11: Te estoy amando tanto

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Entre lo comprometido que lo veía, la tranquilidad que le habían
transmitido los médicos en cuanto al embarazo, y el hecho de que
su madre hubiera superado con éxito la primera parte del
tratamiento, debería estar más que feliz. Y lo estaba… salvo por un enorme agujero en el telar de su dicha: Adrien y ella ya no
compartían cama.

Aunque había sabido que ese día llegaría, no podía evitar la
angustia que se había alojado en su pecho por ese abrupto
cambio, inmediatamente después de que hubiesen confirmado que
estaba embarazada.

–¿Qué te ocurre?

Ella dio un respingo al oír la voz de él detrás de sí, y del susto
se le cayó el trapo con el que había estado aplicando abrillantador
al marco de un antiguo cuadro del salón que estaba restaurando.

–¿A qué te refieres? –le espetó en un tono despreocupado,
agachándose a recoger el trapo–. No me ocurre nada.

–Entonces, ¿por qué estabas ahí de pie, con el rostro contraído y
una mano en el estómago?

Al comprender por dónde iban sus pensamientos, se apresuró a
dejar a un lado el trapo, apoyó el cuadro en la pared y se volvió.

–Adrien, estoy bien, te lo pro-… –comenzó, pero el resto de las
palabras se le atascaron en la garganta al verlo.

Iba sin camisa; otra vez. Una fina capa de sudor bañaba su torso
esculpido y humedecía el reguero de vello que desaparecía bajo la
cinturilla de los pantalones, manchados de polvo de mármol.

–¿Qué decías? –inquirió Adrien, sacándose un pañuelo del bolsillo trasero para limpiarse las manos.

Esos dedos largos y hábiles, el sudor que cubría su piel, ese olor
tan masculino… Dios, la volvía loca…

–Decía que estoy bien –contestó en un tono irritado–. ¿Tienes que
ir por ahí medio desnudo todo el tiempo?

Él enarcó una ceja.

–¿Por qué?, ¿te molesta verme sin camisa?

A Marinette le entraron ganas de reírse, o de llorar. Tal vez incluso de pegar un grito o dos. Pero en vez de eso optó por mostrarse digna y serena.

–¿Sabes qué? Puedes pasearte como quieras; estás en tu casa.

–Vaya, gracias… creo –contestó él con aspereza.

Sin nada más que añadir, pero sobre todo ansiosa por hacer algo
para evitar caer en la tentación de quedarse ahí plantada, admirando su magnífico torso desnudo, agarró el cuadro y echó a andar hacia la puerta. Pero no había dado más que unos pasos cuando él se adelantó y se lo quitó de las manos.

–Contraté a un segundo equipo para que te ayudaran y no tuvieras que cargar con nada, Marinette –le recordó molesto.

Y así era. Hacía unos días había llegado ese segundo equipo de
arquitectos y, tomando como base las fotografías que Adrien
conservaba de la decoración original del salón, habían elaborado un calendario de las labores de restauración.

Además, él le había prohibido hacer tareas pesadas y para
que organizase y supervisase el proceso habían convertido una de las muchas estancias del segundo piso en un despacho temporal
para ella.

–Ese cuadro pesa menos que mi portátil –le dijo–. Y, además, me
viene bien el ejercicio.

Adrien la miró ceñudo.

–El ejercicio sí, pero no subir y bajar las escaleras una docena de
veces al día.

Marinette se abstuvo de replicar que solo había bajado dos veces en lo que iba de día, una para desayunar y otra para almorzar.

Dos Veces tú (A MLB A.U. Story)Where stories live. Discover now