13: La cruda realidad

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"Estoy buscando algo que no puedo alcanzar".
Ghost, Halsey
.
.
.

Marinette se alegró de estar sentada. Si no lo hubiera estado, sus palabras la habrían hecho caerse de espaldas.

–¿Por qué, Adrien? ¿Por qué?

Él se quedó callado un momento, como si estuviera intentando
ordenar sus ideas. Era evidente que se traía algo entre manos.

–Creo que las circunstancias en las que nos encontramos son una
buena razón para casarnos, ¿no te parece?

A ella el corazón le dio un vuelco y tuvo que hacer un esfuerzo
para contener las lágrimas.

–¿Cuando hace solo unas semanas me dijiste que lo del matrimonio
no era para ti?

Sabiendo ahora lo que no había sabido entonces, aquello le
resultaba aún más doloroso. La mujer a la que amaba lo había
traicionado, y él había cerrado su corazón para siempre al amor. Y
que ahora estuviese dispuesto a obligarse a pasar otra vez por eso, solo por el bebé…

–Las cosas han cambiado –le dijo Adrien–. Yo he cambiado. Si los
dos nos ponemos de nuestra parte para que funcione, funcionará.
Quiero intentarlo.

Marinette deseaba con todo su corazón poder volcar su amor en ese rubio y que él la amara, pero sabía que a él solo le importaba el bebé. Con el corazón en un puño, sacudió la cabeza y balbució:

–No… no creo que…

Adrien levantó una mano para interrumpirla.

–Quizá este no sea el mejor momento para proponerte matrimonio, a bordo de un avión a más de diez mil metros de altura, pero no tienes que responderme ahora mismo. Lo que está en juego es demasiado importante; tómate tu tiempo para pensarlo.

Marinette asintió porque se dio cuenta de que sí, necesitaba tiempo.

Decir no en ese mismo momento sería como dar un salto mortal sin red.
Adrien se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla.

–Muy bien. Te veo fuera; ven cuando estés lista.

Cuando se hubo marchado, Marinette se dejó caer sobre los
almohadones e intentó desterrar la fantasía de que le había pedido que se casase con ella porque la amaba. Sabía muy bien cuál era la cruda realidad.

Podría decirle que no, y cuando llegara el día inevitable en que
definitivamente se separaran sus caminos, lamerse a solas las
heridas. O podría quedarse, enfrentarse al dolor de no ser
correspondida, hallar la manera de superarlo y poner los cimientos para que su bebé tuviera una vida lo más feliz posible.

Si habían concebido a ese pequeño siendo conscientes de lo que
implicaba una responsabilidad así, ¿por qué no habrían de poder
hacer lo mismo si se casaran?

«Porque lo amas», le recordó su conciencia. El corazón se le
encogió de angustia. Inspiró profundamente y trató de empujar a un lado el dolor para centrarse en los hechos. Y los hechos eran que preferiría pasar los próximos cinco años junto a Adrien y su bebé que sola.
Se levantó, fue al cuarto de baño y se echó agua en la cara.
Pasaron varios segundos antes de que fuera capaz de mirarse en el
espejo, y varios más hasta que su conciencia dejara de reprenderla
por el camino que había escogido.

Adrien estaba mirando algo en su portátil cuando salió. Al verla se
levantó como un resorte. La miró expectante, con los hombros
tensos y la mandíbula apretada.

–Pensaba que volverías a echarte y dormirías un rato más –le dijo.

–Bueno, acabas de pedirme que me case contigo; ninguna mujer
podría conciliar el sueño después de que le suelten algo así –medio bromeó ella–. ¿Quieres que te dé ahora mi respuesta o debería…?

Dos Veces tú (A MLB A.U. Story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora