CAPÍTULO CUATRO: EXPOSICIÓN

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—Usted, Catalán, me dijo que tendría un equipo como corresponde. Pero cuando llego solo tiene a un Vinculante que apenas sabe un par de cosas sobre su don y una muchachita que ni siquiera sé que hace.

—Marín... —murmuró Alonso y a su espalda, la oscura silueta de Felicia suspiró de impaciencia.

—Soy una Cartógrafa —dijo Emilia. Enojada como estaba, la veo dar un paso al frente, porque ella no es de las que pueden discutir a más de dos metros de distancia de su contrincante.

—¿Cartógrafa? ¿Para qué nos sirve eso? ¿Nos dibujará mapas para que no nos perdamos?

Arsenio se rió ante sus preguntas, dándole tiempo a Emilia de cerrar los ojos y entrar en esa especie de trance que le permitía ver lo que ni siquiera otros Médium podían ver. He leído que otros de su tipo, los pocos de los que hay registros, deben usar estímulos para que su psiquis detecte los rastros. Algunos necesitan agua o incluso dormir. A Emilia le basta concentrarse en caso de que quiera solo vislumbrar los rastros (como había hecho en su reciente encuentro con Luisa), o cerrar los ojos y respirar profundo si el objetivo era algo más complejo. La primera vez que presencié una de sus Búsquedas, como ella les llama, hasta me decepcioné un poco por lo burdo del momento.

Pero lo cierto es que no tiene nada de burdo. Cuando su inhalaciones se acompasan a los latidos de su corazón, Emilia vuelve a abrir los ojos, solo que la visión que la espera ya no es la misma. Esa noche, en la oficina de Figueroa & Asociado, lo que vio fueron cinco rastros, dos fuertes y de color plateado surgiendo de las frente de cada detective y tres dorados surgiendo de los pechos de los Médiums y del suyo propio. Los recorridos más recientes, tanto de los fantasmas como de los Desencarnados, eran brillantes, casi palpables a pesar de no ser más que lo que en Parapsicología solemos llamar Ectoplasma. Otros rastros, muchos otros, eran perceptibles pero mostraban distintas fases de desvanecimiento. Bastaban un par de días para que un rastro se desvaneciera del todo, aunque Cartógrafos experimentados como Emilia podían encontrar el residuo de cualquier rastro y seguirlo sin problemas.

Detectados los rastros, Emilia se concentró en el de Arsenio Marín, que le pareció más débil que los otros; aún así, bastaba para lo que pretendía. Ante el silencio aturdido del hombre, la joven cerró los ojos de nuevo y con su mente siguió el rastro de Arsenio en reversa hasta el lugar desde el que había salido esa noche rumbo al número 1006 de calle Independencia. Se sorprendió de lo cerca que quedaba, a solo unas cuadras del río Mapocho, en un edificio oscuro y estrecho de Bandera. Cuando tuvo la ubicación, abrió los ojos y sonrió.

—Bandera #209, presumo que en el tercer piso. Ahí es donde vive. O al menos es de donde salió esta noche para venir aquí —dijo de un tirón. Luego señaló a Sergio Larraín con un movimiento de cabeza—. Si quiere puedo seguir con él, así le demuestro de lo que soy capaz...

Arsenio Marín, y Sergio Larraín a su espalda, la miraron con la boca abierta, a medio camino entre la sorpresa y la confusión.

—Puedo detectar, seguir y revivir rastros psíquicos —continuó Emilia—. En eso consiste ser Cartógrafa. En teoría, puedo encontrar a cualquier fantasma y a cualquier Médium.

—¿En teoría? —preguntó Sergio Larraín, hablando por primera vez. Tenía una voz agradable, juvenil pero aterciopelada.

Emilia se giró hacia él.

—Nunca he fallado —mintió, desechando al instante los recuerdos de la mañana, cuando intentó buscar el rastro de su prima en su habitación o de cualquier Desencarnado que no tuviera que estar ahí. No dio con ninguno—. Pero no soy tan orgullosa para creer que eso sea imposible... o para menospreciar el don de los demás.

Figueroa & Asociado (Trilogía de la APA I)Where stories live. Discover now