CAPÍTULO VII

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Era evidente que la noticia causó un gran impacto en todos los presentes. Para el príncipe Yi Moon el informe de su destierro habría sido menos perjudicial que el casarse con aquella extranjera. Yeon Woo era la única doncella con la que quería compartir su vida, ¿cómo podría dejarla atrás para unirse a otra mujer?

Un Sin fin de pensamientos recorrieron su cabeza. Debía ser una pesadilla.

Miró a su hermano quien lo miraba preocupado.

—Yi Seung Jo —le susurró—, tiene que ser una pesadilla, una mala broma. Dime que no me casaré la mujer musulmana.

La mirada compasiva del príncipe le hincó el pecho.

—Lo siento mucho hermano. —Bajó la mirada.

Yi Moon deseaba morirse en ese momento, deseaba poder huir junto a su amada y no volver nunca más, pero era imposible, semejante idea representaba un peligro para sus más allegados.

—¿Qué ocurre príncipe? —preguntó su padre—. Aún no has saludado correctamente a la sultana. Acércate a ella.

El aludido miró a su progenitor pidiendo clemencia, pero lo único que obtuvo fue una indicación autoritaria con la mirada. Se devolvió hacia la sultana que mantenía la mirada pegada al suelo. Con pasos lentos se aproximó hasta quedar a una distancia aceptable, y con una reverencia plantó su saludo. Hatice le contestó con una sonrisa para posteriormente inclinarse hasta el suelo, besar la basta de su hanbok y sellarlo en su frente.

Un saludo completamente extraño para los orientales.

—Príncipe, debes darle la mano, de otro modo no se levantará —indicó la reina—, es un símbolo de tu aceptación.

Darle la mano.

De pronto recordó la primera vez que tomó la mano de Yeon Woo. Un precioso recuerdo de una noche iluminada donde caminó con ella. Su mano era pequeña y cálida...

¿Ahora debo tomar la mano de otra mujer?

—Príncipe, ¿qué esperas? —Su madre lo trajo a la realidad.

Yi Moon sentía que iba a estallar, pero sólo decidió obedecer. Así que lentamente le tendió la mano. Hatice la tomó y sin soltarla se puso de pie muy cerca de él, permitiéndole ver su rostro de cerca.

Sus ojos eran muy diferentes a los de su nación, pero hermosos, su cabello estaba recogido a la mitad mientras el resto caía en gruesas ondas; sus pendientes eran largos constituidos de piedras preciosas al igual que su collar. Nunca había visto algo igual. Su vestido verde jade hacía resaltar el tono de su piel, y sus labios rojos remarcaban su belleza. No era muy alta, calculaba que casi de la misma estatura de Yeon Woo.

No podía dejar de compararla con ella porque la amaba. Estaba decidido a impedir su matrimonio.

Tuvo que esperar a que pasara el alboroto para armarse de valor y encarar a su padre. Pese a que estaba desesperado, se mantenía más decidido que nunca.

En las puertas del salón de la convención acomodó su hanbok para lucir sereno, pero sus manos estaban demasiado temblorosas.

—Alteza, debe intentar tranquilizarse —le aconsejaba su eunuco.

—¿Cómo voy a tranquilizarme? Shim San, quieren casarme con aquella joven; tú sabes a quien quiero.

—Lo sé alteza. —Bajó la cabeza sintiéndose culpable. Si no lo hubiese dejado salir del palacio, no habría conocido a aquella muchacha y por ende no estaría sufriendo.

El príncipe entró con pasos lentos al encuentro con su padre, no estaba solo, junto a él se hallaba su madre, posiblemente la precursora de semejante idea.

UNA REINA©Where stories live. Discover now