<•> Capítulo cincuenta y ocho <•>

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El rostro de Ivo me causó mucha gracia.

—¿Priva-vado? —entrecerró los ojos de manera graciosa.

—Sí, ¿qué tiene?

—¿Cuándo no me, me sentir pobre por usté? —rodó los ojos y puso su maletín sobre la mesa.

—Lo siento —me disculpé, poniendo mi mano en mi nuca y torciendo un poco la cabeza.

—Pero estás guapísimo...

Ambos nos volteamos, pues la voz de Romy nos llamó la atención y a la vez, mi enojo. No podía ser posible.

—¡¿Qué hace este imbécil aquí, señorita Cortéz?!

—Ey, párale ahí, no vengo con ganas de pelear.

—¡Oh, pues qué mal, porque yo sí me levanté con el pie izquierdo!

—Señor, perdón, no conozco que pasa aquí, pero él es modelo que hará las fotos de los trajes ejecutivos.

¡Era lo último que me faltaba! ¡Qué el imbécil del ex de Ivo fuera a trabajar para mí!

—No. Me rehúso.

—¿Qué? —exclamó indignado—. No, ni se le ocurra, Kellerman.

El rubio oxigenado se cruzó de brazos y era lo peor que podía hacer una persona a la hora de presentarse en un trabajo.

—¿Qué? —me acerqué a él peligrosamente— ¿Si sabes que no puedes cruzarte de brazos en presencia de quien sería tu jefe? —pero, yo, sí podía hacerlo, así que lo hice.

—No venga a darme clases de etiqueta.

Me abstube que hacer un berrinche refunfuñando por todos lados. Mas lo que hice, fue dirigir mi mirada a Romy y decirle:

—Que se vaya.

—Señor, pero...

—¡Pero nada! ¡Qué se vaya, he dicho! Y si ocupan un modelo de emergencia —me quité la corbata y la enrollé en mi mano—, para eso estoy yo.

—¡Perfecto!

¡Dios! ¡Debían estar bromeando! La asesora principal, quien había hecho el negocio conmigo, apareció.

—¡Qué sean dos modelos! —exclamó llena de felicidad.

—Disculpe, ¿qué?

—Que Jörg y usted, señor Kellerman, hagan las fotos. Estoy segura que a todos les van a encantar, ¡ambos son demasiado guapos!

Me di cuenta, que de verdad, metí la pata. ¡Y hasta el fondo!

Miré a Ivo, pidiéndole su opinión, mas, lo único que hizo fue dirigirse a su lugar y tomar asiento. Romy, por su parte parecía la más animada y yo... ¡Qué me llevará el diablo! Lo sabía, debía ser prudente, pues era un negocio imposible de rechazar.

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—Soy un imbécil —comenté.

Me encontraba frente al espejo, colocándome la pajarita de color rojo. Al fin y al cabo, la sesión de fotos sería en pareja.

—¿Y hasta ahora se da cue...

—Algún día voy a despedirte —logré interrumpirla a tiempo.

—Nah, no puede vivir sin mí.

La cabrona sí que estaba en lo cierto. Era la primera secretaria que me duraba más de dos meses.

—¿Ya me quieren contar por qué semejante alboroto hace unos minutos?

Perfecta ImperFecciÓnDove le storie prendono vita. Scoprilo ora