Capitulo 6: El sol

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 Sara

Aquella mañana fue la primera vez que el haz de luz colándose a través del vidrio de la ventana no me molestó, me agradaba, podía sentir la poca calidez del sol filtrándose y penetrando en mi piel helada. Estaba cubierta por unas dos o tres sabanas, vistiendo mi pijama de invierno color lila con dibujos de pequeños gatitos, deseando nunca tener que moverme de allí. El pajarito del reloj cuco salió de su pequeña casa para canturrear indicando que eran alrededor de las doce. Era tiempo. Me limité a soltar un suspiro largo cargado de pesar, de pereza, demostrando la falta de energía para empezar el día.

Me senté a un lado de la cama, frotando mis ojos incesablemente con la ilusión de levantarme aunque terminé echándome de nuevo sobre el colchón mullido. Realmente no era capaz de moverme, quería permanecer acostada por días. Con ese horrible vacío ocupando mi pecho, deseoso de acabar con todo, volviéndome temerosa de enfrentar al mundo, me sentía tan frágil como el cristal, tan vulnerable que el mismo viento con una simple sacudida me arrastraría hasta lo más profundo de un acantilado. Sin embargo allí estaba, respirando, considerando que algo estaba mal en mí, que no había razones para que estuviera con vida.

Volví a sostener el teléfono entre mis manos, apreciando la pantalla en negro, viendo mi reflejo en él. Había una chica, aparentaba físicamente parecerse a mí, lo sospechaba por el mismo color de ojos. Aunque los suyos se notaban cansados, apagados, atrapados en la profunda oscuridad; su rostro se veía más delgado y pálido de lo normal y la comisura de sus labios ya no podían dibujar una sonrisa, ni si quiera una mueca. Solo se podía observar un rostro totalmente diferente al que recordaba.

Era la sensación que todo rastro de aquella chica tierna y dulce había desaparecido de la faz de la tierra y me estaban presentando a su hermana gemela, la peor versión de sí misma. La versión que se sentía una inútil, fracasada, una basura y era lo suficientemente débil como para haber intentado suicidarse el día anterior...

Mi estómago entonces comenzó a gruñir reclamando por comida y me vi obligada a levantarme de la cama para desayunar. El camino de la habitación a la cocina lo recorrí con pereza, arrastrando los pies al ras del suelo, escuchando el silencio sepulcral de mi departamento con el sonido hueco del reloj cucú moviendo sus manecillas de fondo. Bastaron unos cuantos toques en los botones de la máquina para que empezara a preparar el café mientras me decidía en tostar algunas rodajas de pan. Luego hundí mi cuerpo entre medio de los cojines del sofá sosteniendo mi taza de café en  mano mientras comía las tostadas de a pequeños mordiscos, perdida en mis pensamientos, mirando hacia la nada, dejando así que me inundara el vacío de aquella habitación. Sentía como una brisa  inexistente se colaba entre los marcos de la ventana, llegando hasta mi piel, causándome escalofríos y el sonido hueco de las manecillas que retumbaban una y otra vez contra las paredes estaban logrando desquiciarme de alguna manera. Dejé absolutamente todo lo que tenía en mis manos y me levanté del sofá en dirección hacia la puerta, dispuesta a irme de ese departamento. Las fotos colgadas en la pared, el reloj, el olor a café, el perfume a gardenias que estaban punto de marchitarse, todo me estaba sofocando y abrí la puerta queriendo huir de allí espantada.

Para mi sorpresa, la puerta de enfrente de mi departamento se abrió de par a par al mismo tiempo que la mía, dejando ver aquel chico rubio que resultaba ser mi vecino vistiendo su ropa de entrenamiento, como preparado para salir a correr. Él se quedó observándome estático, tragando saliva, sin saber cómo reaccionar ante nuestro repentino encuentro. La noche anterior todavía estaba tan fresca en nuestras memorias que inmediatamente al cruzar miradas, nos tensamos. Nos habíamos besado y era consciente de eso. Sin embargo, había tenido que verlo de nuevo frente a mí para percatarme que en realidad había pasado, cuando apenas si aparentaba ser un sueño en que el simple roce de sus labios había logrado callar todos mis demonios.

Equinoccio (2do libro Solsticio de verano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora