Capítulo 16

26 7 2
                                    

La cama se sentía como una nube; una nube de la cual quería bajarse. Le dolía el vientre. Mala señal. Esperó a que su vista se acostumbrase a la claridad antes de siquiera pensar en moverse. Del ventanal, al fondo, se escuchaba el bullicio de las afueras; de las afueras desconocidas.

Nikolai desechó la idea de inspeccionar la habitación, ya que un anciano de cabellos crespos la miraba desde un banquito al pie de la cómoda. Dio un respingo, intentando tentar su espada, en vano, al darse cuenta de que vestía un pijama. ¿En dónde está mi uniforme?

Su reacción pareció divertir al anciano. Las arrugas de su cara ocultaban unos ojos claros y minúsculos. Su túnica relucía como sus zapatos. Se empinó una botella, como si le pidiera permiso para hablar.

—¡Perdí la apuesta! —dijo, casi en una carcajada. Nikolai no reconoció aquel acento rasgado, de pergamino—. Despertaste muy pronto.

—¿Apuesta...? —lanzó Nikolai. Sintió frío y se cubrió con las sábanas, procurando ocultar sus vergüenzas.

—Diversión del rato —dijo el viejo al levantarse. El par de zancadas le revelaron a Nikolai lo alto que era—. Venga, toma esto.

El contenido de la botella se agitó como si no tuviese fondo. Sentía uñas recorriéndole la garganta, por lo que se la arrebató y bebió. El alcohol no perdió tiempo en darle trastazos a su cráneo.

—¡Eso! ¡Eso! —aplaudía el viejo—. Tenemos una borracha en potencia.

Nikolai no contestó. Era incapaz de separarse de aquel néctar que le calentaba el estómago, asemejándose a pequeñas manos que toqueteaban su cuerpo e incitándola a hundir nuevamente su rostro en las almohadas.

—Deja para los demás, niña —dijo el viejo.

Nikolai tomó una bocanada de aire. Respiró en un par de ocasiones y se aclaró la garganta. Con lentitud, observó al anciano y le devolvió la botella al erguirse con las fuerzas renovadas.

—¿Quién es usted? —El porte de Caballero salió de su boca.

Pero el porte no hizo mella en el anciano, quien ya regresaba hacia el taburete.

—Los modales no son lo tuyo —dijo al sentarse—. Deberías aprender de tus compañeros.

—¡Mis compañeros! —Nikolai se levantó de un salto—. ¡Habla de Heres y Val! ¿Están bien?

—Como un par de cachorros. —Asintió el viejo—. Cachorros preocupados por ti, Nikolai. ¿Lo pronuncié bien? ¿Ni-ko-lai?

Pero ella ya no le prestaba atención. Sus memorias se apilaron en su cabeza como un costal de bloques. Allí vio a Heres caer, y luego a Valandil, camino a las puertas de lo que parecían ser unas murallas, en la distancia, en medio de la noche, alumbrados nada más que por estrellas fluctuantes en el cielo.

Supuso que estaba dentro de aquella fortaleza, y que los guardias los habían visto apenas amaneció, pero aquello no contestaba la mayor duda de todas. ¿En dónde estoy?

—Le ruego que me perdone —dijo—. Entenderá que no me encuentro en mis cabales. Mis compañeros y yo hemos tenido un viaje difícil desde que salimos de la Capital, y profundas son las lagunas de mi cabeza. —Volvió a aclararse la garganta—. Dígame, ¿bajo qué dominios me encuentro?

El anciano tardó en contestar, como si quisiera encontrarle significado a sus palabras. Tomó otro sorbo.

—Y yo que tenía esperanza —se lamentó.

DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora