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El sábado me desperté algo más tarde que de costumbre, y aún así, la hora no superaba las nueve y media de la mañana.

Bajé a desayunar con mi madre y Héctor. Mi hermana ya se había ido a trabajar y mi padre estaba vete tú a saber dónde.

Mientras comía unas cuantas galletas de tamaño considerable y engullía un vaso de leche caliente, mi madre me contó que estaba empezando un curso de 'Las Chicas De Más De 30 Que Aparentan Menos De 20', o como a ellas les gustaba llamarlo el 'LC30AM20'. Parece nombre de estrella, pero en realidad es un club muy divertido donde mujeres de más de treinta años hacen cursos de cosas de su edad, como ganchillo, recetas,...

Mi madre no trabaja, por lo tanto, su única distracción era ir al club. Allí había conocido a las que por aquel entonces eran sus mejores amigas. Cati, una mujer de casi cuarenta años que no tenía marido ni hijos; Maria del Dulce, una mujer de la edad de mi madre que tenía un hijo con síndrome de Down y su marido la había abandonado poco después de enterarse de la enfermedad de su hijo y Julián, un hombre homosexual de cincuenta años, con marido.

-Hoy vamos a hacer un curso de jardinería. A ver qué tal se nos dan las petunias... -Me iba diciendo mi madre.

-Y si se te dan bien, podrías montar un huerto en casa, ¿no?

-Uy, no, quita, quita... Si yo lo hago por divertirme, ¡en realidad soy muy mala en jardinería! ¿No te acuerdas de Conchita, la planta que me regaló tu padre?

Conchita era una flor muy rara que le regaló mi padre a mi madre por el día de los enamorados. Duró exactamente dos días. Mi madre y yo la ahogamos sin querer intentando que no pasara sed.

-Pero con Conchita yo tenía seis años, y ya hemos aprendido la lección... yo creo que por probar...

-Bueno, pruebo con este curso -me dijo mi madre- y ya veremos.

A continuación le di un buen discurso sobre lo importante que era autoabastecernos, sobre que si teníamos un huerto todo sería mejor y más maravilloso, y cogeríamos menos enfermedades,...

Luego subí de nuevo a mi habitación para terminar los deberes. Antes de eso, miré mi móvil para ver si tenía algún mensaje nuevo.

Me sorprendí al ver que tenía seis llamadas perdidas de un número desconocido. No le presté mucha atención, y seguí con lo mío.

Al poco rato, cuando estaba a punto de resolver una ecuación muy difícil sonó de nuevo, y lo cogí.

-¿Quién es?

-Hola Andrea, soy Marcos. -Escuché a través de la línea. -Pensaba si os apetecía quedar a Laura y a ti hoy por la tarde. Podríamos ir a la librería que mencionaste ayer...

-Se lo diré a Laura, pero yo no creo que pueda... tengo comida familiar.

-Bueno, tú pregúntale a Laura y luego me llamas. -Me dijo.

Colgué sin despedirme. Le mandé rápidamente un mensaje a Laura diciéndole que Marcos quería salir con nosotras, pero que yo no podía ir porque tenía que ir a casa de mi abuela, y que si quería hablar ella con Marcos le mandara un mensaje al número que me había llamado.

Acabé los deberes y miré el móvil esperando una llamada perdida o un mensaje, pero no había nada. Me obsesioné bastante con ello, pero se me quitó la obsesión cuando mi padre entró en mi cuarto para decirme que ya había llegado. Me dio un beso.

-¿Qué haces, pequeña? - Me preguntó.

-Deberes -dije yo haciéndole un puchero -tengo muchos, y son muy aburridos.

Otra historia de amor adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora