillas, y no parecía que existiera una manera de detenerlas, por lo que permití que todo el dolor y la frustración hicieran de las suyas en mí.

Lloré por la felicidad, el anhelo y la esperanza que había sentido durante las últimas tres semanas. Lloré por la forma en que permití que Aaron se involucrara aún más conmigo y lloré por todas las personas a las que estaba afectando con mi situación.

~*~

Cuando tomé conciencia nuevamente, escuché el palpitar de un corazón muy cerca de mi oído, mientras una suave mano se deslizaba por mi brazo izquierdo. El inconfundible olor a lavanda, delató la identidad de quien se encontraba a mi lado.

—Aaron —susurré, alejándome de su torso.

—Kimi, has dormido buena parte de la tarde —su voz sonaba un poco adormilada.

—Era de esperarse —dije, procurando que mi voz sonara seca.

Sentí la regular respiración de Aaron detenerse mientras se removía en su sitio.

—¿Pasa algo, princesa? —preguntó.

—¿Aparte del hecho de que me robaron las esperanzas? —pregunté con sarcasmo—. Nada. Y no me llames así, las princesas no son invidentes.

Las palabras lograron rasgar algo en mi. Al fin y al cabo, era cierto.

—Tu mamá me dijo que no has querido hablar con nadie.

Para ese momento, me había sentado en mi cama y recosté mi espalda sobre la pared.

—Sólo quiero estar sola.

Aaron se sentó a mi lado y pasó sus dedos por mis nudillos.

—Pues no se va a poder —sentenció—. Soy tu paño de lágrimas personal. No habrá momento alguno en el que tus ojos derramen una lágrima, y no esté yo aquí para secarla, Kim.

Fui incapaz de responderle aquello, sabía que le rompería el corazón.

—Hay algo más, ¿cierto? —su voz sonó ansiosa.

Tomé el aire que sabía que necesitaría, y me permití expresar en voz alta lo que había pensado desde la noche anterior.

—Aaron, yo no puedo permitir que dejes ir tu vida al caño por mí. Has desperdiciado mucho tiempo conmigo—dije—. ¿Qué pasará cuando seas mayor, y de repente te des cuenta que has dejado de hacer las cosas que te gustarían, por mi culpa?

Aaron se movió nuevamente hasta sentarse en la cama.

Llevó sus manos a mi rostro y rodeó con ellas mis mejillas.

—Eso nunca va a suceder. Todo lo que he querido hacer es permanecer a tu lado. No hay algo que desee más que a ti —su voz empezó a sonar desesperada. Sabía hacia donde se dirigían mis palabras.

—Aaron, me duele mucho hacer esto, pero quiero lo mejor para ti —las lágrimas iniciaron su desfile por mi rostro antes de que pudiera hacer algo para detenerlas.

—Kim, no nos hagas esto —su voz se quebró al mismo tiempo que mi corazón, y empecé a sollozar.

—Por favor, no lo hagas más difícil —le rogué.

Aaron se levantó de su lugar y lo escuché dar dos zancadas en la habitación mientras respiraba profundo.

—¡¿Que yo no lo haga más difícil?! —preguntó en medio de un grito—. Kimberly, la única que quiere hacer esto difícil, y quien ha iniciado esto tan absurdo, eres tú. Yo soy feliz a tu lado.

—¡A mi también me duele! —grité—. ¿Crees que no? Es sólo que yo no puedo seguir limitando tu vida.

—¡Entiende que nunca lo has hecho! Cada momento que he estado a tu lado, es porque así lo he deseado, y nada me ha hecho más feliz.

Se acercó a mí y tomó mi mano, sin embargo, solté la suya al instante. De inmediato, lo escuché soltar una corta carcajada cargada de amargura.

—Si esto es lo que tú quieres... Adiós, Kim.

—Adiós, Aaron.

Lo escuché alejarse dos pasos, y luego regresar, tomar mi rostro entre sus manos y darme un pequeño y suave beso sobre mis labios.

—Te amo —susurró, y salió rápidamente de mi habitación.

Era la primera vez que lo decía.

—Yo también te amo —murmuré, al tiempo que sentía cómo todo en mi interior se desmoronaba.

Mirada de ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora