Capítulo 17

31 7 26
                                    

—Debimos seguir el sendero —dijo Lina, sobre su hombro derecho.

—Fue tu idea alejarnos de él —respondió Fey sombre el hombro izquierdo.

—¡Mientes! ¡Ha sido tu idea!

—¡No! ¡La Tuya!

—¡Tuya!

Annette resopló mientras las hadas seguían enredando sus voces en una eterna discusión. Se acurrucó junto a una piedra y observó los nubarrones que se acercaban desde la cordillera distante del Valle. Otra noche a la intemperie.

—¿Pueden callarse? —se quejó. Los párpados le pesaban.

Las hadas bajaron la voz, y agitaron sus alas de mariposa para zanjar el asunto.

—Lo sentimos —dijo Lina, bajo el brillo de su cabello azul—, pero Fey...

—¡Pero yo nada! —replicó su contraparte de cabello rojo.

—¡Basta! —gritó Annette—. Si no se callan, regresaré a Suntaé.

—Emler nos freirá —tartamudeó Lina, acomodándose el sombrero de punta.

Es por eso que Annette no creía ni en sus propias amenazas. Escaparse de Suntaé habría provocado que las narices de Emler removieran cada adoquín en su búsqueda. Había borrado su rastro con un par de sortilegios, y ya llevaba un par de días sorteando caminos fuera del sendero principal. Sonrió. Sabía que su abuelo no daría con ella si no se lo permitía, y ahora tenía dos razones revoloteando sobre su cabeza para no dejarse atrapar.

La lluvia calmó sus cavilaciones. Pronto, el País de los Magos se bañó de gotas que parecían agujas al caer sobre el césped. Annette agitó su vara y una pantalla de luz la cobijó del aguacero. A pesar del sortilegio, tiritaba de frío; a diferencia de las hadas desnudas cuyo brillo el único en aquella colina.

—Acá —llamó Annette al sacar un mapa de su bolsa. Lo extendió sobre la tierra.

Lina aterrizó sobre el pergamino y dio un par de saltos hasta llegar a unas torrecillas en medio de la nada. Altamira.

—Erret está más cerca —agregó Fey, alumbrando el punto de aquella aldea.

Mientras, Annette tanteó el suelo en busca de una piedra.

—Cuidado —dijo al conseguirla.

La colocó encima del mapa y la tocó con su vara. La roca comenzó a vibrar, y acto seguido, se deslizó sobre el papel.

—¡Eh! —chilló Lina al esquivarla. Voló de vuelta al hombro de Annette.

La piedrita se detuvo cerca de Suntaé, a los lados de un sendero que se perdía entre los bosquejos del Valle.

—Va todo bien —declaró Annette con una sonrisa. Enrolló el pergamino antes de guardarlo.

Se envolvió en su capa como un capullo y cerró los ojos. Aunque no las viese, sabía que las hadas la mantendrían a salvo de la noche y de cualquier cosa que pudiese hacerles daño.

Nada ha cambiado.

***

El País de los Magos se perdió de vista, mientras que Annette se concentraba en avanzar por aquellas colinas áridas. La lluvia ya era parte de otro mundo. Las hadas la vitoreaban ocultas en la capucha como dos consciencias, aunque al término de algunas encrucijadas, eran ellas quienes hacían un pequeño reconocimiento del sendero, y al apegarse a él, vislumbraron la enorme boca del cañón al caer el alba. La muralla de piedra se prolongaba ubicua, perdiéndose al rastro del ojo; y ahora que lo pensaba mejor, nunca había estado tan lejos de casa. Se adentró en las vaguadas, escuchando el silbido de las paredes. Casi podía jurar que se trataba de Emler maldiciendo su camino por haberlo desobedecido.

DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora