Capítulo 21 / En buena estima

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Un rato después frente al Salón de los Conventos…

— ¿Qué cosa es lo que dicen? ¿Qué los Jueces no están ahorita? Pero se supone que ellos están allí 24/7 juzgando a las condenadas almas que llegan hasta aquí—exclamaba Mildred el Ángel a los guardias que vigilaban la entrada de acceso al Salón de los Conventos.
—Pues sí, pero el detalle está en que ellos no se encuentran. Usted conoce las reglas, ángel Mildred—respondió uno de los guardias.
—Genial—decía Mildred un poco contrariada—. ¿Y para cuándo regresan?
—No creo que regresen muy enseguida—responde el otro guardia—. La verdad es que todos ellos fueron llamados por el Creador. Y ya sabemos cómo se ponen las cosas cuando el Creador quiere algo.
—Qué contrariedad, dígame nomás. Ni modos, cariño. Tendremos que esperar aquí—decía dirigiéndose a Alfonso—. Tuviste suerte esta vez, pero aún no te salvas de ser juzgado. Esperaremos a que esos señores Jueces regresen porque de lo contrario capaz y me meto un tiro en el pie. ¡Oh rayos! ¡Se me olvidaba que ni siquiera puedo hacer eso! Bueno, en realidad sí puedo, pero está prohibido…
Y pasaba el tiempo y ambos no decíamos nada. Hubo un silencio absoluto por donde estábamos. Los que vigilaban la enorme puerta de aquel lugar ni ruido hacían. Hasta que finalmente, sabiendo que Mildred podría leer mis pensamientos, fue que le volví a suplicar sobre lo de volver al otro plano, en principio sin demasiado éxito. Y luego el tiempo siguió pasando y pasando y pasando, y después de tanta insistencia, finalmente respondió:
—Sabes que arriesgo mucho por ti y sin embargo… —suspira, hasta que prosigue—. Está bien, cariño, tú ganas, pero solo porque tuviste suerte de toparte con alguien como yo y porque en este momento los Jueces no se encuentran disponibles. Conozco otra forma de volver allá, además de ir a esa arena donde todos se dan de golpes, pero está prohibido llevarlo a cabo. Si mi Señor se entera de esto, seguramente me mandará al Cadalso y tú bien gracias. Pero viéndote decidido a querer volver allá, y yo imaginándote pasar el resto de tu existencia ardiendo en las llamas del infierno o flotando entre las nubes del cielo, he decidido llevarte a un lugar muy especial. Tan especial que no cualquiera entra allá. Aunque tú ya estuviste allí la primera vez. Lo reconocerás a la primera. Es la única forma que hay para que vuelvas a la vida.

Salón de las Conversiones
Minutos después…

—¿Estás loco? —dijo Juan Carlos al ángel Mildred—. ¿Qué no sabes que nosotros no podemos hacer eso? Si tu engendro ya está aquí, ya se amoló, se va a quedar aquí. Y será que mejor que no esté aquí porque si alguien se entera…
—Por favor, nené, no seas tan rígido—replicó el ángel Mildred—. Para ser un niño eres demasiado estricto.
—Tendré la forma de un niño, pero recuerda que ya no soy un niño. Morí en los cincuenta, así que he de tener unos 60 años por lo menos—dijo aquella cosa con forma de niño, lo que me sorprendió pues hasta entonces no sabía de cuándo hasta acá había muerto y terminado hasta aquí—. Además, hay otro problema. Dada la muerte reciente de este sujeto, no contamos en este momento con otro cuerpo en el cual podamos meterlo y hacer que vuelva a la vida. Sin embargo, no todo está perdido.
—¿Así que hay otra posibilidad? ¿Ves que hay solución para todo, niño? —dijo el ángel, refiriéndose a mí.
—Espera, Mildred. Dije que no todo está perdido, mas no dije precisamente que hay una solución para este caso tan particular. Recuerda que nosotros no hacemos milagros ni tenemos por qué hacerlo—dijo Juan Carlos—. La solución consiste en lo siguiente, y creo que no le gustará a tu pequeña alma insignificante.
—Oye, más respeto que tengo nombre—dije. En serio, ya no me estaba gustando para nada que me quieran inferiorizar estos engendros con adjetivos tan despectivos como engendro, alma insignificante, cosa podrida o a alguna otra palabra que se les ocurra.
—Bueno, la cosa es lo siguiente: Se trata de volver a… esa alma tal cual a la vida, en forma de un espectro que nadie más verá, pero gozará de toda libertad de moverse por donde sea en ese plano. No tendrá limitantes de zona, pero eso sí, una vez que vuelva a ese horroroso plano, tendrá solo 24 horas para resolver lo que tenga que resolver, porque si se pasa de ese tiempo, él retornará aquí, sin más.
—¿Qué cosa? —me empecé a preguntar yo. De manera tal que, volvería a la vida pero ya no como otra persona física de carne y hueso sino como un simple espectro del cual nadie más verá, ni siquiera Clarissa. Y encima con un tiempo limitado de solo 24 horas. ¿Así qué chiste tiene? Además, todo esto no tenía ningún sentido, puesto que volvería allá, pero como un pinche espectro invisible del demonio, pero ya para qué cuando…
—Lo que oíste, engendro, que bueno que aprendiste a deducir cómo está la jugada—interrumpió Juan Carlos apenas dije aquello en mis pensamientos. Genial, otro que me lee la mente. Por lo visto, este lugar está lleno de pura pinche gente rara—. Tienes una oportunidad única de volver a la vida, pero ya no de forma física sino como un espectro, un fantasma que se la pasaría deambulando por allí, capaz de atravesar las paredes e incluso hasta podrás ver lo que otros tienen debajo de la ropa.
—¿En serio? —me dije yo en cuanto escuché eso último, difícil de creer para mí—. Eso último es difícil de creer.
—Obvio que no, niño. Sólo puedes atravesar paredes—contestó—. No obstante, escuché que tu situación requiere evitar una situación que afectó de alguna manera a tu cuerpo anterior, y a cierta personita a la que tanto estimas, ¿cierto?
—¿Se refiere a mi cuerpo todo baleado gracias a esa vieja que es mi “madre”? —expresé yo, haciendo la señal de “entre comillas”, señalando a la principal culpable de que haya vuelto aquí en este plano tan horrible—. Y de paso, salvar a mi hermana, ¿no? Pues sí, ¿pa’ que le digo que no si sí?
—Entonces, estoy seguro de que esto te va a gustar—dijo Juan Carlos—. Acabo de inventar lo que yo llamaría una máquina del tiempo, pero no precisamente es una máquina como tal. Más bien es un artefacto, con forma de $#@%# para una satisfacción más personal. Te permitirá volver atrás en el tiempo y en un tiempo concreto del pasado. Y lo mejor de este aparato está en que puedes programarlo usando tu pensamiento.
—Guau, eso es muy cool y algo fuera de lo común, sobretodo por la forma que tiene—dijo Mildred el Ángel, sorprendida no solo por lo que estaba escuchando sino también porque no despegaba la vista de horrible cosa—. Sin embargo, salvo por el diseño del artefacto, no le veo el más mínimo sentido que hayas inventado algo como eso. El tiempo aquí es diferente al del plano de los vivos. El tiempo aquí es prácticamente inexistente, Juan Carlos.
—Justo eso había pensado. Por eso es que me encargué de hacerle a mi artefacto algunos ajustes para hacer que funcione, aun si no tenemos tiempo aquí.
—¿En serio, Juan Carlos? —dijo Mildred no saliendo de su asombro—. Ya me encantaría verme a mí y a mi pequeño engendro usando esa cosa tuya con forma de $#@%#.
—¿Y quién te dijo que les voy a dar esta cosa? —dijo el condenado chamaco ese—. No pienso darles esta cosa para que terminen haciendo barbaridades con él. Yo voy a someter a tu presa con este aparato, le haré los cálculos necesarios para que se ajuste a este tiempo, él solo necesitará que use su pensamiento para que le diga al aparato a qué tiempo piensa volver y el aparato hará el resto. Y una vez hecho todo esto, la transición de este plano al otro plano tomará inicio. Y así él volverá al plano de la vida como un espectro.
—Oye, Mildred—reclamé, pues odiaba que me llamaran engendro, además de que me quedé un poco asombrada por lo que acababa de escuchar además de lo de “engendro”—. ¿Escuché bien? ¿Me van a someter con esa cosa para poder viajar en el tiempo y volver a allá como un espectro?
—Si nené, pero tranquilo, no te va a pasar nada, no te va a doler, solo va a ser un pequeño piquetito—decía ella aunque la verdad ya parecía que me estaba albureando—. Aunque si dices eso por la forma que tiene esa cosa con la que te van a compenetrar, ten por seguro que no te va a doler pero sí te va a gustar… el resultado—. No, en serio, ese ángel me andaba albureando de nuevo.
—El caso es que, tras haberlo testeado y corregido de muchas formas—decía aquel niño de los cincuenta—, creo que ya está listo para ponerlo a prueba en una situación real. Y qué bueno que él va a ser mi conejillo de indias, porque ya me hacía falta una alma en desgracia para la prueba.
—Qué caso más curioso—dijo el ángel—. Podemos intentarlo, a ver cómo sale. ¿Cómo la ves, Alfonso?
—Pues si no hay de otra… ¡Hagámoslo! —expresé categórica, aunque me costaba trabajo imaginarme cómo funcionaba esa cosa—, y antes de que me arrepienta.
Y así fue como nos pusimos de acuerdo para que yo utilizara esa cosa del tiempo, tan horrorosa como el que la inventó. Pero al menos tendría una vez más la oportunidad de volver antes del momento en que ocurría la desgracia de Clarissa.
—Solo que hay un pequeño detalle a considerar—dijo Juan Carlos—. Volverás a la vida como espectro, pero nadie te verá, ni siquiera los perros. Bueno, con los animales no he llegado a probarlo del todo, me falta probarlo en perros. Así que, si quieres resolver tu situación en el plano de la vida, tendrás que ingeniártelas para hacerlo, ya que no serás capaz de tocar nada ni siquiera podrás mover cosas, salvo que sepas cómo hacer eso sin tener un cuerpo físico. En fin, esa son los únicos detalles que tenía que mencionarles. Pero bueno, ya estuvo de tanto bla bla. Ya sin más rollo que aventar, comencemos.

Y ya una vez entendido todo aquello, fue que empecé a ser sometida con aquel feo artefacto que supuestamente me llevaría a un punto antes de que secuestraran a quien fuera mi… hermana. Si bien esa cosa funcionaba con el pensamiento, debería llevarme a un punto previo al secuestro que marcaría la desgracia a una familia de la que ya sentía que ya formaba parte. Y fue que decidí volver unas horas antes del incidente. Quería asegurarme de cuándo, cómo y por qué habían raptado a Clarissa, quién había sido quien la secuestró y con qué finalidad. Aunque tenía a mi principal sospechosa, pero era obvio que quería llegar al fondo de todo esto. Y si, fuera posible, evitar que mi hermana no sufra más de lo que ya estaría sufriendo mientras yo no estaba enterado de su situación cuando estaba aún viva como Ania de la Rosa.

Zona Antipaginada de la Mansión
Mansión Familiar
07:30 pm

La transición fue como un rápido flasheo que se dio de forma repentina. Pasé de estar en aquel lugar tétrico a ese dichoso plano donde residían las personas vivas. Sin embargo, lo curioso del caso está en que ya no regresé aquí como Ania de la Rosa sino como Alfonso Pereira. Me noté yo mismo vistiendo la última ropa que lucí la noche aquella que había salido de paseo con Elena antes de aquel accidente que acabó con mi vida: Pantalón café con playera de color caoba, acompañados de unos zapatos cafés oscuros. Era justa la ropa que llevé esa última vez que estuve vivo. Y ahora que he vuelto aquí, fue que comencé a desear estar vivo de nuevo, vivir de nuevo aunque ya para volver con los que había convivido antes de morir la primera vez.
Me miré las manos. Pareciera como si no hubiera pasado nada, pero… intenté mover mi mano derecha para comprobar una cosa, pero es que ni siquiera podía sentir el aire pasar por donde yo me encontraba. Es más, ni siquiera podía sentir respirar ese aire. ¿Es que acaso de verdad nadie puede verme, ni siquiera los perros? ¿Acaso no podía tocar nada ni aun deseándolo? ¡No puedo siquiera tocar el bendito aire! ¿Por qué volver entonces como un pinche fantasma y no como una persona de carne y hueso? Ojalá y ese niño cincuentero se hubiera inventado algo que haga a uno de carne y hueso de nuevo. Pero bueno, en este momento estar así es mejor que a nada.
Me encontraba justamente en una zona a la que nunca había visto antes. O tal vez sí, ya no sé, sólo sé que parecía ser una enorme bodega, que se encontraba llena de cosas, supongo que de la familia. Cada rincón del lugar parecía estar lo suficientemente ordenado y hasta etiquetado, según lo que se viniese guardado allí y a quién le pertenecía. Tenía hasta sus secciones, cada uno organizado según cada miembro de la familia. Y me sorprendí por la cantidad de cosas que había allí, así como también de la cantidad de miembros que conformaban la familia Samperio. Porque sí, no solo éramos mamá, papá, Clarissa y yo. Había cosas que pertenecieron a otros miembros pasados de la familia, antecesores que muy probablemente ya no estaban en este plano de la vida o tal vez estén aún vivos pero muy lejos de aquí, no lo sé.
El lugar se veía tan grande que pareciera que estaba ocupando mucho espacio, un poco más que de lo que debería de estar, considerando las dimensiones del lugar, pero es que juraría que el espacio era demasiado como para que quepa en algo tan limitado como un terreno. Y, sin embargo, yacía allí, con mi pequeña humanidad fantasmal merodeando por aquel lugar. Como todo un espectro.
Hasta aquí todo bien, al menos en apariencia. No obstante, en el momento en el que encontré la puerta de salida, me topé con una particularidad antes no contemplada. O tal vez sí. Al salir de allí, lo que seguía se me hacía llanamente familiar y al mismo tiempo fue como si nada de esto lo hubiera visto antes.
Y a mi camino, vi otra salida. En el momento en que me fui por ese acceso, ya me encontraba en la parte frontal de aquel terreno, frente a la laguna. Y fue allí que me di cuenta de que me encontraba saliendo de la zona antipaginada.
Resultaba que esa zona contenía un acceso que daba lugar a una bodega que se veía enorme cuando se entra a ella, pero es que, desde afuera, no parecía ser físicamente tan grande, por lo que se me ocurrió mirar alrededor de esa zona para cerciorarme de ello. Y sí, mi teoría era cierta. La dichosa zona antipaginada albergaba en su interior una enorme bodega que albergaba cosas de la familia, pero lo que estaba fuera de lo común era el hecho de que aquel lugar no se veía grande si se contemplaba desde afuera, pero por dentro sí que lo estaba. Era algo muy sobrenatural y extrañamente un sinsentido. Ahora ya me explico el letrero con la advertencia, clara y fuerte. Alto, área restringida. Tal vez nadie, ni siquiera la misma familia de Clarissa entendería por qué ocurría esa anomalía, si bien ello podría explicar por qué ni siquiera los propios miembros de la familia podrían entrar, resulta difícil explicar algo como lo que pasa en el interior de dicha zona. Tan extraña y misteriosa como sobrenatural. Ahora ya comprendo. Era como si alguna anomalía de la misma tierra se hiciera presente allí y para evitar la presencia de curiosos, se hubiese clausurado el lugar, impidiendo el acceso a todo posible curioso, y eso incluía a la propia familia Samperio.
Entonces, recordé que tenía una misión que cumplir y rápidamente, como fantasma, decidí dejar de pensar en la zona antipaginada e ir directamente a la mansión. Así como también fui recordando el hecho de que había viajado en el tiempo, así que debía haber estado al menos unas horas antes del secuestro de Clarissa. Tenía mi reloj a la mano, pero éste no estaba dando la hora, de hecho, el mismo parecía congelado. No avanzaban las manecillas pero tampoco parecía estar averiado, lo que era algo ilógico. Y entonces recordé que en la mansión había un enorme reloj de péndulo de esos antiguos que marcaban la hora y que aún funcionaba. Así que inmediatamente corrí hacia allá. Necesitaba cerciorarme de aquel detalle relativo al tiempo.
Y ya estando adentro, comprobé que el artefacto de aquel niño cincuentero funcionó. Eran todavía las 7:30 de la noche. Aún no había ocurrido nada. O al menos, no en apariencia. El interior de aquella casona parecía igual de ordenada que siempre, solo que con el detalle de que no se veía pasar ninguna alma allí. Ni siquiera el de la familia.
O eso, al menos creí.
Justo a esa hora, noté que mi versión femenina, aún viva, se encontraba entrando justamente por la parte trasera de la mansión. La vi muy de cerca y no podía creer lo hermosa que se veía… Bueno, más bien yo me veía. Me veía atravesando aquella casona que había sido mi hogar en los últimos días desde que volví a este plano convertida en ella… Hasta que salí de allí… Bueno, ella salió de allí y por la entrada principal. La contemplación me había dejado sumamente extasiado, fue como si hubiera visto una parte de mí que nunca antes había notado.
Pero así como también había advertido la presencia de aquella versión femenina de mí, inmediatamente percibí algo desde la parte de arriba, más o menos por las escaleras que daban a los dormitorios. Alcancé a escuchar unas voces. Me eran familiares y fácilmente identificables. Parecía que platicaban de algo, aunque ignoro de qué. Así que me fui acercando poco a poco hasta que llegué justamente al cuarto de Clarissa.
—¿Por qué piensas que yo tendría que ver con eso, hijita? —decía esa voz madura como de señora, que era la de doña Isabel González—. ¿Sólo porque te lo dijo la tonta de tu hermana mayor?
—¡Ella no es ninguna tonta, madre! —exclamaba esa voz chillona como de señorita, quien claramente era la voz de Clarissa. Lo que significa que todavía no la habían secuestrado, esto estaba pasando previo a su secuestro. ¡De verdad, la transición había funcionado! Así que seguí escuchando—. Ella casi me juraba que tú tienes algo que ver con la muerte de mi padre. Y la verdad estoy igual que tú. Me cuesta mucho trabajo creerlo.
—Hija, por favor, vamos a calmarnos un poco, ¿quieres? —decía esa maldita vieja en un tono tan tranquilizador.
Desde la puerta de la habitación de Clarissa, estaba siendo mudo testigo de lo que estaba pasando. Al parecer, previo a su secuestro, ella había sostenido una discusión con su madre. Esto había pasado justo un rato después de la última vez que estuve con ella. Era evidente que, para esta hora, Clarissa aún seguía en la casa y en su cuarto, hasta que la bruja de su madre se acercó a ella y comenzaron a discutir sobre lo que yo misma le había planteado sobre su padre. Esto podría significar que ella sí me creía en parte, pero es que había algo en ella que bloqueaba o le impedía cuestionar a su propia madre sobre la muerte de su papá. Ella nunca se atrevería a cuestionar las acciones de su madre, incluso si éstas fueran malas o perjudiciales. Y en esa ocasión, estaba haciendo justamente eso.
—Puede que mi hermana sea todo lo que quieras, incluso medio rara desde esa vez que la operaron del corazón y salió viva de allí—prosiguió ella—. Pero es que ella es incapaz de inventarse la idea de que tú… que tú… que tú… ¿Qué diablos está pasando, mamá? Primero mi hermana y ahora tú. ¿Por qué todos se atreven a torturarme de esa manera? ¿Por qué mejor no me dejan en paz y dejan en paz a mi padre? Él ya está muerto y descansando.
—Ya mi amor, tranquila. Ven, ven aquí—decía Isabel, al ver que Clarissa nuevamente se iba a poner a llorar desde su cama, a la vez que se iba acercando para consolarla—. Tranquila, Clarissa. Nadie te está atormentando. Ya no te atormentes más con lo sucedido con papá. Él ya está en el cielo ahora, a ese lugar tan hermoso al que todos iremos algún día. La vida sigue y tendremos que continuar sin su presencia de ahora en adelante. Pero nunca nos olvidaremos de él. Él siempre va a estar con nosotras.
—¿De veras, mamá?
—Sí. Nosotras sobrellevaremos esto en su ausencia. Ya verás que todo va a salir bien. Te lo prometo.
Y así estuvieron abrazadas, hasta que en doña Isabel—después de lanzarle ese chorro mareador tan cutre a su hija—surgió algo que tal vez no me esperaba pero que después tendría todo el sentido del mundo.
—¿Qué te parece si salimos un rato a pasear? —proponía su madre.
—¿Qué? —dijo Clarissa un tanto extrañada por la proposición de su madre de salir, considerando la hora que ya era—. ¿Salir de paseo a esta hora, madre? ¿No es ya un poco tarde para ir a dar una vuelta? Sabes que no suelo salir a estas horas de la noche y menos para ir de paseo.
—Bueno, pensé que un paseo por el parque sería bueno, al menos para olvidarnos un rato de todo este asunto, aunque sea por unas horas. Sé que esto no hará que olvidemos lo sucedido con tu padre, pero al menos nos olvidaremos del tema al menos por unas horas. O si lo prefieres podemos ir a otro lugar, como ir al cine o ir de shopping. ¿Qué dices?
—No lo sé, madre—decía Clarissa un poco indecisa—. Es solo que, tú sabes, no acostumbro a salir de noche. Y menos de noche.
—Por favor, hija, insisto—sí, la pinche vieja insistía a más no poder—. Sólo será un par de horas y en el momento en que gustes regresamos aquí.
Y no le tomó mucho tiempo convencer a su propia hija de salir con ella de paseo. Unos minutos después, vi como doña Isabel y Clarissa se fueron en el coche familiar. Hasta aquí todo parecía estar bien. Sin embargo, algo en mí me decía que algo andaba mal. No sabía qué era exactamente, pero podría casi jurar que tendría que ver con el secuestro de Clarissa. Lo malo de todo esto fue que no pude hacer nada para impedir que la madre sacara a su propia hija de paseo solo para que ésta termine secuestrada por ella, su propia madre. ¿En serio, de verdad no podía tocar nada? ¿No podía siquiera echarme un pedo y que lo oigan todos los demás alrededor?
Tras haber visto como ellas se iban preparando para salir, empecé a llenarme las tripas de coraje, pensando en que con eso intentaría mover lo que sea con tal de tirarlo y hacer ruido, pero no tuve éxito. Ni haciendo corajes en la panza o fingirme uno hizo que, por ejemplo, uno de los jarrones del vestíbulo siquiera se moviera medio milímetro. Y justo en el instante en el que me encontraba haciendo eso, se me apareció Mildred el Ángel… de nuevo esa tipa, ¿es que acaso no tenía nada mejor que hacer?
— ¿Por qué haces corajes, mi cielo hermoso? —decía el ángel con ese tonito de voz tan afeminado que tanto la caracterizaba—. Así que por aquí andabas, viendo los sucesos que ocurrieron mientras tú no estabas en casa, ¿verdad? ¿Acaso intentas indagar sobre cómo fue secuestrada tu hermana? ¿O intentas practicar karate o algo parecido con ese jarrón?
— Me acordé de una película que vi cuando era niño sobre un tipo que estaba muerto y que, siendo un fantasma, aprendió a mover cosas haciendo corajes con las tripas—le iba explicando sobre lo que estaba haciendo—. Pero el caso es que…
—Estás tratando de ver si podías hacer lo mismo, ¿no? —interrumpió Mildred, deduciendo lo que estaba pasando.
—Pues sí, quería ver si funcionaba de verdad, a ver si era cierto.
—Y menuda realidad topándote en la cara—decía ella—. Ay, mi cielo, pues ya te diste cuenta de que ni haciendo corajes puedes mover nada de aquí. Ya te lo había dicho Juan Carlos, ¿no? Tú ya no perteneces a este plano. Y por lo demás, tengo que recordarte que solo eres un fantasma. Y también te tengo que recordarte que solo tienes 23 horas para resolver tu situación.
—Ya lo sé, Mildred—le espeté—. No tienes que recordarme esa parte, ¿de acuerdo? Estando así ahora, me siento todavía más impotente e inútil. ¡Es que de veras, no puedo mover ningún maldito objeto! ¡No puedo! ¿Y así cómo voy a poder ayudar a Clarissa?
— Tranquilo, cariño—dijo el ángel—. Justamente estaba pensando que quizás mi alma predilecta querría un poco de ayuda extra. Así que traje algo para ti.
Y sacó de su toga un par de objetos que, viendo qué eran, me hizo quedar perplejo.
— ¿Un papel y una pluma? —reaccioné tras ver aquellos objetos, pues en primera instancia, ¿para qué querría un simple pedazo de papel y una pluma? —. ¿En serio bromeas? ¿Por qué me das esto, Mildred? No creo que me sirvan de mucho.
— No te creas. Hasta para nosotros los ángeles, un pedazo de papel puede hacer maravillas. Incluso hasta nos podemos limpiar el culo con ello, claro, si pudiéramos cagar—respondió el ángel—. Y en cuanto a la pluma, esto no es cualquier pluma. Es un objeto maravilloso con una tinta que nunca se acaba. Aunque creas que no te puedan servir en este momento, quizás te serán útiles más adelante, te recomiendo que los guardes muy bien. Y bien, ya me tengo que ir cariño—se despedía ella. Te deseo mucha suerte con tu misión, cariño. Te veo luego—. Y acto seguido, la muy condenada me lanza un beso volado, mismo que terminé rechazando, pues no creí conveniente responder a esa linda forma de expresar cariño.
Y de nuevo, esa cosa con alas volvió a desaparecer y ahora estoy solo de nuevo. Y tras haberse ido, comencé a seguir el auto familiar hasta donde pudiera estar llegando en este momento. Confieso que, tras haber desaparecido de nueva cuenta ese ángel del cielo, estuve a punto de tirar aquel trozo de papel y pluma que me había dado. Pero no lo hice, en vez de eso, lo guardé, pues, como me había dicho Mildred el Ángel, podría serme útil en algún momento.
Y ya una vez ubicado el auto secuestrado, me puse a seguirlo, volando literalmente (sí, literalmente volé mirando todo desde arriba, eso de ser un fantasma tiene sus ventajas, ¿no?). Y sí, en efecto, doña Isabel había llevado a su hija cerca de un parque. En realidad estaban ubicados en el estacionamiento de un centro comercial, mismo que estaba ubicado precisamente cerca de un parque. Un lugar al parecer muy concurrido, sin muchos autos a esa hora de la noche pero eso sí no se veía nada abandonado. Nada podría salir mal. O eso al menos creí.
— Voy a ir a por un helado mi cielo, ¿no quieres acompañarme?
— No, mamá—dijo Clarissa con desgano—. Aquí me quedo.
— ¿Estás segura? ¿No quieres acompañarme? —volvía a insistir, mas su hija no había respondido, seguramente por los audífonos que tenía puestos—. Está bien, como quieras, hija—dijo su madre—. Enseguida vuelvo. Nomás cierras bien la puerta, ¿ok?
Y la mentada vieja no se fue de allí sin repetirle una vez más a Clarissa lo mucho que la quería (sí como no). Y finalmente la señora se fue encaminando hacia el centro comercial. Y Clarissa, lejos de ponerle seguro a la puerta del auto, se puso más bien en posición fetal y le subió el volumen a todo lo que daba su iPod, como no deseando seguir escuchando nada del exterior y prefiera refugiarse en su madriguera imaginaria o algo por el estilo. Sin embargo, no se percató de que alguien se estaba acercando, así como si nada. Y algo en mí me hizo saber que aquella persona extraña no parecía estar con la mejor intención del mundo. Por lo que me fui acercando igual poco a poco hacia el auto.
Y ocurrió lo impensable: Aquel tipo se detuvo en el lado del copiloto y sacó del bolsillo de su pantalón un arma de fuego y apuntó hacia Clarissa, quien no se esperaba venir aquello.
—¡No te muevas, chamaca! —decía aquel tipo con una voz tan roca que parecía más de una persona con problemas de garganta o tal vez alguien mayor, ¿qué sé yo? Sólo sabía que hablaba con voz ronca. Y, sin decir más, se metió en el auto, lo encendió y arrancó a toda prisa, yéndose de aquel lugar con todo y mi pobre hermana dentro. Traté de impedir aquello, pero no pude. No podía tocar aquel tipo. Me puse enfrente de para donde se iba a dirigir y nada, el auto me traspasó como si nada. ¡Rayos! ¿Por qué a ella? ¿Por qué? Y entonces empecé a sentir que algo dentro de mí estaba a punto de explotar. Y ya sin más exploté. Lancé un grito que parecía llegar al mismo cielo, seguido de un fuerte cansancio que hizo que cayera sentado en el frío asfalto del estacionamiento. Y como si el gritar no hubiera sido suficiente, fui dando de golpes contra aquel asfalto con los puños, sabiendo que sería en vano dañar el suelo, pues ni siquiera el asfalto se rompía con la fuerza de mis manos empuñadas. Nada de lo que hacía ahora parecía llamar la atención de nadie, excepto de un perro que merodeaba por allá y comenzó a ladrar fuerte, hasta que le entró miedo y salió corriendo de allí. Lo que parecía indicar que dicho animal sintió mi presencia.
“No, Alfonso, contrólate”, me dije a mí mismo tratando de calmarme. “Encabronándote así no solucionarás nada. Tienes que seguir a ese vehículo. Tienes que saber hacia dónde se llevan a Clarissa” Y acto seguido, salí volando una vez más siguiendo el auto familiar, con Clarissa ahora raptada por alguien que no solo la tomó por asalto sino que también se aprovechó de la situación para robar el vehículo y llevarla solo Dios sabe a dónde ahora.

Minutos después en la Calle Concord

No me tomó mucho tiempo en averiguar la dirección final donde aquel sinvergüenza ladrón y secuestrador había llevado a Clarissa. El tipo aquel no era nada tonto, se había llevado a mi hermana prácticamente en el bosque, un sitio muy frondoso al cual nadie iría ni siquiera la policía. Y en las entrañas de aquel bosque había una casa tipo cabaña, de las solo encuentras en sitios como éste y que suelen estar equipadas con todo. No muy lejos de aquella cabaña había un pequeño letrero que indicaba la dirección de aquel lugar: “Calle Concord 1734, P. O. Box 28213”. En un principio no le di importancia a esa información. Lo único que me importaba era tratar de rescatar a mi hermana. Sin embargo, tras haberme tranquilizado un poco, me detuve a pensar un poco. Llegué a la conclusión de que, así por como estaba, no podía salvar a Clarissa. El no poder mover cosas ni tampoco hacer que los demás me escuchasen hacía que mi misión resultase una tarea imposible. Una vez más, me sentí solo, sin defensas y sin saber qué hacer. Hasta que me acordé de aquel trozo de papel y pluma que me había dado Mildred el Ángel. Y lo saqué del bolsillo de mi pantalón. Lo que me dio una grandiosa idea: Tenía que hacerle saber a mi versión femenina sobre el secuestro de Clarissa, ya que, hasta entonces, y, por lo que yo sabía, ella aún no estaba enterada de lo que estaba pasando con su hermana. Así que decidí escribirle un mensaje alertándola del peligro que corría Clarissa. Busqué un lugar donde pudiera escribir lo siguiente:

“Ania de la Rosa, busca a tu hermana. La tienen secuestrada, tú ya tendrás idea de quién ha sido a estas alturas.
No preguntes quién soy ni tampoco dudes de lo que te escribo aquí, solo busca a tu hermana antes de que sea demasiado tarde. Esta es la dirección:

Calle Concord 1734
P. O. Box 28213
Casa tipo cabaña de madera de ébano.

Toma tus precauciones. Es una zona aledaña, pero segura.
¡Rápido! ¡Rescata a Clarissa antes de que se haga más tarde!
¡No permitas que le hagan daño!

(Sniff… sniff… sniff...)”

Apenas terminé de escribir sobre aquel papel, comencé a preguntarme si lo llegaría a ver la misma Ania de la Rosa. Porque si bien no podía tocar nada ni siquiera escribir sobre un objeto tan material… Un momento, ¿cómo es posible entonces que haya podido escribir sobre un pedazo de papel común y corriente? ¿Qué hace que esto pueda ser una excepción a la regla? ¿Acaso será que tanto el papelito como la pluma sean del propio ángel y lo habrá bendecido o algo así que sea manejable incluso por un fantasma o algo así? Sea como sea la cosa, comencé a emprender el camino de regreso a la mansión, pero esta vez con un nuevo objetivo en mente. Estaba consciente que como Alfonso Pereira fantasma no podría ayudar a mi hermana, pero sí lo haría Ania de la Rosa. Ella está aún viva en este plano y tiene más posibilidades que yo para salvar a su hermana, aun sabiendo que dicha misión le costará la vida, pero se puede intentar.
Tras haber regresado a la mansión, tocaba ahora ver dónde dejar aquel papelito, puesto que tenía que estar en un lugar visible y a la vez discreto, que no precisamente cualquiera lo pueda ver pero sí mi versión femenina. Y consideré dejarlo debajo de uno de los jarrones que adornaban el vestíbulo. Esas cosas se veían tan enormes y llamativos que, con toda seguridad, la misma Ania podrá advertir del papelito.
—Si yo no pude con esto, Ania de la Rosa sí podrá. Estoy seguro de que lo logrará, aunque esta vez impediré que… muera—. Y sin darme cuenta de ello directamente, una lágrima comenzó a salir de los ojos. Me sentí como un impotente, como alguien que fracasó en su misión y que ahora delega la misma a otra persona. Quizás fue un error haber vuelto aquí.
—No te sientas mal, Alfonso Pereira—decía alguien que estaba justo detrás de mí. Y esta vez no me sorprendí ni nada, pues ya sabía quién era.
—Ah, eres tú, Mildred—le dije, sin más.
—Hiciste lo que estaba en tus manos, Alfonso—dijo el ángel—. Desde el principio de todo esto sabías que tu regreso a este plano no iba a ser una buena idea. Aunque si vemos esto desde otra perspectiva, tal vez sí tuvo algo de positivo. Previniste a tu otra yo sobre lo que estaba ocurriendo con Clarissa.
—Pero ¿qué dices, Mildred? —dije yo, un tanto desconcertada ante lo último que había dicho—. Yo llegué aquí con la única misión de salvar a Clarissa de ser secuestrada y no pude evitar el mismo. Tampoco pude evitar morir otra vez en este plano y todo por intentar salvar a mi hermana. Me siento un fracasado, un impotente, me siento incapaz de hacer ya nada más que estar dejando esta nota a alguien que sí intentará hacer por Clarissa.
—No, tú no eres un fracasado, Alfonso. Y lo sé porque si hay algo que conozco de ti desde que fuiste creado es que eres perseverante. No te rindes nunca ante cualquier cosa por más difícil que resulte, las cosas las haces aun si ello te cueste muchas horas de sueño, sudor y lágrimas. Siempre así has sido, Alfonso Pereira. No te atrevas a negarlo. Es solo que, en esta ocasión, lo único que te friega un poco es esa limitación de la máquina del tiempo de Juan Carlos. Pero ¿qué crees? Te tengo buenas noticias. Resulta que Juan Carlos me acaba de dar un frasquito con un jugo especial, el cual solo deberás tomar una vez y te dará la habilidad de tocar varios objetos materiales a la vez. Eso sí, con una limitante.
—Ah, eso supuse—dije yo, sabiendo que aquella cosa de la hablaba ahora Mildred tenía limitantes—. ¿Qué acaso ese niño no puede hacer las cosas bien?
—Lo intenta, pero hay que entenderlo, es solo un niño, aunque piense como un adulto. Pero bueno, ahora, el único pero único único único detalle que le veo yo a la regla es el hecho de que solo una vez lo debes de tomar y de un solo trago, ya que, si lo tomas por partes y de a sorbitos, no funcionará. Y una vez que lo tomes, sólo tendrás cinco minutos para aprovechar la habilidad, ya que, una vez que acabe el efecto, la segunda toma tampoco funcionará. Estas soluciones “milagrosas” de este “niño” están peores que los humanos que viven en este plano. Pero bueno, es lo que hay. Tú sabrás si aceptas o no el reto.
Y agarré aquel pequeño frasco de cristal que parecía como de fragancia, que contenía aquel pequeño extracto de color naranja que se podía beber solo una vez. Y lo miré por un largo rato, a la vez que pensaba si valía o no la pena el esfuerzo. Y sin tomarme mucho rato para pensarlo…
—Si esto ayuda a facilitar un poco las cosas para salvar a Clarissa, entonces hagámoslo—. Ahora solo faltaba saber qué hacer ahora, pues con aquel juguito en realidad solo tenía una oportunidad no precisamente para salvar a Clarissa, pero sí para facilitarle a Ania de la Rosa (mi yo femenino) salvarla de su propia madre. Y, no sé, tal vez conseguir algo más, como salvar a la propia Ania de la Rosa morir en el intento.

CONTINUARÁ...

La pasión de Ania (Edición Mejorada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora