Capítulo 7: Descompostura.

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Allan no volvió ese día sino hasta la media noche con la excusa de que tenía mucho trabajo. Al día siguiente lo hicimos de nuevo, pero tampoco llegó, lo mismo pasó el tercer día, ya comenzaba a sentirme usada y engañada. Dejé de esperarlo despierta, me acostaba más temprano y me levantaba más tarde, escucharlo llegar ya no me causaba alegría, en su lugar me revolvía el estómago. Por suerte, mi menstruación se adelantó un par de días para salvarme. Estaba huyendo de alguien con quien vivía en la misma casa. Eventualmente, la tristeza volvió, mi apetito se redujo otra vez y era notorio que mi deterioro continuaba. Pongo casi tenía que arrastrarme fuera de la cama para que lo llevara al parque a hacer sus necesidades y drenar energía, lo hacía esperando ver a Nathan ahí al menos, me hacía falta hablar con alguien que pudiera hablar español y no solo ladrarme de regreso.

Después de besarlo no intenté buscarlo, sentía que había cometido un grave error y lo comprobaba al ver que él tampoco me escribía. Tal vez porque me estaba evitando o porque no tenía novedades sobre la investigación, o ambas. Él y yo estábamos desarrollando una buena amistad hasta que yo decidí que sería buena idea robarle un beso; solo espero que pueda olvidarlo y seguir adelante, ¿por qué lo hice?.

Mi celular comienza a sonar y leo el nombre de Allan en la pantalla. Lo pienso varios segundos porque de verdad no tengo ganas de contestar.

Amor, hola– saluda.

–Hola cielo, ¿qué pasa?

¿Ya comiste?

–No, aún no, ¿por qué?

Tampoco planeo hacerlo.

Ahora voy saliendo a tu restaurante favorito, ¿quieres que nos encontremos ahí?– propone.

–¿Estás seguro?– inquiero, esperando que me diga que es una mala idea.

Sí, por supuesto. Ponte algo lindo.

–Bien, nos vemos ahí– accedo resignada.

Ponerme algo lindo se traducía en algo que pasara desapercibido ante los ojos de los otros hombres, lo cual es muy difícil gracias al color y volumen de mi cabello. Pero hago lo mejor que puedo. Escojo un suéter de rayas blancas y negras con una falda negra estilo campana y botas del mismo color no muy altas, una cartera con mi celular, identificaciones y tarjetas, también tengo que maquillarme para cubrir las bolsas debajo de mis ojos. Mi restaurante favorito no es un lugar muy accesible para mascotas, está en la cima de una torre, pero abajo hay una guardería para perros donde Pongo puede quedarse.
Para llegar tengo dos rutas, puedo caminar veinte minutos o tomar el metro y llegar en veinticinco minutos, escojo la segunda porque sinceramente no tengo ganas de caminar hoy.
La estación sale a una cuadra antes de la torre, tengo que dejar a Pongo en la guardería y comprar un ticket para subir al restaurante, decido mandarle un mensaje a Allan para avisarle que estoy cerca. Salgo del ascensor y unos pocos pasos después estoy frente a la puerta de cristal, desde donde tengo una perfecta vista de la mesa que ocupa mi esposo, el portero abre la puerta para mi y me detengo en seco. Junto a mi esposo hay una muchacha rubia, la misma de la foto en restaurante con Jake que me mostró Nathan hace semanas; la mujer en cuestión viste un vestido blanco, corto que resalta su figura, rodea los hombros de él, se ríen y Allan parece decirle que debe irse, entonces ella le da un beso en los labios antes de sentarse en otra mesa.

–¿Se siente bien, señorita?– me pregunta el hombre que sostiene la puerta para mi, niego con la cabeza.

–Creo que me equivoqué de lugar– murmuro y regreso al ascensor, lejos de la vista de ellos.

Tengo que salir de aquí. Me tardo un poco en bajar por la cantidad de turistas que frecuentan la CN Tower en verano, tengo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no quebrarme frente al montón de extraños. Busco a Pongo al llegar abajo. Saco mi celular y pido un Uber desde la aplicación.
Un Corolla blanco de estaciona frente a mi unos cinco minutos más tarde, me subo a la parte de atrás con el dálmata.

–¿Estás bien, amiga?– pregunta la conductora, tantea el puesto de copiloto y me pasa una caja de pañuelos.

–Gracias– murmullo, secando mis mejillas con un pañuelo.

–¿Quieres hablar de lo qué pasó?

–Acabo de ver a mi esposo... besándose con otra chica– respondo a su pregunta entre sollozos.

–Siempre hombres, por eso yo prefiero las vaginas– confiesa encogiéndose de hombros, mis ojos se abren más de lo normal y me mira con el retrovisor con una sonrisa. WOW–. Lo siento, eso no fue para nada sutil.

La muchacha suelta una carcajada y me contagia su risa, por un momento puedo olvidar mis problemas. Que linda. Estaciona frente al complejo de apartamentos y se gira hacia mi.

–No dejes que el hijo de...– la miro con horror y se calla– el hijo de su mamá, te arruine la vida. Y si necesitas compañía, me llamo Alyson– me extiende su mano y la estrecho–, ya tienes mi número.

–Gracias, pero no creo estar lista para eso.

–Siempre hay una primera vez– expresa con diversión, me guiña un ojo.

Me despido y bajo del auto.

Observo los edificios intentando recordar el piso y el departamento en el que vivía.
Pongo parece tener una idea y me lleva hasta el primer piso, entonces recuerdo el timbre en la pared con una mancha negra y camino hacia el apartamento al final del pasillo. Presiono el botón y el can ladra un par de veces, poco después la puerta se abre.

–Jade, justo iba a llamarte– expresa confundido–. Encontraron una nueva pista y...

No lo dejo terminar y me lanzo a sus brazos, las lágrimas comienzan a caer sin control. En un principio lo siento tenso, pero luego se relaja correspondiendo a mi abrazo y puedo escuchar los latidos de su corazón dentro de su caja torácica; esta vez son un poco más rápidos.

–Creo que voy a vomitar– susurro, alejándome un poco.

Mi estómago se siente revuelto al recordar las imágenes del restaurante, mis piernas flanquean y Nathan pasa uno de sus brazos por mis piernas cargándome. Me traslada al interior y me recuesta en el sofá de su sala, se va por unos segundos y regresa con un balde. Mi piel se eriza por las arcadas y el vomito no tarda en salir de mi boca. Mi estómago se contrae al menos cuatro veces hasta despedir toda la comida que había ingerido en el día, lo que sería un par de waffles y varios vasos de agua, y tal vez un poco de la comida del día anterior. Nathan se queda arrodillado sosteniendo el balde con una mano para mi y con la otra mantiene mi cabello lejos del emesis.
Tardo un rato en sentir un poco de alivio, el rubio me ofrece un cepillo de dientes y crema dental para poder asear mi boca y deshacerme del mal aliento, mientras él se cambiaba su camisa salpicada por un poco de la regurgitación.

–Gracias por ayudarme– le digo asomándome en el baño de visitas, él está lavando el balde en la ducha–. Sé que el olor de los jugos gástricos con comida no es muy agradable.

Lo hablo en serio cuando digo que admiro su fuerza de voluntad para quedarse ahí y no devolver su última comida al exterior.

–No podía dejarte así– dice y se encoge de hombros–, además, nací con sentido del olfato limitado.

–¿Siempre eres tan hospitalario con todas tus clientas?– pregunto, me abrazo a mis misma y se vuelve hacia mi.

–Honestamente, no muchas mujeres nos contratan– dice pensativo–. Pero ninguna ha venido con semejante lío, son independientes. Tú pareces necesitar más ayuda, eres joven, a este punto cualquier otra ya se hubieran enfrentado a su marido y lo hubieran echado de la casa.

–Huh, yo no sería capaz de hacer eso– admito cabizbaja, suspiro.

Infiel.Where stories live. Discover now