Capítulo 34: Mentira

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—Cualquiera se obsesiona conmigo en cuanto se cruza con mi presencia —respondió él.

—No sé si los actos que has cometido lo has hecho a propósito, pero allá dónde has ido, has dejado tu esencia —murmuró ella—. Mi padre no es idiota. En sus archivos, tu nombre figura por todos lados.

—El nombre de todos nosotros figura en los archivos de tu padre. ¿Crees que el tuyo no lo va a estar? Por supuesto que tu padre no es idiota. Si crees que he dado motivos para que sospeche de mí, tú has dado los tuyos.

Ella no quiso añadir nada más y prefiero guardar silencio. La tensión en ambos era palpable.

Maddie había insinuado que Caym estaba buscando que Morrison lo señalase de sospechoso, y eso a Victoria le llamó la atención. Si aquello era cierto, el demonio no solo tenía el propósito de buscar a Melissa, sino que ocultaba algo. Y, conociendo al varón, sus intenciones siempre eran una sorpresa.

—Mis acciones llevan tu nombre —se dirigió a Victoria—. Nada más que tu nombre.

Victoria quedó mirándolo.

Maddie prefirió marcharse a casa, no estaba de ánimo para hablar con nadie después de lo ocurrido. Ni incluso le apetecía ver a Elliot, se sintió desilusionada que dudara de ella. Si no hubiera sido por la defensa de Lucas, todos seguirían mirándola mal.

Cuando la muchacha pasó por su lado, Elliot trató de detener su paso, pero ella le dijo:

—Ahora no. Me voy a casa.

—Maddie...

La joven le dedicó la mirada más fría que nunca pudo regalarle. Jamás había apreciado esos ojos en alguien como Maddie.

Ella siguió su camino sin mirar atrás.

Pero la cosa no terminó ahí. Si hubieran apreciado la actitud de Maddie Morrison al llegar a casa, ninguno de los presentes se esperaría que alguien como ella pudiera reaccionar así.

La hija del detective, cuando se presentó en su hogar, la situación vivida junto al despido de Babinie, fue el detonante para que su estrés y su furia comenzase a emerger de su interior. Un cúmulo de sentimientos se acumulaban en su pecho, sin saber muy bien cómo debería sentirse. Deseaba gritar, llorar, reírse de sí misma, de ser tan patética y desgraciada; de no haberle escupido en la cara a su jefe; y por no haberle defendido quien creía que era el amor de su vida. Estaba harta, agotada.

Subió las escaleras a su habitación y cerró la puerta con un gran portazo. Miró a su mesa de estudio y se percató del cúter que guardaba para las manualidades o trabajos que requerían de este. La vocecilla en su interior le decía que lo hiciera, que se desahogase. Entonces lo agarró con fuerza, sostuvo estre sus manos unos de los tantos cojines de su cama y lo empezó a rajar, sacando la espuma del interior. Fueron muchos los cortes que le dedicó al cojín, como también fueron demasiados los pensamientos angustiados que imaginaba al hacerlo. Pero no solo destrozó aquello: en la mesita de noche tenía una fotografía de ella, junto a su madre y su padre, posando en los días en los que eran felices... o aparentaban serlo. Con el cúter separó a Aaliyah, la madre, dejando solamente a ella y su padre.

Entonces, después de desahogarse, se tiró al suelo de su habitación, se abrazó las piernas y hundió su rostro entre las rodillas.

El hecho de nunca haber tenido amigos verdaderos, de sentirse excluida toda su vida, y de los amores tóxicos que le habían dejado huella, fue el principal problema para que Maddie aceptara involucrarse en el mundo de Elliot, porque creía que, haciéndolo, alguien la miraría.

Hasta que el infierno nos destruya © #2Where stories live. Discover now