5.12.17

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Podía sentir el pestañeo de sus ojos en mi cuello, sus dedos haciendo formas en mi espalda y un susurro muy débil deslizándose, sin mucha prisa y sin muchas ganas, hasta mis orejas. Decía tal vez un "Te empiezo a amar" o quizá "Te empiezo a odiar".
En la habitación permanecía la quietud y nuestras respiraciones en el fondo. Todo empezaba a oscurecerse, intenté prender la lámpara de mesa pero me detuvo y me pidió permanecer así, pese a que nuestras mentes ya se habían disipado en un mar de ideas. Aún estando distantes de ese lugar, ahí mismo, de alguna forma estuvimos cerca y no lo digo por la distancia reducida entre nuestros cuerpos, no, aquella materia a lo que ella llamaba alma y lo que yo concebía por otro nombre, parecía estar fundiéndose con la mía. Era una experiencia surreal, como si se estuviera agregando una nueva pieza a mi cuerpo.

Yo le quería: Rebelde, descuidada, ilustre, encaprichada, confundida, feliz, triste, nefelibata o enfadada. Para mi no existía el futuro, jamás existió, era algo ajeno a mi mente; era propio de su mundo extraño. Mientras a ella se le terminaba el tiempo, para mi era inmutable, se trataban de días perennes, un lado lleno de luz y otro de sombra, permanentemente.
Creí escucharla preguntarme algo justo cuando, por primera vez, experimentaba la sensación de empezar a soñar con los ojos cerrados, tengo la duda si me habrá preguntado "¿Lo hacemos de nuevo?" o si, lo que en realidad dijo fue "¿Me sigues queriendo?", no tenía la mínima idea de nada. En ese momento, su cara, sus ojos, su boca, su voz, todo estaba desenfocado y mezclándose en mi cabeza.
Finalmente, fuera cual fuera la pregunta, a ambas podría haber respondido afirmativamente sin vacilar un instante. Tal vez, yo también la empezaba a amar.

Viviendo en la luna.Where stories live. Discover now