Alfred no habló. Nunca había tenido un solo problema para cuadrar sus horarios, pero entendía que si era cierto que lo habían mandado de arriba, probablemente aquella chica no podría hacer mucho más.

-Tengo que confesarle...

-Tutéeme por favor – insistió el chico.

-De acuerdo, entonces haz lo mismo – sonrió y siguió -, como iba diciendo, me ha sorprendido verte aquí... - ante la cara de incomprensión de Alfred el chico siguió -, no te acuerdas de mi ¿verdad? – el moreno negó con los ojos entrecerrados, lo cierto es que ni siquiera le sonaba su cara -. No te culpo – sonrió y le quitó importancia con la mano -, soy Paula, fuimos a la misma clase en instituto.

Alfred abrió muchísimo los ojos, aquella no era la chica tímida que recordaba sentada al fondo de la clase.

-¡Dios, eres tú! Luka Schmitt estaba enamorado de ti – exclamó muerto de risa.

-Recuerdas eso ¿eh? – se rascó la nuca -, de hecho estuvimos juntos cinco años.

La risa de Alfred paró al instante.

-Vaya... ¿y qué pasó? Si puedo preguntar.

-Que al final se dio cuenta de que las chicas no eran lo suyo – ahora fue Paula quien rio y se levantó -. Estoy seguro de que si Agoney escuchase eso ahora me mataría porque estaba colado por él y aun así el otro imbécil seguía saliendo con todas las chicas del insti.

Alfred sonrió, si el supiera. Agoney le ha guardado rencor toda la vida, estaba realmente enamorado de Luka y aunque nadie más lo supiese, había sido su primer beso y le había roto el corazón, bueno, todo lo que se le puede romper el corazón a un niño de diez años.

-Tenía entendido que tu madre se volvió a casar – Alfred se tensó, no era un tema que le gustase tocar con nadie y menos aún con alguien a quien hacía años que no veía -. Lo siento, no pretendía molestarte, es solo que ya te digo, me sorprendió verte aquí, se quién es ese hombre y no pensé que necesitases trabajar y menos – miró a su alrededor, la maquinaria se veía desde las ventanas de su oficina, desde donde podría ver todo lo que ocurría en la fábrica – en un lugar como este.

-No lo necesito – se limitó a decir.

-Está bien, en ese caso – se levantó y le acompañó a la puerta -, mañana acordamos cuando te tomas ese día libre ¿vale?.

-Gracias – dijo y se marchó deprisa.

Las calles de Berlín eran preciosas cuando amanecía, era la hora perfecta para alguien que estaba volviendo de su trabajo, con calma, podías ver como todo el mundo iba con prisas, nadie se toma un minuto para mirar al hombre de la esquina que duerme en la calle, para mirar a esa mujer que ha tenido que vender lo poco que le queda para que su hijo pueda comer, no. Nadie tenía tiempo para esas cosas.

Se detuvo en la cafetería de la esquina a por dos cafés, un cacao, un té y unos donuts. Cuando salió empezó a beber su chocolate y se comió el dulce cubierto de azúcar, él sabía perfectamente que llevar a todos, a todos menos a Raoul. La verdad es que no tenía ni idea de cómo era el chico, así que había ido con lo básico, café con leche y un donut de chocolate para él, un café corto con calabaza y un donut relleno de crema para Miriam y un té con un donut de frambuesa para Agoney. Aquello era su rutina, cada día cuando llegaba de trabajar les llevaba el desayuno, aquellos hermanos se habían convertido en su familia, especialmente los últimos meses.

Estaba haciendo malabares para sacar las llave del portal cuando la puerta se abrió haciéndole perder el equilibrio.

-Wow – alzó la mirada estabilizándose -. ¡Miriam! Mira por dónde vas – dijo un poco arisco.

fernweh | ragoneyWhere stories live. Discover now