—Ahora.

—No —se me escapó una leve risita al decirlo, consiguiendo que se enojase más.

—¡Ya!

—¡Cógeme!

«Yo era la mayor de las dos, lo sé, se nota».

Comenzamos a dar vueltas por la habitación como si se tratase de una persecución entre un gato, mi hermana; en busca de su ratón, yo. Lola no había dejado de vociferarme mil maldiciones y yo me reía con cada una de ellas. En un momento dado, escuché risas al otro lado de la puerta y me frené en seco, sorprendida. Lola no perdió tiempo en tomar ventaja de ello. Se lanzó encima de mí, tirándome al suelo y arrebatándome la toalla. Su pelo húmedo seguía goteando, dejando algunas impregnadas en la camiseta del pijama.

—¿Te quedaste tranquila? —preguntó triunfante, sonriéndome con suficiencia.

—No me retes.

Aporrearon la puerta.

—La cena ya está lista. Así que poner la mesa, gandulas.

—¿Cómo nos llamaste? —le preguntó mi hermana, indignada.

La única respuesta que obtuvimos fue otra carcajada por parte de mi hermano y cuándo estas cesaron, escuchamos cómo sus pasos se alejaban.


***


Jueves con guardia a última hora, era algo que agradecía. La profesora de francés estaba enferma y faltó, regalándonos una hora libre en la última clase. Nos encontrábamos todos en coro, en una de las esquinas del aula.

—¡Tendríamos que hacer un grupo! —exclamó Alberto, alegremente.

Sonreí con sinceridad, la alegría que desprendía el chico de melena platina era altamente contagiosa.

Aunque éramos de distintas clases —yo del A, y él del B— en la asignatura de francés, unían ambas y se había posicionado como mi clase favorita. Bueno, sin superar matemáticas, así de empollona llegaba a ser.

—Lo hago —dijo María.

Mientras ellos seguían hablando, yo aproveché la hora libre para seguir haciendo resúmenes del tema de literatura del examen que tendríamos la próxima semana. Estaba terminándolo cuando me colocaron una pantalla colorida en mis narices. Literalmente.

—¿Tengo que suplicarte o me darás tu número?

Cogí su teléfono, apartándolo de mi cara. Lo marqué, puse mi nombre y me agregué en su lista de contactos. Se lo devolví.

Continúe haciendo resúmenes, cuándo sentí cómo el teléfono no dejaba de vibrarme en el pantalón por notificaciones. Lo desbloqueé, me metí en el grupo que acababan de crear y comencé a leer los mensajes que iban llegando.

DESCONOCIDO:

Fiesta, fiesta.

Acababa de escribir uno de los seis. No sabía quién era. Cliqueé en su foto de perfil y me encontré con la imagen de un chico de cabellera clara y piel aceitunada por el sol veraniego junto a unas gafas de sol que ocultaban su azulada mirada.

DESCONOCIDO:

Party, party, everybody, babies.

Había escrito otro de los cinco restantes. Teniendo en cuenta el pésimo nivel que había descubierto que teníamos para los idiomas, no me costó nada descubrir que el remitente del mensaje era Kate.

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