Capítulo 8

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Ocho en punto marcaba el reloj, cuando Mireya y Noelia terminaban de verse una vez más en el espejo. Mireya con sus cabellos color fuego y un vestido tubo en blanco, y Noelia con un vestido campana en color morado, tomaron sus carteras de mano y salieron tan pronto escucharon el timbre: los amigos las esperaban ansiosos en el portal, con un auto negro estacionado cerca, el de Sebastián.

Todos se saludaron con efusividad, sobre todo las mujeres que no habían visto a Víctor.

El susodicho vestía camisa beige y pantalones negros, mientras que Sebastián prefirió el negro de pies a cabeza. Nada de corbata.

Una mesa para cuatro, buena comida, buen vino y una muy larga plática ocupó la noche.

Sebastián no podía evitar mirar a Noelia: «Está tan hermosa», pensaba.

― ¿Verdad, Sebastián? —confirmaba Mireya entre risas.

― ¿Mmm? —salió de sus pensamientos. Noelia sonrió con timidez, llevándose una copa a los labios, supo que aquella distracción la había causado ella.

― Que sería divertido viajar a la casa de montaña en Granada, e invitar a Harry. Justo los cinco, como antes —repetía la joven.

― Pero Harry tiene novia —respondió. Víctor sonrió y Mireya rodó los ojos.

― Bueno, los seis y con el mío, siete —dijo Mireya.

― ¿Tienes pareja? —Víctor alzó las cejas. Mireya y Noelia asintieron.

― ¿Tú también? —Sebastián se dirigió a Noelia tras aquella acción.

― Me refería a Mireya. Su novio suele recogerla después del trabajo.

― Pues yo también tengo pareja —Víctor alardeó.

― ¿Y desde cuándo? —Sebastián preguntó con recelo.

― Es reciente. Llevamos unos cuantos días saliendo y anoche... bueno, ya saben.

― Ocho personas entonces. Así que hagan espacio en sus agendas. Nos vamos a principios de noviembre, un fin de semana completo y les aviso con muchísima anticipación, así que no quiero excusas. —concluyó Mireya.

Pronto Sebastián vio que Mireya y Noelia susurraban algo. Noelia negó con la cabeza dos veces tras un par de preguntas que le hizo la amiga. Tampoco le dio demasiada importancia. Pensó más en el viaje, un fin de semana en la casa de montaña podría ser crucial. Ahí la besó por primera vez...

La sentía cálida, no era reacia, él se mostraba interesado y ella no parecía rechazarlo, sino al contrario.

¿Estaría jugando de nuevo con él?

Esperaba que no. Habían pasado muchos años ya, y lograron quedar como amigos, a pesar de todo el daño hecho. Ahora era diferente. Eran más maduros y más conscientes de los sentimientos, y preferían ir con cautela, pero a paso firme.

Se quedaron en el lugar cerca de tres horas entre risas, recuerdos y buena comida.

De regreso, dieron un paseo en auto, y cada uno se quedó en su respectivo hogar: Víctor en el edificio donde tenía su apartamento, y las mujeres en su villa.

Mireya se despidió, saliendo del auto y antes de que la joven a su lado lo hiciera le dijo:

― ¿Puedes esperar, Noe? —y es que ella también deseaba quedarse— ¿Te dije que hoy te ves muy linda?

― Sí, cuando Víctor y tú nos recogieron antes.

― Bueno, lo repito.

― Sebastián...

― Quiero besarte, Noe —susurró.

― Yo...

― Estás nerviosa.

― Ha pasado mucho tiempo. Un día te veo de nuevo y ya no sé qué me pasa —susurró también.

― Me ocurre igual —se acercó lentamente a la joven.

― Tal vez...

― ¿Tal vez qué?

― No sé si sea correcto, Sebastián —le acarició una mejilla.

A él no le importaba nada más. La besó profundamente, sintiendo cómo el corazón le palpitaba más fuerte con cada movimiento. Noelia abrió los labios para recibirlo, envuelta en sensaciones locas y deseosa de más.

Seis años se resumieron en ese momento.

― Noelia... —dijo, jadeante.

― Debo irme. Que tengas buena noche —y lo besó en los labios, suave y rápido, para luego marcharse.

Al día siguiente, la joven despertó con dolor de cabeza. Arrastró los pies a la cocina, después de un breve aseo y se encontró con la conviviente, tomando asiento en un taburete alto del mesón.

― Hola, bella durmiente —dijo Mireya con una sonrisa, mientras se ocupaba del sartén—. Pensé que dormirías más.

― ¿Qué hora es?

― Casi las diez —sacó unas tortillas de papas del sartén al plato—. ¿Quieres?

― Sí, sí...

― ¿Qué tienes?

― Creo que me afectó un poquito el vino de anoche —se masajeaba la sien.

― Avísame cuándo puedo preguntar por Martínez —sonrió burlona.

― Oh... —resbaló los codos por encima del mesón y enterró la cabeza entre sus brazos— Me besó...

― Ay Noe...

― Sí, fue un atrevido... —alzó la cabeza.

― Ajá y tú, enojadísima, ¿no? —expresó con sarcasmo. La amiga sonrió.

― Estoy confundida. Me gusta, Mireya, más que hace años.

― Entonces ya sabes lo que tienes que hacer si quieres estar con Sebas.

― Es que al mismo tiempo desconfío. Eso me frena.

― Bueno, ya veremos qué dice el tiempo. Come.

― Se me antojó helado —se levantó en busca de cubiertos en los cajones.

― Oh no, si vas a estar triste y confundida, llora, no engordes.

Porlo menos no me niegues la tortilla —y empezó a comer, sonriendo. 

Otra vez tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora