Un explosivo Ceniciento

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Hace muchos años en un lejano país, un gentil Duque de gran corpulencia e igual bondad acababa de perder a su esposa a manos de una terrible enfermedad que le sumió de repente en el eterno sueño. El bondadoso hombre creyendo que su precioso hijo necesitaba una figura materna se volvió a casar con una mujer que ya tenía dos hijos mayores que el suyo. El buen hombre llamado Toshinori pensó que le vendría bien tener alguien con quien jugar y no solo con los empleados de la finca.

Un trágico día su padre salió de viaje y tras el asalto del terrible pirata All for one , sufrió terriblemente heridas, de las que recuperarse. Sangrando del costado derecho con su antaño camisa celeste ahora del color de su sangre, en esas frías aguas junto a su barco yacio. La noticia llego a la casa, siendo nuestro pobre e indefenso niño quien lloro su perdida. Tras ese día él fue relegado a la estancia más alejada y sucia de la casa. Todos los sirvientes que se ocupaban de mantenerla sustituidos por ese niño rubio llamado Katsuki. Al que sus simpáticos y agradables hermanastros llamaron Ceniciento ya que en contraste a ellos dos que portaban lujosos trajes y galas. El pobre siempre con harapos que bien podrían ser de un mendigo, su rostro siempre lleno de cenizas y las manos llenas de callosidades por el contante trabajo físico, les pareció gracioso el llamarle así. Del lindo y dulce niño que admiraba a su padre solo quedaba el amor que sintió por él. Su cuerpo ahora de un joven rubio ceniza, trabajado por el duro esfuerzo realizado a diario que solo veían sus mejores amigos. Dos molestos ratones que le seguían a todos lados. Nunca le agrado el trato recibido por ellos tres pero no tenía mucha escapatoria ya que el desgraciado de su padrastro se quedó con todo lo que alguna vez hubiera sido suyo si su padre viviera. También estaba el pequeño inconveniente de que ese despiadado hombre se convirtió en su propietario cuando su padre murió.

Como todas las mañanas el joven se levantó cuando aún no lo hacían ni los jornaleros, para vestirse y empezar a limpiar, cortar leña, lavar la ropa de sus hermanastros. Sin olvidase de preparar el desayuno. Todo antes de que se levanten y tenga que oír sus insufribles voces, sin contar esos feos rostros que ni todos esos potingues sin éxito que se echaban lograban arreglarlos. Uno era feo de naturaleza pero el otro lo que le hacía repugnante eran esas feas y costrosas quemaduras en la mayoría de su piel. Entre insulto e insulto, hacia su vida, supuesta familia e incluso contra el aire que respira, realizaba las labores solo visto por el perro ya mayor de su padre que le miraba desde su cómodo sitio en el suelo. Siempre le había hecho gracia como ese perro parecía gritar cada vez que ladraba. Por eso mismo desde que su padre muriera solo entraba a la casa cuando todos dormían con la condición de estarse callado. Ese perro de dorado pelaje siempre de punta sobre su cabeza, era lo único que le quedaba de su amado padre. Con los años el joven huérfano había adquirido una mala lengua y peor personalidad. No era su culpa en sí ¿quién no se volvería algo raro y hermético si tu gran compañía es el perro de tu difunto padre y dos ratones a los que nombro Sero y Mina? ¿Y sufriendo malos tratos e insultos de los que se suponía tendrían que ser tu familia?

A las Ocho y cuarto los dos hermanos llamaron por su desayuno al chico que para ellos no era más que una inútil herramienta. Entre más insultos y amenazas de matarlos algún día mientras duermen para no oír esas horribles voces, llego a la puerta de sus hermanastros con tres bandejas haciendo equilibrio en sus brazos.

―Más inútil y no naces Ceniciento, ya deberías saber que solo bebo leche de soja virgen recolectada por la noche―Protestaba Tomura con otra de sus imposibles y carísimas peticiones, como la vez en que el pidió carne de delfín y luego no le gusto. Mas contando las leyes que tuvo que saltarse y lo difícil que fue conseguir esa carne.

―Al menos podéis limpiarte antes de traernos la comida. Tu feo rostro me quita el hambre―le insultaba su otro hermanastro Dabi ―Padre tenía que haberte vendido hace años, seguro a algún viejo le habría gustado usarte―sonrió con esa cara de sicópata de costumbre y ya el rubio se había acostumbrado. Solo podía morderse la lengua apretando los puños para no hacer una imprudencia que le llevara a tener un horrible castigo. Como cuando se tropezó y tiro los platos rompiéndoles. Estuvo un mes encadenado a una viga en el sótano sin comer, apenas pudiendo beber lo justo para no morir. Mucho menos lograr dormir en esa posición los primeros días.

Cuando la clase 1A invade DisneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora