Capítulo 9 / Desencuentro

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Al día siguiente

09:23 am


Ania y Clarissa se dirigieron camino al vecindario. Para Clarissa no fue difícil convencer a su padre de poder salir de paseo con su hermana, pues el mismo no tenía reparos en que su hija saliera con su hermana Ania. Eso sí, siempre y cuando no deje sola a Ania, a quien había manifestado su amor y afecto en todos estos años.


Se dirigieron hacia el Barrio Miramontes, un lugar ubicado en el sur de la ciudad. Llegar allí no fue difícil, lo difícil fue tolerar el tremendo calor que yacía a estas horas de la mañana. Y una vez ubicado el vecindario, Ania comenzó a ubicar lo que fuera su humilde hogar, aquel sitio donde vivía en su vida recién pasada, cuando era un hombre y se llamaba Alfonso.

Y a medida en que se fueron metiendo por los rincones de aquel lugar, las miradas ajenas se hicieron presentes. La gente que pasaba por allí comenzó a mirar a las jóvenes, como queriendo averiguar qué era lo que querían o a quién buscaban. Además de que, por la ropa que llevaban, deducían con facilidad su condición socioeconómica y no dejaban de pensar en que eran chicas de sociedad o de la alta. Para Clarissa ir a ese lugar era casi como ir a un lugar de esos al que ni siquiera iría ni aun bromeando, como un lugar embrujado o a una calle desértica y oscura, llena de malandrines de poca monta o algo así por el estilo. Mas si estaba allí era por deseo de su hermana mayor, así que hacía lo que podía para aguantarse un poco el paseo.

Para suerte de ambas, no fue necesario meterse hasta el fondo del vecindario, puesto que la casa estaba justo en una zona intermedia del mismo y en línea recta. Y ya estando frente a aquel lugar en la que alguna vez vivió en su vida pasada, Ania se detuvo, pensando en si era o no capaz de tocar esa puerta. Su hermana Clarissa la volvió a la realidad.

— ¿Así que este es el lugar donde vivías? —preguntó Clarissa.

— Sí—responde Ania—. Parece nada, pero me siento un poco nervioso.

— Nerviosa dirás, Ania—corrigió Clarissa—. Recuerda que ya no estás en un cuerpo de hombre y tienes que acostumbrarte a definir tus adjetivos en femenino.

— Ya lo sé, hermanita—replicó la otra y se fue acercando a ella para hablarle un poco más de cerca—. Aunque si siguiera siendo un hombre, me atrevería a decir lo hermosa que te ves hoy.

— Haré como que no escuché eso—dijo Clarissa un poco sonrojada.

— Ni lo intentes porque te estás sonrojando—dijo Ania al darse cuenta de que se estaba quedando roja cuan tomate recién cosechado.

— No me estoy sonrojando—replicó ella, a la vez que intentó fallidamente en disimular que el halago de Ania la afectó un poco.

— Claro que sí. ¿Crees que porque soy ahora tu hermana no me doy cuenta de cómo te pones cuando alguien te hace un cumplido?

— No sabía que eras tan observadora de mí, Ania de la Rosa, aun sabiendo que no eres mi verdadera hermana. Es solo que...

— ¿Qué cosa, hermanita? Adelante, cuéntamelo, no pasa nada si bien ya soy una mujer y pueda saber un poco más de ti.

— Mejor sigamos con lo tuyo, lo mío importa poco en este momento. ¿Está bien?

— Bueno, está bien—Ania respiró profundamente y cambió de tema—. Como te decía, esta es... o más bien era mi hogar. Y ahora que estoy aquí no sé qué carajo decirle a mi madre. Bueno si, sé lo que quiero decirle, pero no sé cómo decírselo. Me siento muy nervios...a y... y... y...

La pasión de Ania (Edición Mejorada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora