Capítulo 9

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El peculiar, y siempre característico aroma del lugar, invadía cada rincón. La campanilla volvió a sonar y yo seguía sosteniendo el libro que Aaron y yo habíamos comprado. Luego de discutirlo durante un rato, no elegimos el que seguía próximo en la lista, sino uno que conocimos aquel día. Típico.

— ¿Lista para irnos? —preguntó.

— Claro.

Aaron abrió la puerta de la librería y me dio un ligero empujoncito en la parte baja de mi espalda para que pasara primero, y una vez salimos, tomó mi mano y caminamos hacia la derecha, en dirección a la catedral.

— Vamos a la plaza de la catedral —me dijo.

La distancia hasta aquel lugar no era extensa, por lo que caminamos unos metros, mientras él dibuja ligeros círculos con su dedo pulgar en mi mano.

Habían pasado tres semanas desde nuestra discusión, cuando quise dejar a Aaron de lado, y él se opuso. Las cosas habían ido mejor, aunque tuve un par de decaídas. Soy humana, y aquello me dolía bastante, yo en serio me había esperanzado. Y sí, puede sonar pretencioso, sobretodo partiendo del hecho de que no había visto durante 11 años, pero no podía hacer mucho por cambiarlo, era como me sentía.

Sin embargo, cada que sentía que estaba perdiendo nuevamente las fuerzas, recordaba a mi padre e intentaba pensar que él me estaba mirando y que amaría verme feliz.

—El día está de un ligero azul mate, posiblemente por la lluvia que hubo en la madrugada, y hace que todo se vea más limpio y más claro —su voz se escuchaba entrañable—. Las montañas, e incluso la mismísima Sierra, se ven pulcras. De entre las nubes se alcanza a divisar el intento del sol por mostrarse, haciendo que tengan visajes rojizos y amarillos. Es hermoso —suspiró—. Hay palomas a lo largo de toda la plaza, comiendo unos granos que les ha tirado un niño.

— Está hermoso el día, ¿no?

— Precioso. Pero no tanto como la chica que tengo a mi lado.

Sonreí.

— Eres el hombre más tierno del mundo.

—¿Sólo tierno? —preguntó—. Porque puedes agregar a tu lista romántico, entregado, apuesto, cariñoso, caballeroso.

Una pequeña risa se escapó de mis labios.

— Te amo, ¿lo sabes?

— Lo sé. Y me siento el hombre más afortunado de éste mundo cada vez que esas dos palabras escapan de tus labios.

~*~

Estuvimos cerca de una hora en la plaza de la catedral, hasta que una ligera llovizna empezó a caer sobre nosotros, y decidimos ir a casa de Aaron.

— ¿Quieres que nos quedemos en la sala, o subimos a mi habitación? —preguntó.

— No —mi voz sonaba nerviosa, por lo que aclaré mi garganta—. Aquí está bien.

Hasta ese día, no había estado a solas con él, porque en mi casa siempre estaban mis hermanos, que siempre nos interrumpían.

—Bueno, entonces... Iré a preparar algo de comida.

Vamos, Kimberly, atrévete.

— No tengo hambre, amor —me apresuré a decir—, ¿Sabes? Mejor... Subamos... Quiero recostarme.

— ¿Estás cansada? ¿Te sientes algo, Kim?

Casi me sentí mal por querer engañarlo.

Casi.

— Umm... Sí. Vamos.

Aaron me tomó de la mano, caminamos hasta su habitación y yo me senté sobre su cama.

Tomando valor, y rezando para que todas esas veces que mamá me había dicho que tenía lindas piernas fueran ciertas, las crucé y subí un poco la falda del vestido, de modo que se vieran más mis muslos... Ridículo, teniendo en cuenta que él me veía seguido en traje de baño.

— ¿Pasa algo, Kimi? —preguntó, sentándose junto a mí en la cama.

— Aaron... —intenté formar una frase coherente, sin embargo, parecía incapaz de hallar las palabras, así que me rodé un poco hacia donde se encontraba y tomé su mano entre las mías.

Él la tomó y depositó un tierno beso sobre ella. No pude evitar sentirme como la mala que trata de pervertir a un chico de sentimiento puros, o algo así.

Dios, ¿de verdad no se daba cuenta? Y luego yo era la ciega...

Haciendo un enorme esfuerzo por espantar mis miedos, me acerqué más a él y junté sus labios con los míos suavemente y, una vez el lo continuó, lo convertí en algo más profundo. Mientras lo besaba, llevé mis manos a la parte delantera de su camisa, en un intento de comprobar si tenía botones o no.

No los tenía.

Deslicé mis manos, llevándolas debajo de ésta y comencé  a subirlas por su pecho. Pero fue ahí cuando Aaron cerró sus manos alrededor de mi muñeca y, con delicadeza, las bajó.

— Kimi, no sé si... —lo besé nuevamente, impidiendo que hablara, pero él se alejó un poco.

—Aaron, te conozco desde siempre  —dije—. No hay nadie con quien quiera esto que no seas tu.

— Amor, yo también quiero. Créeme, no ha sido nada fácil verte por allí en la playa, casi modelando en bikini, y poder tocarte solo con excusas, cuando en realidad hay otros pensamientos rondando por mi mente—admitió—. Pero no tiene que ser hoy, no debe ser ahora. No si no estás segura.

— Estoy segura de esto, de ti y de mis sentimientos. Yo te amo, Aaron. Te amo lo suficiente para querer estar contigo de ésta y de muchas formas más, y... —esa vez fue él quien interrumpió mis palabras con un beso. No pude evitar soltar una risita que provocó que se alejara.

—¿Qué, era una broma? —preguntó. La confusión y la vergüenza invadían su voz.

—No —dije, riendo un poco más—. Es sólo que ha sido una buena forma de decirme que callara.

Él me acompañaóen la risa, hasta que la tensión subió entre nosotros.

—¿En realidad es lo que quieres? —preguntó

—Sí —susurré, y él se acercó nuevamente a mí.

Me besó de nuevo, esa vez con urgencia desde un principio. Mis manos regresaron a su camisa, y él me ayudó a quitarla, para luego hacer lo mismo con la mía. Nuestros besos iban y venían en medio de risas tontas. Recorrió con sus labios la parte baja me mi oreja, haciendo un camino por el contorno de mi rostro hasta llegar a mis labios, susurrando palabras de amor una y otra vez.

Rápidamente, nuestras ropas se encontraron en algún lugar de la habitación, lejos de nosotros. Sentí sus manos temblar mientras rozaba suavemente el contorno de mi busto, y acariciaba cada centímetro de mi piel.

Fue algo tan sublime, que no pude evitar sentir que mi amor por él crecía con cada segundo que transcurría, hasta que nos convertimos en una sola alma.

Y nunca nada se había sentido tan perfecto.

Mirada de ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora