Promesa: Nueva vida.

1.8K 47 7
                                    

Todo era normal. Completamente normal. Quizás, demasiado para mi gusto.

Era un típico día. El típico día donde viajábamos en busca de Naraku y el último fragmento. El típico día donde Inuyasha y yo peleábamos hasta que me enfadaba y lo sentaba. Sin embargo, todos íbamos alegres. Por alguna razón u otra lo estábamos. Al menos, así estaba yo e Inuyasha. Aunque nos gritáramos, nos maldijéramos o cualquier otra cosa. Lo estábamos.

Porque al fin yo era su compañera.

Porque al fin yo era suya como él era mío.

Porque ya no habría nada que nos separara.

Hasta este día.

El día en que nos encontramos con Naraku que venía preparado para hacer que todo el lugar donde nos encontrábamos, la aldea de la anciana Kaede, ardiera en llamas y con una nueva guerra formándose.

Y así era.

Todos los aldeanos corrían de un lado a otro, salvándose a sí mismos o a sus familias. La anciana Kaede había llevado a un grupo de aldeanos a un lugar más seguro siguiendo las órdenes de Inuyasha, mientras que nosotros nos quedamos en medio de la aldea. Donde se desataba todo este calvario.

Gracias a mi unión con Inuyasha, me convertí en una Hanyou al igual que él. Podía escuchar los gritos de las personas que no habían logrado escapar de las llamas o los demonios que los atacaban. Todo era un desastre.

Sango estaba a mi lado, el monje Miroku estaba unos metros más allá de nosotras absorbiendo demonios con su mano e Inuyasha estaba atacando directamente a Naraku.

Supongo que Sango estaba conmigo para evitar el que yo entrara en pánico o algo. Todos los sonidos y olores me abrumaban y estaba a punto de un colapso nervioso. Y no podía hacer nada.

Aún era demasiado pronto como para saber si yo tenía o tendría algún poder o si almenos conservaba los espirituales. Por lo que en este momento era algo como una carga para el grupo.

Inuyasha me había planteado el que me fuese con la anciana Kaede para ayudarle con los aldeanos, antes de que se fuese a atacar a Naraku. Pero me negué rotundamente. De alguna u otra forma sabíamos que él no podría luchar si no estaba yo ahí, y viceversa.

Lo veía verme de reojo algunas veces. Asegurándose de que aun seguía ahí y que no me ha pasado nada.

Mira a mis lados, no había nada más que casas destruidas, cadáveres de aldeanos y fuego.

Pero algo llamo mi atención.

Más allá de las llamas y los cadáveres, dentro de uno había algo que brillaba.

Algo con un brillo rosado.

Me acerco a él dejando que Sango se encargue de encubrirme por un momento. Pareció haber visto lo mismo que yo o algo.

El aldeano despedía un olor repugnante, pero logre acercarme lo suficiente como para quitarle el objeto brillante.

Era un fragmento de la perla.

El ultimo.

Para cuando lo tuve en mis manos inmediatamente brillo más intensamente, lo que comprobaba que aún tenía poderes espirituales.

Eso ya era un progreso.

¿Cómo es que Naraku había sido tan estúpido como para que se le ocurriera esconder el último fragmento en un cadáver?

Observo el cadáver, buscando algún indicio de que era alguien importante. Pero no, solo era un humano. Un humano común y corriente.

Naraku: Hasta que te das cuenta, querida Kagome.

Promesa: Nueva vida.Where stories live. Discover now