Al pasar la camisera por encima de mi cabeza quedó enredada con mi cabello. Logré liberarla despacio. Solté mi coleta para volver a amarrarla en un moño alto. Al terminar, dirigí los dedos de mis manos a mi espalda, dispuesta a desabrochar los ganchos de mi sujetador.

Sin embargo, sentí una manos frías sobre las mías, impidiéndome seguir.

―¿Qué crees que haces? ―susurró Thomas cerca de mi oreja.

―Ya lo dije... ―empecé a decir con desgana―. Iré a darme un baño. ¿No dijiste que harías lo mismo?

―Eso dije.

―¿Entonces? ―Me volví hacia él y lo miré a los ojos.

Lo vi tragar saliva mientras apartaba la vista. Al notar que Thomas hacía el esfuerzo por no mirar mis bustos, bajé la mirada, colocando mis manos sobre mis pechos con inocencia. Él apartaba la vista porque... ¿le resultaban atractivas?

―¿Quieres tocarlas? ―le dije con voz neutra―. Puedes mirar.

―No seas tan descarada... ―dijo.

Elevé la vista. Su expresión en ese instante resultaba interesante. Había conseguido quebrar ese muro de confianza y de seguridad, de completa tranquilidad y diversión. Jamás hubiese imaginado que alterar a Thomas sería pan comido al mostrarle un poco de piel y darle una cucharada de su propia medicina.

―¿Por qué, Thomas? ―quise saber. Él parecía inquieto, como si le costara mantener la compostura. ―. ¿O es que yo logré acelerar tu corazón?

Thomas soltó una risa incrédula.

―Solo digo ―agregué. Solté una pequeña risa desvergonzada antes de terminar la conversación―. A veces puedo armarme de valor y comenzar a jugar, lo sabes, ¿no?

Sabía que mi actitud no se lo esperaba. Llevaba meses viviendo con él y podía predecir que podría hacer y qué no. Solté un suspiro, hastiada.

―Eres aburrido, Thomas, debí habértelo dicho antes ―finalicé. Recogí la ropa que dejé sobre el sillón y me encaminé hacia el cuarto de baño. Después de trabar la puerta con el pestillo, encendí la regadera. Quería que el agua estuviera caliente antes de mojarme.

En mi mente apareció el rostro impresionado de Thomas cuando intenté desabrochar los ganchos de mi sujetador. Verlo con una expresión que no era de tranquilidad ni de concentración ni de alegría... sí que era un evento nuevo. Mi pequeña travesura había resultado divertida. Sinceramente, aunque no sintiese la más mínima vergüenza, no lo habría hecho frente a otra persona.

Thomas era diferente, en el buen sentido, claro. A comparación de mí, él resultaba siendo alguien de buen corazón; no me necesitaba a su lado ni era necesario tenerme como su asistente. Con estos meses, viviendo bajo el mismo techo, había sido tiempo suficiente para saber de él, para advertir qué tan lejos podía llegar con una mujer y qué tan respetuoso podía ser con ella.

Luego de esta escena, era más que suficiente para corroborar mis observaciones. Además, Thomas tenía una novia. Una muy bonita, rubia y de ojos azules pálidos. Tenían citas los miércoles y sábados por la noche, y no hablaban de cosas más allá de los padres de cada uno o de los logros que pretendían alcanzar. Lo más lejos que esa relación había llegado era a darse un estúpido beso suave. Un pequeño piquito. Pareciera que entre los dos no existiera atracción, o tal vez lo había, pero era unilateral.

Él la trataba bien, la cuidaba, pero no podía decir que fueran a durar. Era una pareja aburridísima, no tenía chiste ni chispa. ¿Cómo sabía todo eso? Simple. Thomas me convirtió en el mal tercio de sus citas.

Enredada con el chefWhere stories live. Discover now