No hay nada tan pequeño que no pueda estallar fuera de proporción

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XIII

—¿Gintoki? —(...) lo miró como si fuese un espectro; de pie en medio de la madrugada, con rostro sereno. Su cabello blanquecino siendo barrido por la helada de los primeros suspiros del día y la ropa en su mayoría impoluta daban esa primera impresión—. ¿Qué haces aquí? —Él cambió el peso de una pierna a la otra errático y suspiró dejando un rastro visible en el aire.

—Yo... —Cuando lo vio rozar con la punta de los dedos la espada de madera, frunció el ceño con sincera preocupación.

—Cielos, Gin, ¿en qué momento tomaste un tren? Para llegar aquí a esta hora debió ser ayer —En las profundidades del bosque había una posada para los viajeros que estuviesen por llegar a Edo, similar a los errantes puestos de comida que establecieran las familias para los eventuales caminantes, más cercanos a los pueblos que no estaban tan conectados a la gran ciudad. (...) solía  hospedarse ahí previo a iniciar sus dos días de caminata. Cuando avanzó hacia él quitándose el acogedor abrigo que llevaba puesto Gin hizo el amago de retroceder, pero conociendo su testarudez, prácticamente lo atrapó poniéndolo sobre sus hombros—; no viniste preparado para el bosque, mira, estás helado, apuesto a que tampoco has comido nada. Por eso tienes ojos de pescado anémico.

—Oi, no abuses —murmuró arrugando las cejas—, mi azúcar en sangre podrá estar bajo, pero puedo dejarte colgando de la ropa en una de estas ramas —(...) le dio una palmadita en el brazo.

—Ya eres más tú, así está mejor —Se apresuró a tomarlo de la mano y arrastrarlo hacia la posada—. Pensaba salir ya; pero puedo hacer una pequeña pausa para que comas algo, podemos pedir que le echen azúcar extra al té si quieres. Quizá haya un abrigo de tu talla y-

—(...) —la sostuvo con firmeza y se detuvo para que ella le pusiera atención—. ¿A qué hora saliste ayer de Edo?

—¿Hm? A las doce mediodía.

—¿Por qué no regresaste en la noche o incluso en la mañana? —Su voz titubeó, aguardando una respuesta... una coartada.

—Oh, eso, lo siento, luego de comprar el tiquete quise tomar aire y estuve dando unas vueltas en el parque, perdí la noción del tiempo y cuando me enteré ya había amanecido.

—¿No hiciste nada más antes de irte? —Se liberó de su agarre para tomarla por el hombro derecho, notando su ligero siseo.

—Estás actuando extraño —dijo apartándolo de un suave manotazo—. Falta de desayuno. Ven, con el estómago lleno y las ideas claras puedes decirme todo lo que quieras.

Luego de unos segundos de meditación, fue tras ella, procurando actuar con normalidad; aunque el pensar llegar como si nada sacándose los mocos, mientras por dentro se estaba mortificando, en busca de una explicación, y una razón para dejar de desconfiar, y no sentir que la estaba apuñalando por la espalda, era inaudito, con más fuerza si ella continuaba siendo tan cuidadosa.

—Abuela, una orden de dangos con bastante cobertura por favor, y... —miró a Gintoki, que ya había tomado asiento en uno de los cojines color crema destinados al comedor—, ¿te verde? Sí, té, con tres cucharadas copetonas de azúcar.

—Cinco.

—Bueno, cinco copetonas de azúcar, ah, ¿tendrás por ahí un abrigo de su tamaño?

Mientras permanecía pensativo, (...) se sentó frente a él, frotándose las manos, tratando de darles calor. Poco después, la anciana llegó con el pedido, y (...) insistió en que se pusiera el abrigo abierto de color negro antes de comenzar a comer.

—Puedes decirme lo que pasa después de desayunar —Él asintió ante su sonrisa incómoda, notando que ella estaba tratando de tranquilizarse ante todo, pero estaba siendo carcomida por la preocupación.

La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|Where stories live. Discover now