EL PRIMER ABRAZO

70 11 10
                                    

—Esto es una estupidez. ¡Haz el favor de entrar en razón, Steeven!- gruñó Leof.

—Puede que sea una estupidez, ¡pero es mi hija!- gritó Steeven- ¡No pienso dejar que se embarque en un peligroso viaje que al final no servirá para nada!

Yo los miraba, pero sin prestar toda la atención que me hubiera gustado. En mi cabeza la voz del viento se repetía una y otra vez, sin descanso, haciendo que cada vez me costase más pensar con claridad.
Mi padre caminaba de un lado a otro cada vez más nervioso, lo cual parecía agobiar a mi madre, quién abrazaba a Cadie. De repente, una idea en mi mente, sobrepasó a las demás. ¿Y si me fugaba sin avisar? Podría ir sola en busca de esa llama y hacer lo que dijo la voz. Aunque, no estaba muy segura de para que serviría. ¿De verdad buscaba respuestas, o sólo estaba mal de la cabeza? Ojalá fuera la segunda opción, no quería morir entre terribles sufrimientos, como aseguraba papá.

La mano de Matt en mi hombro me devolvió a la realidad.

—Es muy mala idea- dijo. Le miré a los ojos, y pude ver que detrás de aquella faceta de chico feliz, había verdadera preocupación.

—¿Y si no hay otra opción?

—¿Y si sí la hay? Vamos Ivy, no irás a decirme que dejarás a tus padres y tus hermanos- él bajó la vista a mis pies descalzos- no puedes hacerlo, ellos te necesitan.

Parpadeé. Sentía ganas de llorar, él me había hecho llorar, y nunca había pasado.

—¿Tú me necesitas?- se me ocurrió preguntar.

Matt esbozó una sonrisa y se puso en pie, obligándome a mi también.

—Te necesitaría si me quedase aquí, pero no lo voy a hacer. Vayas donde vayas, iré contigo- una sonrisilla de superioridad cruzó su rostro- sin mí, irías al sur buscando el norte.

Reí y le golpeé el brazo amistosamente, pero eso sólo hizo que él soltase una carcajada.

—Deja de meterte conmigo- repliqué, aún riendo.

—Oh, vamos. Como si lo hiciera siempre.

Y entonces, me abrazó. Un abrazo que llevaba todos los abrazos que él nunca me había dado. Porque Matt no daba abrazos, él los aceptaba, pero no los daba.

—Tienes razón, no puedo hacerlo- murmuré- no puedo...

Y me eché a llorar. ¿Qué? ¿Qué hago ahora?
Su mano me retiró el pelo de los ojos, sin decir nada. Cuando nos separamos, noté como el nudo que nos unía se hacía más fuerte, y por su mirada, supe que él también lo había sentido.

—Ahora, de lo único que te tienes que preocupar es de llevarnos a Salitya, y nada más- susurró Matt.

Asentí. Tenía razón.

En los ojos del bosqueWhere stories live. Discover now