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Capítulo 3

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"Las promesas y las tortas están hechas para romperse"

―Jonathan Swift


***

Fui demasiado ingenua.

Habían pasado alrededor de cuatro meses desde que inicié este trabajo como la asistente de Thomas. Solté un suspiro cansino. Estaba cansada, aburrida y hambrienta. Aunque me limitaba a observar y estar quieta en un rincón, asistir con Thomas a casi todos los eventos en donde era invitado era sumamente agotador. Bostecé. Daba igual si alguien me viera o si lo hiciera de la forma más grosera; de hecho, nada me importaba más que ir al apartamento lo más pronto posible.

Quería irme de aquí y descansar, o estudiar al menos.

―No dejes de mirarme ―dijo alguien cerca.

Me sobresalté ante la profunda voz de Thomas y la cercanía de su rostro con el mío. Un segundo de distracción de mi parte le bastó para aproximarse.

―Ni que fuera tan especial verte ―farfullé, lo empujé por los hombros.

―Eso no lo sabes.

Tan seguro de sí mismo. ¿Dónde sacaba tanta confianza?

No importaba de todas maneras.

Thomas se marchó con su habitual sonrisa alegre, con la seguridad de quien sabe que tiene asegurada la victoria. Me limité a quedar de pie justo a la par de una mesa, donde se encontraban sentados cinco hombres pioneros en el mundo de la gastronomía; o eso se escribía en los periódicos. Solo sabía que uno de ellos era un buen amigo de Thomas (André) y otro un envidioso-admirador rival (Mauricio). Los otros tres hombres, que eran de edades diferentes y un poco avanzadas, poseían un gusto exigente por la comida y eran críticos devastadores. Otra vez, eso decían los periódicos locales, hasta donde sabía de Thomas y de Edward, los últimos tres eran colegas del padre de Thomas.

Solté otro suspiro, hastiada.

―Ahora que lo pienso ―escuché la voz cantarina de André, quien se volvió en mi dirección con una expresión desconcertada―. ¿Por qué Thomas tiene ahora un asistente personal cuando siempre estuvo Edward a su lado?

El rostro de André, salpicado por pequeñas pecas en los pómulos, jamás me pareció tan molesto. Sus ojos verdes me analizaron de pies a cabeza, escrutando hasta el más mínimo detalle mi aspecto con la clara intención de justificar la decisión de Thomas. Cada vez que nos encontrábamos solía hacer ese tipo de comentarios, aunque nunca obtenía una respuesta. Le caía pésimo, pero pésimo en verdad.

Arqueé una de mis cejas con una maestría envidiable, gesto que le daba cierta rudeza a mis expresiones.

―¿Qué? ¿Quieres una foto? ―le pregunté con hastío―. Si tanta duda tienes de mí, solo suéltalo y no te lo guardes.

―Paso.

―¡Idiota!

―Tú.

―¡Zopenco!

―Tú lo serás.

El suspiro hastiado del segundo hombre, Mauricio, terminó con esa batalla de insultos sin emitir comentario despectivo al respecto. Su expresión enojada dijo lo que las palabras jamás dirían. Ese sonido que apenas fue pronunciado envió un torrente de electricidad y envolvió el ambiente entre los tres. Daba la impresión de que explotaría en cualquier instante.

―Si escucho algún otro insulto no me contendré en absoluto. ¡Compórtense! ―masculló, apretando los dientes―. Ya no son niños.

―Él empezó.

―Ella empezó.

Dijimos al mismo tiempo.

Mauricio profundizó su expresión malhumorada: guardamos silencio de inmediato. Quizá este hombre podría superar a Edward en brusquedad... sí, podría ser posible.

―Thomas empezó.

La gran emoción que pronto envolvió el ambiente fue abrumadora, era uno de los efectos secundarios que Thomas ocasionaba sin querer al empezar a cocinar. Tragué saliva, asombrada. No era la primera vez que lo veía sostener un cuchillo en las manos, pero cada evento, cada ocasión, siempre se sentía como la primera vez.

La primera impresión que tuve al ver a Thomas, en ese estado absorto y de completa concentración, fue un inexplicable desconcierto. Sus manos se movían con la destreza de un hábil espadachín y con la amabilidad que lo caracterizaba. Trataba a los alimentos con tanta delicadeza y suavidad que parecían compartir entre ellos varios secretos, como si él le susurrara con sus movimientos gentiles palabras incomprensibles.

Se me fue el aliento un instante cuando se giró a verme. Me sonrió y no hice más que recobrar la postura de inmediato, pues no podía darle el lujo de verme embobada por su cocina. Quizá era por mi falta de experiencia en la cocina y en la comida gourmet lo que me convertía en alguien fácil de impresionar o si simplemente se debía a ese chef en particular que hacía ver las cosas de un modo mágico y fácil.

―Cuando Thomas cocina es un verdadero espectáculo de completa apreciación, y aún más cuando se disfruta el primer bocado. Es todo un prodigio. ―Esas palabras las dijo uno de los gastrónomos; si mal no recordaba, se trataba de Chap Gordon. Observaba a Thomas con fascinación, con esa expresión de completa tranquilidad en el rostro, incluso parecía que las arrugas de le vejez se desvanecían ante la emoción del momento.

A excepción de Mauricio, los hombres presentes se mostraron de acuerdo con el comentario de su compañero.

Chap Gordon era un crítico que adoraba la comida y que, según Thomas, había destrozado a varios restaurantes con sus palabras por la falta de calidad y originalidad en los platillos que fueron servidos ante él. Lo que me hizo darme cuenta que debía amar mucho la cocina de Thomas para no decirle nada negativo; a lo mejor se trataba de la relación amistosa que poseía el padre de Thomas con el gastrónomo.

Tal vez ahí estaba el secreto del éxito: mantener relaciones devotas. Solté una risa sigilosa. Thomas no parecía ser ese tipo de persona, ¿o sí?

A lo mejor era su lado oscuro. Mis pensamientos sonaron un poco crueles viniendo de mi parte, siendo yo alguien que era vista como la fiel asistente de Thomas. Pero ¿qué implicaba ser "fiel"? ¿Qué significado tenía esa palabra en particular?

Nada, por supuesto. No poseía significado especial. Solo era una palabra vacía y monótona, no era como si independientemente me hubiese convertido en su aliada y debía alagarlo como todos. Eventualmente, llegaría el momento en que me aburriría de él o envidiaría la vida estable que poseía Thomas; lo que fuera a surgir primero.

Aunque fuese gracias a su café y comida que pude recobrar un poco la calidez, seguía sin ver los colores de la vida. Todo seguía siendo tan aburrido y descolorido en mi entorno. Nada había sido solucionado, solo encontré un camino donde refugiarme mientras me hundía en mentiras y engaños.

Convivir con Thomas y trabajar juntos no significaba nada, era como meterse al agua juntos y no mojarse. 


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Gracias por leerme <3

Enredada con el chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora