Las conversaciones nocturnas se disfrutan más cuando son espontáneas

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IV

Dormir junto a Gintoki rozaba la tragedia; cuando las noches eran en extremo frías, instintivamente buscaban el calor del otro, se entrelazaban en un abrazo suave y protector, pero cuando no era así, eso del descanso pasaba a segundo plano. Gintoki era el ser más incómodo sobre la faz de la tierra y (...) lo vivía en carne propia muy seguido, daba vueltas buscando la posición perfecta, balbuceaba incoherencias, se robaba las mantas para convertirse en un burrito humano, la empujaba en busca de más espacio y hasta lanzaba puñetazos y patadas al azar.

Una vez, cuando recién iba entrando en un sueño profundo después de un día agotador, Gin dejó caer la mano sobre su rostro, arrebatando de golpe todo lo que tardó en poder dormirse, dejándola con un enojo severo y un creciente dolor en la nariz; pensar que el responsable de su insomnio aún estaba con la baba colgando de la comisura de sus labios y bien a gusto con esa posición, solo le hizo hervir el pecho con rabia.

—Esto no es... ¡Esparta! —Hundió el pie en las costillas de Gin, haciéndolo rodar fuera del colchón, despertándolo de una manera para nada satisfactoria. Una vena se marcó en la frente del agredido y se incorporó con la mandíbula apretada.

—¡Oi! ¡¿Y eso por qué?! —No recibió respuesta, en su lugar parpadeó al ver a (...) sacar del armario un par de mantas.

—Ya es de madrugada. Y solo podré encontrar tranquilidad si no duermo junto a un individuo que se mueve como una oruga cada cinco minutos o cree que está en un RPG y responde a los diálogos que se reproducen en su sueño —Hizo su lugar junto a la pared, en el punto más alejado que pudo de él, que no dejaba de fulminarla con la mirada y el cabello revuelto. (...) se acostó dándole la espalda—. Ah, y como se te ocurra roncar, te meto un just away por el culo.

Ambos estaban exhaustos e irritables, los últimos días habían sido extenuantes, (...) había conseguido dos trabajos para reponer todo el dinero que había extraído de la cuenta de su madre; él porque no dejaban de llegarle pedidos para labores pesadas, muchas veces bajo los infernales rayos de sol, aumentando sus migrañas y dolores musculares.

Al final Gloria se convirtió en otra boca más que alimentar, (...) se estresaba si había alguna salida innecesaria de dinero y él no había ido al pachinko durante un buen tiempo y se había lesionado la espalda cuando resbaló en la caca de Sadaharu mientras cargaba un par de sacos que pesaban sus buenos kilos.

Ser adulto era tan jodido... adulto y pobre mejor dicho.

Se rascó la nuca, reparando en el lugar vacío que por lo general ocupaba (...), luego se acurrucó sin darle importancia. Sus párpados comenzaron a pesar, pero antes de que pudiera dejarse llevar, por instinto desviaba su atención a ella y entonces tenía que empezar de nuevo.

(...) se había dormido rápido, contrario a él, que le estaba costando más de la cuenta, el tic tac del reloj a pocos centímetros de su cabeza, el sonido exterior de los borrachos y amantes aún paseando por las calles y la luz que entraba a través de las rendijas le estaban revolviendo los pensamientos. Se sentó con un sonoro suspiro, comprobando que ya había pasado una hora desde que estaba tratando de seguir durmiendo sin dar resultado; sentía el cuerpo pesado, y ese malestar que se hacía presente cuando el cerebro se ensaña en permanecer activo cuando lo que se quiere es todo lo contrario. Tragó saliva, tratando de apaciguar un poco su garganta reseca, también tenía unas ligeras ganas de orinar, pero recordar todo el trayecto obscuro hasta su destino lo frenaba. 

Dio un rápido vistazo a toda la habitación y después se levantó determinado a efectuar lo que había estado dudando desde que (...) se apartó; tomó su futón por una esquina y siendo lo más silencioso y precavido que pudo, lo arrastró hasta dejarlo a pocos milímetros de el de ella, regresó sobre sus pasos para tomar la almohada que había quedado rezagada, pero en el trayecto tropezó con sus propios pies, de improviso se mordió la lengua para evitar soltar una maldición, mientras trataba de recuperar el equilibrio dando grandes pisotones con la barbilla casi rozando el suelo y detuvo su caída poniendo las manos contra el suelo, quedando en una posición digna de un artista de yoga, como un arco en medio de la habitación; un doloroso tirón en la espalda lo hizo retorcer el ojo y se impulsó con los brazos hacia atrás, aunque algo torpe, volvió a estar sobre sus pies y resopló con suavidad al ver su misión cumplida.

La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|Where stories live. Discover now