-Rajá Shiva no esperaba la Llave -dijo Cíntar.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó Shaw-. Es claro que nos cagó la cara desde el principio. Lengua partida tenía planeado entregársela.
-¿Y en dónde están los Albinos? -contestó Cíntar.
La respuesta acalló a sus compañeros. El peligro era diferente a la cercanía de aquellos seres, y aunque su certeza pendía de una uña, sabía que las intenciones de Hytel distaban de regalarle la Llave a Rajá Shiva. La magia que atestaba a la necrópolis se lo decía al oído como campanadas. Sintió desgarrones por su cuerpo; pústulas hechas de susurros.
Es imposible. No aquí.
-Alto -alertó Shaw, deteniéndose.
Una silueta emergió detrás de unas teas de fuego azul y se plantó en medio del sendero al término de la rotonda. Es ella. Los ojos de Cíntar se encendieron acompañados por un nuevo destello del obelisco.
-Hechicero -dijo Mélek, estática como las ruinas-. Dejarte avanzar va en contra de mis órdenes.
A su espalda, el obelisco se levantaba a pocas leguas como un castillo. Entonces Rajá Shiva se encuentra allí.
-Humana. -Cíntar se acomodó el sombrero-. Lo que sea que tu amo esté haciendo, es peligroso. Primera advertencia.
Unos aros de fuego aparecieron a los pies de Mélek, lo suficientemente cerca como para ahuyentarla, pero en su rostro no hubo ademán de retroceder.
-Es fútil -dijo-. Tengo a los dioses de mi lado, y ni siquiera un Mago puede hacerles frente.
Cíntar apretó los puños y las llamas crecieron. No iba a permitir que aquel lugar lo despojara de sus elementos. Esta vez latiguearon el cuerpo del Espíritu y la rodeó por un círculo de fuego como si fuera una polilla lastimada.
-Segunda advertencia -dijo Cíntar al cancelar el hechizo.
Dudo que haya una tercera.
Y mientras escuchaba el desenvainar de Zid y Shaw, la figura humeante de Mélek se levantó como un arma saliendo de su funda. Cíntar pensó que ni el peso de una lápida podría retenerla, y menos cuando, en medio de un latido de corazón, la mujer dio un paso hacia ellos.
-Donde fallan los Magos -dijo-, triunfan los hombres.
Cíntar la maldijo a matar.
-¡Carajo, no! -gritó Shaw.
La violencia del estruendo levantó escombros por doquier. El obelisco fue cómplice al cegar a Cíntar, llevando sus sentidos hacia la oscuridad, fuera del choque de los aceros. Al recuperarse, levantó la cara y encontró a sus compañeros batiéndose contra Mélek a pocos pies, quien esgrimía un par de cimitarras y las hacía girar como un tornado. ¿Mi magia? Se miró las manos. ¿Qué sucede? La necrópolis volvió a retumbar sobre él. Sentía unos labios dentados succionándole las energías. Cada pizca de poder mágico escapaba a la vez que respiraba. Recordó aquel sueño; aquella pesadilla en la que vagaba por las Ruinas sin el amparo de los elementos, y pensó que la ilusión arremetía de nuevo, que la sangre de su frente era treta de sus temores.
-¡Largo! -escuchó.
No supo si fue el destello o la avalancha de mandobles. Cíntar despertó al momento de ver la plaza destrozada. Su vista recayó en el sendero que iba hacia obelisco. Estaba despejado, y como si lo hubiese poseído algún demonio, comenzó a correr hacia allá.
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Diamante
FantasyUn par de Magos decide entrometerse en las políticas de su gobierno, sin saber que su curiosidad desencadenaría discordias en el reino de los humanos y, quizás, en el resto del continente. Ahora, más que volver a poner las cosas en su sitio, se trat...
Capítulo 28
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