XIII. Debiste suponerlo; estúpido.

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XIII

XIII. Debiste suponerlo; estúpido.

Al enterarme de la noticia el corazón se me oprimió, aunque llevaba mucho tiempo sin verla, la madre de Souvette había sido como una segunda madre para mí, era hermosa, sencilla y muy atenta. Siempre me tomaba en cuenta para cualquier cosa, un viaje, una salida, un día festivo, inclusive me invitaba a algunas fiestas familiares.

Realmente me costaba creer que una persona tan increíble ya no estuviera en el mundo, después de darme la noticia mi mamá sollozó afectada, aunque no se frecuentaban demasiado, mi madre y la de Souvette eran algo parecido a mejores amigas.

Luego de que cerró la puerta, inmediatamente me cerré en mí mismo, solo me levanté para buscar un bóxer y una pijama de short y franelilla para Cinerla, me senté en la cama con las piernas separadas y luego de darle la ropa me quedé solo allí, paralizado, con los codos sobre las rodillas y las manos cubriéndome la cara.

No sabía bien identificar lo que era, si frustración o dolor, lo único que sabía era que un sentimiento aterrador me acongojaba el pecho en su totalidad, me sentía fatal. Sin percatarme estaba temblando completamente, quería llorar, pero no me salían las lágrimas, estaba seco por dentro y por fuera.

Luego del maravilloso día que tuve, esa noticia me descompensó.

Pensando detenidamente las cosas me di cuenta que la confrontación de miradas con Souvette en la tarde no había sido pura coincidencia, lo había hecho a propósito para informarme con palabras silenciosas lo que estaba sucediendo, recordé que de pequeños hacíamos eso cuando nos sentíamos tan mal que ni siquiera podíamos hablar.

Ella desde el principio me lo quiso decir todo y aunque ese hecho me reconfortara de cierta manera, también me hacía sentir sumamente culpable.

Mi deber era entender esa mirada, esa manifestación jamás expresada, ese sentimiento que exponía con una disputa de miradas. Y no logré hacerlo, el lazo se había fracturado aún más.

Unos brazos delgados y uñas largas me empezaron a acariciar el torso desde la espalda, haciendo que toda la tensión de mi cuerpo se desprendiera de mi paulatinamente, Cinerla sin saberlo siquiera estaba calmando con sutiles roces los latidos desbocados de mi corazón insolente.

Me estaba permitiendo sentir demasiado. Más de lo que necesitaba, aunque era el único camino que tenía si me quería sentir mejor.

— Puedes llorar aquí, ángel —masculló, apretándome un poco, estrechándome en sus brazos de porcelana— lo sabes. Sabes que conmigo no tienes la necesidad de callarte todo, no demos pasos hacia atrás.

Sus palabras eran tan suaves como el algodón, parecía que me hipnotizaban, me dejé llevar por ella, me lancé en su pecho acurrucándome muy cerca del calor que desprendía su piel. Sin pensarlo demasiado sollocé allí sobre su nívea piel, me desahogué como llevaba tiempo sin hacerlo, las lágrimas en mis mejillas parecían tener vida propia, me recorrían hasta las clavículas y me abrasaban hasta el último centímetro de las entrañas.

Luego de pasar dos horas consolándome Cinerla con su rostro severo y cabello desaliñado me preparo un té para que me calmara, al beberlo me tranquilicé un poco, empezamos una charla trivial y nos quedamos así, esa vez ella siendo la cuchara grande y yo la pequeña.

El siguiente día iba a ser sumamente fuerte, así que lo único que me quedaba era descansar al menos unas pocas horas.





A las seis de la mañana me levanté y de inmediato supe que sería un día abrumador, le di un beso casto en los cerezas labios a Cinerla y me encaminé al cuarto del baño, tome una ducha rápida, sabía que si tardaba demasiado me pondría a pensar más de la cuenta y de todas las cosas que quería esa no era una.

Desconocida sin nombre.Where stories live. Discover now