Hay flores carmín que en un principio pretendieron ser blancas

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XII

Una parte suya lo presentía, a veces sus explicaciones dejaban entrever que sabía más de lo que Zenzou podría informarle, y su miedo, solo podía ser alimentado por el conocimiento de esa estructura interna. Cuando sus salidas eran trimestrales los primeros días siempre estaba ocupada vendiendo plantas medicinales de la plantación de su madre, le había dicho que la ayudaba con su negocio, que siempre habían tipos que trataban de estafarla o algunos a los que debía patearles el trasero. No parecía nada fuera de lo común hasta que había reaccionado de aquella manera ante la mención distraída e inocente de las camelia rojas, además, esa última noche, el comportamiento de Okita y (...) era distinto, y en el instante que vio la sangre deslizarse desde el corte que parecía haber sido hecho por una cuchilla en la mejilla del oficial, que era probable que aquel accidente automovilístico no hubiera sido solo una coincidencia desafortunada, que desde que se conocieron por primera vez en el bar de Otose, intercambiando conversaciones y eventuales coqueteos hasta que comenzaron a salir, lo que (...) hiciera en Edo estaba fuera de su conocimiento. Y la forma en la que quemaba cualquier carta que llegara de remitente desconocido iba más allá de simple molestia por los anuncios y correo basura descarado.

—Aquí... —Cuando finalmente dio con una libreta entre todos los sudokos y sopas de letras almacenados en el cajón del escritorio del que siempre se apoderaba comenzó a pasar las páginas con rapidez; muchos números, cuentas para administrar sus ingresos, números de clientes que siempre compraran, pensamientos sueltos y- —, era imposible que alguien con ningún conocimiento en medicina supiera aplicaciones tan detalladas para la tetrodotoxina, (...) —murmuró para sí mismo, cuando después de un par de páginas en blanco, apuntes ordenados sobre distintas toxinas presentes en el reino animal tenían efectos variados sobre el cuerpo humano. Algunas anotaciones más recientes, con tinta púrpura y más desordenadas llamaron su atención:

Globo ponzoñoso del planeta Dontidae.

Secreciones purpúreas que provocan comezón y enrojecimiento sobre la piel desnuda, producto de las enzimas de la capa viscosa que recubre su estómago. 

El color metálico de sus manchas, al igual que los anfibios de la tierra, son advertencia de toxicidad. 

—Ya veo, entonces tú eres parte de su investigación —dijo mirando a Glorio, que nadaba despreocupado por su pecera.

Hemotoxinas presentes en el arpón de sus aletas, destruye los glóbulos rojos. Por ser una especie extraterrestre, tiñe la sangre de color negro, haciendo que esta sea tóxico y pudra a sus presas desde dentro en cuestión de minutos.

—Ugh, asqueroso —Por seguridad se levantó y se recostó en su sillón favorito para continuar leyendo sin la posibilidad de que ese pez le diera una demostración de lo que podía hacer su veneno—, ¿qué clase de ecosistema hay en el planeta Dontidae de todas formas? De solo imaginar más criaturas con ese aspecto me da urticaria.

La baba parece consumir las toxinas que estén en el torrente sanguíneo de lo que consuma, así evita envenenarse con la carne de lo que consume, absorbiendo el veneno para producir más.

Al pasar la siguiente página encontró algunas cantidades con números feos y descuidados; detallaba que se necesitaban tres arpones para extraer lo suficiente para sintetizar una cápsula de cinco milímetros.

Dosis suficiente para eliminar a un adulto.

—Aaaah, (...) —suspiró pasándose la mano por el rostro—, (...), (...), (...), ¿tú estás creando esas cosas? —Kagura apoyándose contra su espalda sin fuerzas, segundos después de un disparo que apenas y se dieron cuenta que ocurrió. Entre todo, la desesperación que reflejó días después de eso podía ser porque en ningún momento pensó que alguno de ellos terminaría inmiscuido.

La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|Where stories live. Discover now