IX. Quiero que sepas que lo intenté.

13 1 0
                                    


IX

IX. Quiero que sepas que lo intenté.


Septiembre, 2005.


Habían pasado ya tres años desde que Souvette y yo rompimos cualquier tipo de contacto, con el paso de los años me había percatado de lo importante y relevante que era ella para mí; ya que reconoces la importancia de las personas en tu vida cuando estas ya no forman parte de ella y las recuerdas de manera constante, pensando en lo que hicieron, en lo que no hicieron, las risas, los gestos, los sustos y todas aquellas cosas que hacían la relación fértil y fructífera.

Aun me daba nostalgia, pensar en lo que pudo haber pasado si no hubiera existido aquel roce de labios; a mis quince años pensaba en ese beso y me descompensaba, de hecho, el repudio a través del tiempo creció en mí y no quise obtener más contacto físico, lo detestaba, quizá era un mecanismo de defensa para que lo de Souvette no me afectara en gran manera , a esa edad he de admitir que no sabía reconocer bien mis emociones, pero lo que si sabía era que la seguiría queriendo y que no me rendiría, o al menos no en ese año, ni en ese preciso momento.

Me observé detalladamente en el espejo y detesté mi rostro, tenía cientos de pequeños granos, cuando llegué a la pubertad, la odie, mi voz cambió, mi cuerpo también, mi mandíbula tenía una forma más cuadrada y para esa edad me quería salir bigote; lo que realmente no entendía porque siempre fui lampiño.

—Lo detesto —bufé aniquilando una a una esas cosas grasosas del infierno—, ruego por el día en el que mi piel vuelva a ser lozana y pulcra, sin estas molestas imperfecciones.

Me vi en el espejo de cuerpo completo, aún era un poco rellenito, pero menos, la ropa me quedaba como anillo al dedo; una de las cosas que no había cambiado era mi estilo a la hora de vestirme y lo meticuloso que era al respecto.

Debía prepararme mentalmente para lo que haría, luego de tantos rechazos, sin embargo, al parecer no conocía la dignidad cuando se trataba de ella; aunque llevábamos bastante tiempo sin hablar, más por causa de ella que mía, que si fuera sido por mi esos años no hubieran sido de ley del hielo, los hubiera aprovechado para estrechar más nuestros lazos, no obstante, ella decidió alejarse de manera radical sin razón coherente alguna.

Suspiré profundamente para calmar mis ansias, estaba considerablemente estresado por lo que iba a hacer, estaba loco.

¡Dios mío aquello era demasiado!

Pero, nada era mucho esfuerzo cuando se trataba de ella, Souvette merecía cualquier tipo de esfuerzo de mi parte.

Habían pasado ya tres años y las pocas veces que nuestros caminos se habían cruzado ella había pasado de mi por completo, como si jamás me hubiera conocido en el Girasol naciente, el jardín de niños que nunca olvidaré, ya que allí fue donde la conocí.

Allí conocía a Souvette, mi mejor amiga.

Conociéndola, no me iba a perdonar tan fácilmente, pero no perdía nada intentándolo; dicen las malas lenguas que la tercera es la vencida, pero yo definitivamente exagere ese lema y extralimité los parámetros de tiempo en el modo rogar, me imaginaba que aquella era una de las tantas acciones que recordaría de manera jocosa junto con mis seres queridos; o eso era lo que quería creer.

Viéndolo desde otro punto de vista la situación podía parecer hasta cómica, pero en aquel momento era yo el que estaba a punto de hacer el ridículo adrede y para rematar, los nervios que me embargaban no eran nada normales; me observé por última vez en el espejo y salí de mi habitación; debía admitir que era una de esas personas que difícilmente se rendían y cuando era de referirse a esa chica de cabellos rubios aún más, Christopher Rainscence no dejaría que un jardín tan hermoso se marchitara por una epidemia como lo era el orgullo.

A veces era mejor doblegarse ante las situaciones para así lograr la victoria final.

—Okay —bufé, intentando calmarme—, ya estoy listo.

En el camino hacia la casa de Souvette no pude evitar que me sudaran las manos, parecía que había entrado en la menopausia y eso que se suponía que eso era solo en las mujeres.

¿Qué estaba haciendo?

Ni yo mismo lo sabía, estaba completamente desesperado y de eso no me quedaba la menor duda, tan grande era el choque emocional que tenía para la época que le compuse una canción, si es que se le podía llamar así a aquello que ciertamente no eran más que versos entrecortados que expresaban todo lo que en el tiempo en el que no nos hablamos no le pude decir.

Al encontrarme frente a su casa me atraganté con vaya Dios a saber qué, como por inercia de mi propia anatomía me ahogué, pareciendo un pez fuera del agua, uno muy sudoroso y nostálgico.

—Aunque lo he intentado muchas veces... —me dije a mi mismo— no pierdo la esperanza.

Toqué la puerta con mis nudillos para luego reproducir la música en la radio que había llevado conmigo.

Las lágrimas se asoman nauseabundas y

mis lagrimales amenazan con dejarlas salir,

un rojo escarlata desea revivir aquél sentimiento que dejaste morir.

Acércate a mi y percibe mi sentir,

los latidos de mi corazón día a día claman por ti,

cada pequeñeza me recuerda a tu existir,

e intento entenderte pero no sé cuál es tu fin.

¿Qué es lo que quieres?

No lo sé definir.

Si es romperme en pedazos, aquí estoy para ti,

utilízame, destrózame, para eso estoy aquí,

pero permíteme de nuevo tu calidez sentir,

ver tus ojos brillar como cielo errante,

ver tu risa fugaz demandante y

escuchar de nuevo tu corazón palpitar al son del mío,

en un solo sonido.

La seguridad que me proporcionas es irracional,

abarcándome los sentidos sin siquiera chistar.

Mírame a mí,

de nuevo aquí,

clamando por ti,

llorando por ti,

inclinando mi cabeza hacia ti,

anulando mi orgullo y expresando mi sentir,

sin importar nada de lo que puedan decir.

Lo intento otra vez,

tocando tu puerta, tu morada secreta,

deseando aunque sea una palabra de esa dulce voz,

voz que llena mis entrañas y me hace navegar en océanos de calma.

Otro intento más, por ti, por mi;

por ver de nuevo esa piel lechosa que diversas veces cuidó de mi.

Si te traicioné, perdóname,

solo te vengo a informar lo que siento y lo que sé,

quiero que sepas que no te abandoné,

que no me quedé de brazos cruzados,

no me paralicé, ni lloriqueé,

no me rendí, ni me rendiré.


Quiero que sepas que lo intenté.

Desconocida sin nombre.Where stories live. Discover now