¿Qué estabas esperando?

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El silencio se apoderó de la sala. Atrapados en un laberinto de dudas que no paraba de crecer en su cabeza, los Owen no sabían por dónde empezar; ni siquiera si estaban listos para asimilar las respuestas. Gary, Blair y los mellizos miraron a su hermano mayor, cuya mirada se perdía en el vacío sobre la mesa.

—Si tenéis alguna pregunta... —dijo John, intentando abrir un canal de diálogo.

Jimmy, en un acto impulsivo, empujó su silla hacia atrás y se puso de pie con brusquedad, ahogando las palabras de John. Salió de la sala sin un atisbo de conciencia sobre la expectativa de sus hermanos y evitó cruzar la mirada con Sam.

John lo siguió.

—¿Qué es lo que pasa? —se preguntó.

—¿De verdad me lo preguntas? —Jimmy estalló, enfrentándose a él.

Parecía mentira no haber intuido la reacción que iba a tener su hijo adoptivo cuando se enterase de toda la investigación sobre él y su familia que había llevado a cabo a sus espaldas.

—Te prometí explicaciones, y eso es lo que te estoy dando —respondió John con serenidad.

—Todo lo que acabamos de escuchar ahí dentro... ¿Cómo has podido ocultármelo tanto tiempo?

—Es complicado —se limitó a decir.

—¿Complicado para quién, John? ¿Para ti? Llevo años preguntándome qué me pasa y tú lo sabías. Y no me lo dijiste. —El tono de decepción que acompañaba a sus palabras era una daga para John—. Sabías lo que era y me dejaste sentirme así. Me pregunto si no lo planeaste todo. Adoptarme y traerme aquí... para estudiarme.

—No digas tonterías, Jimmy. No eres un sujeto de laboratorio —John se mostraba cada vez más desesperado—. Tu madre murió cuando tenías dieciséis años. Si ella te hubiera hablado de esto antes...

—No te atrevas a culparla —Jimmy lo interrumpió con un tono cargado de amenaza. La sangre hervía bajo su piel—. No la conocías. —John hizo una mueca involuntaria—. ¿La conocías? ¿Conocías a mi madre y tampoco me lo dijiste?

John exhaló. La decepción en la mirada de Jimmy lo abrumó. Que el chico estuviera en ese estado hacía más difícil sincerarse, pero era consciente de que él había provocado esa situación. Se humedeció los labios y reconoció su error:

—Lo siento. Debí habértelo contado.

Jimmy, luchando por contener su ira, notó la mirada de Sam clavada en él desde la puerta. Relajó su postura y, tras tomar una profunda respiración, regresó a la sala sin pronunciar una palabra más.

En el interior, el resto de los Owen permaneció en un silencio reflexivo. Blair, absorta en sus pensamientos, contemplaba a través de la ventana la oscuridad exterior, espejo del tenso ambiente que se respiraba en la habitación. Gary, con la cabeza gacha y los brazos cruzados, mantenía su mirada fija en la mesa, mientras Robbie observaba el estoicismo aparente de su hermano mellizo.

Jimmy y John reingresaron a la sala, seguidos por Sam, quien se detuvo en el umbral, como si la linde fuera territorio neutral.

—Si tenemos la genética que mencionáis... —comenzó a decir Gary y el doctor Malone señaló la pantalla que mostraba su cadena de ADN. No era una posibilidad; era un hecho constatado—. Quiero decir, si eso es nuestro... ¿Por qué no recuerdo nada de ello? Empecé a sentirme diferente a los quince o dieciséis años, pero no antes. ¿Por qué?

—Es viable si consideramos genes inducibles que se activan bajo condiciones específicas, como la aparición de hormonas particulares durante la adolescencia —contestó el doctor Malone—. Sin embargo, en vuestro caso, parece más un recordatorio.

Los Guardianes (I): OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora