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MARCOS P.O.V

Lo intenté varias veces más, cada vez con menos confianza en mí mismo, y con mayor desesperación. Y de repente, de los numerosos “pi, pi, pi…” surgió la dulce voz de Andrea.

-Siento no haberte contestado…

-¿Qué ha pasado? -Ni siquiera barajé la idea de que simplemente no quisiera hablar conmigo por lo que vio en mi cumpleaños.

-Bueno,... Victoria ha abortado.-Dijo, casi indiferente.

No se me ocurrió nada que decir, pensé en miles de opciones y ninguna me parecía la ideal.

-Lo… siento. -Dije, poco convencido de mi elección. Pero ella me dio las gracias sinceramente y dijo que ya hablaríamos.

Colgó el teléfono demasiado pronto. Yo pensaba pedirle disculpas, charlar durante horas y arreglarlo todo. Pero suponía que no era el mejor momento.

Sin embargo, no quise limitarme a esperar a que ella diera el paso, a que ella me hablara. Tenía que ganarme su confianza de nuevo, decirle que todo había acabado, y que me importaba ella. Nunca dejaría atrás a mis amigos, fuimos fieles los unos a los otros desde tiempos inmemoriables… pero no me dejaría arrastrar por ellos ni por sus vicios. Así que entré en internet, me metí a una página de vuelos y compré (con la tarjeta del doctor, claro) un viaje para dos personas que regalaría a Andrea. Obviamente para ir con ella, claro. Reservé en un buen hotel y entonces pensé que aunque quisiera que fuera una sorpresa, tendría que hablarlo con su madre. Y decidí que dentro de tres días iría a su casa para hablarlo con sus padres. Laura la sacaría de casa para que no me pillara, un plan perfecto.

Y pasaron los tres días…

Y yo estaba tan nervioso que las manos me temblaban y el corazón me palpitaba a un ritmo demasiado acelerado. Laura había aceptado sacar a su mejor amiga de casa con la excusa de ir a un espectáculo de patinaje sobre hielo. Yo toqué a su timbre. Esperé un minuto o dos y me abrió la puerta un hombre con barba de dos días, de pelo oscuro, ojos cansados y piel morena. Tenía la cara salpicada de arrugas y al mirarme frunció el ceño.

Pensé que me iba a invitar a entrar, pero como no hizo intención, empecé a hablar.

-Buenas tardes… soy un amigo y compañero de Andrea. Querría hablar con sus padres.-El hombre me revisó de arriba a abajo.

Había intentado ponerme lo más pijo posible, intentando ocultarles esa faceta que hacía que Andrea me llamara macarra. El hombre pareció confiar en mí y me invitó a entrar con la cabeza. No soltó ni una palabra, excepto un grito “¡¡Carmen, baja, por favor!!”

Se sentó en el sofá y yo me senté a su lado. Di por sentado que era el padre de Andrea, y la mujer que bajaba descuidadamente por las escaleras era su madre.

Me levanté y le di dos besos, por su expresión vi que casi se sorprendió.

-Dice este muchacho que es un “compañero y amigo” de nuestra hija.-Dijo el hombre con cara de pocos amigos.

La mujer se dio cuenta de cómo iba (tampoco iba mal, en pijama, con el pelo recogido, y con los guantes de fregar) y se sonrojó. Eso me divirtió y sonreí.

-Sí, soy el de la fiesta de cumpleaños del otro día.-Ante la cara que extrañeza de ambos, concreté- me llamo Marcos… soy el que cumplió dieciocho años el otro día. Y para agradecerle la fiesta sorpresa que me montaron, les voy a regalar un viaje (también sorpresa) a los asistentes. Su hija está entre ellos.

Aún tras todas las explicaciones, ellos parecían muy extrañados. Carmen me preguntó a cerca de las cosas del viaje (destino, fecha, precio…) yo les informé de que era un viaje a la clásica Italia, duraría tan solo una semana y era todo a mi cargo, yo me hacía cargo de los gastos.

Ellos parecieron satisfechos, pero a la vez extrañados. Les hice jurarme y perjurarme que no le dirían nada del viaje a Andrea, y que me llamaran si aceptaban o no.

Otra historia de amor adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora