11. Persiguiendo a Reed

Start from the beginning
                                    

Un momento. ¿Esa era su casa? No puede ser ¡Lo hice! Misión cumplida. Ya no tengo por qué estar aquí. Terminé el canto de victoria en mi mente y quise largarme de allí, pero Reed se interpuso en mi camino.

—¿Quieres entrar? —cuestionó— Está lloviendo mucho.

Estuve a punto de negar lo más amable que pude con la cabeza y correr, pero una idea mucho mejor pasó por mi cabeza. En ese momento agradecí al de arriba por la lluvia. ¡Es perfecto!

Porque ahora entraré a su casa y buscaré el diario.

Cuando estuvimos dentro, una silenciosa sala de estar nos recibió. Al parecer, no tenía mascotas. Mucho mejor si me pongo a pensar en ello, un perro podría delatarme cuando me pongo a buscar mi diario en donde no debo.

Dejé mi mochila sobre el sofá observando el entorno con curiosidad y, de pronto, un sentimiento de alerta se apoderó de mi pecho. Todo estaba silencioso, sí, pero en un extremo que resultó angustiante.

—¿No hay nadie aquí? —pregunté.

Me giré y me encontré a Reed sacándose la chaqueta de uniforme algo húmeda por la lluvia. Su cabello castaño lucía un poco más oscuro y despeinado de lo normal y algunos mechones caían sobre su frente.

—No —respondió— Mis padres trabajan hasta tarde.

Ah, genial. En la casa del asesino. Sola.

Calma. Aun es de día. Si grito los vecinos pueden oírme ¿cierto?

Intenté permanecer tranquila, pero había una especie de cartel en mi cabeza que decía: Peligro, no te acerques a Reed. Entonces traté de pensar cosas bonitas y el cartel fue sustituido por otro que decía: ¡Sal de esa casa, mujer! ¿Tú quieres morir no es cierto?

Está bien. Esto fue una pésima idea. Tengo que salir rápido de aquí, pero me niego a largarme sin haber buscado el diario si quiera un poco. Buscaré rápido y correré por mi vida.

—¿Estás asustada por algo? —preguntó Reed mientras colgaba su chaqueta en el perchero de la entrada, a unos metros de mí.

—Eh, no —respondí fingiendo una sonrisa de boca cerrada y tomé asiento en el sofá.

—Hace días que actúas extraño —continuó él—. A veces luces tranquila e indiferente, otras veces parece que asesinarás a cualquiera que se choque contigo y en las más sorprendentes parece que tienes miedo hasta de la mosca que pasa volando a tu lado. Sin mencionar la cara de preocupación y las ojeras más marcadas de lo normal.

Intente mantener la calma, incluso cuando empezó a acercarse hacia mí. Él tampoco lucía como el chico despreocupado y feliz de hace unos minutos. Este estaba serio y más preguntón de lo normal.

—Dije que no quería preguntas —le recordé.

—Dijiste no preguntas acerca de tu pasado —me recordó mejor mis palabras cada vez más cerca de mí—, estoy hablando del presente.

Touché.

Resoplé en silencio.

—Me comporto normal. Debes estar imaginando cosas.

Reed se detuvo cuando hubo llegado a mi lado y tomó asiento en la mesita de centro para quedar frente a mí, a la misma altura.

—La verdad, desde que murió Emillie tu actitud es algo...diferente.

Me tensé por completo al escucharlo. Mierda. Ahora sí, alerta roja. ¡Él sabe cosas!

Pasé saliva con nerviosismo, pero no lo demostré. Apoye mi mejilla en la palma de mi mano y lo observe con mi mejor cara de "el mundo me vale madres" a pesar de que me moría de miedo.

—¿Tú crees? —espeté.

Reed me observó con fijeza, entrecerrando ligeramente los ojos.

—Debe ser por tu diario. ¿No lo encontraste, cierto?

Ay dios.

—Ese diario se me hacía tan intrigante —Hizo un pausa. Parecía estar decidiendo que palabras usar— y la verdad quería hablarte sobre...

—Dios, tengo tanta sed —lo interrumpí— ¿Me invitas un poco de agua?

Reed pareció desconcertado, pero dejó de lado su pregunta y asintió con lentitud.

—Gracias, que agradable sujeto —continué.

Ladeó una sonrisa demasiado corta al escucharme, se levantó de la mesa de centro y se encaminó a la cocina con total tranquilidad. Sentí que el aire por fin llegaba a mis pulmones, pero antes de que entrara, volví a hablar:

—Oye, Reed... creo que algo me cayó mal en el almuerzo ¿puedo usar tu baño?

Él por fin soltó una risa, volviendo a su fingida actitud alegre de siempre y me señaló el camino.

—Sí, hay uno pasando las escaleras.

—Bien ¡Si me demoro un poco, no te asustes! —exclamé después de dar un par de pasos, como si... como si fuéramos amigos de toda la vida. Iugh, eso fue tan falso. Espero que no se haya dado cuenta.

Ahora, enfoquémonos. Es momento de buscar el diario.

Mi instinto me decía que subiera al segundo piso y así lo hice. En lugar de seguir de largo por el pasillo, subí las escaleras con rapidez lo más cautelosa que pude y no tuve que buscar mucho porque el primer cuarto con el que me topé tenía la puerta abierta y, a no ser que tuviera un hermano o algo así, parecía ser el de Reed.

¡Gracias destino! Ya era hora de que fueras bueno conmigo.

Ahora ¿Dónde podría estar mi diario?

Eché un vistazo rápido. Todo estaba ordenado y limpio. A decir verdad, se ve mucho mejor que mi propia habitación. Sacudí la cabeza concentrándome y busqué en los lugares en los que yo había intentado ocultar el diario en mi propia habitación antes de que desapareciera: Pegado en la parte de abajo del escritorio no había nada, en los cajones de este tampoco y bajo la cama no había ninguna caja secreta o algo parecido.

¡El armario!, pensé. Sin embargo, la mesita de noche estaba más cerca y no quería demorarme demasiado así que fui a por ella primero. Antes de irme echaría un vistazo rápido al armario y bajaría corriendo. Sí, perfecto.

Entonces abrí el primer cajón de la mesita, pero me detuve en seco al instante porque un estruendo a mi espalda me sobresaltó.

Maldición ¡Si no toqué nada!

Está bien, toqué muchas cosas, pero las devolví a su sitio exacto ¿Qué rayos pudo caerse?

Voltee lentamente con el corazón latiendo a mil por segundo. La parte paranoica de mí ya había salido a flote, imaginando que Reed subiría en cualquier momento con un cuchillo de su cocina, pero eso no sucedió. Sucedió algo que no se me pasó en ningún momento por la cabeza. Algo que parecía sacado de una película de terror y fue igual de terrible.

Porque cuando me giré por completo, me topé con que la puerta del armario se había abierto un poco y por ella se asomaba una mano.

Mierda.

El diario de la muerte ©Where stories live. Discover now