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       Cuando el colmillo blanco de Konoha había tomado la decisión de acabar con su vida, hubo en algo en lo que no pensó. Sus hijos, que quedarían huérfanos. Uno herido por su fuerte vínculo, y la otra inconsciente de lo sucedido, al ni siquiera haber nacido aún. Sin embargo; no es como que el traidor como muchos le llamaban estuviera enterado, después de todo, la mujer con la que había pasado una noche en busca de paz y placer no acudió a tiempo para darle la noticia que seguro hubiese detenido su trágico como injusto final.

      En cambio el ahora mayor, quiso huir de aquello que lo ataba a su pasado, y por desgracia su pequeña hermana se encontraba en la lista. Si verse en un espejo era doloroso ante el parentesco con su padre, ver a su hermanita era un continuo dolor al ser parecida a su padre y la amante, que le desagradaba en lo personal.

      Y fue así de simple, como esa decisión fue la que condenó el futuro y vida de aquella que lloraba de hambre ante la nula atención de su único familiar, que a pasos suyos lloraba en silencio mientras tapaba sus oídos. 

      Su madre había fallecido por una infección no controlada a los días de haber dado a luz.

      Pasaron los años, y con ello Zurik se convirtió lo que para muchos era una ternura andante. Una pequeña de tres años que caminaba por la aldea, tomada de la mano de aquella que había prestado sus cuidados a la menor que los necesitaba con desesperación y anhelo.

      —¿Estás bien, Zurik?— preguntó la mujer, una ya de edad de nombre Mika. La menor asintió con su cabecita a la preocupación de la dulce anciana, que segundos después se agacho a su altura con dificultad para acariciar su cabello platinado con muy tenues tonos negros en la punta y raíz.

      La menor paró sus cortos pasos con sus regordetas y cortas piernas, al ver a cierta persona a la cual le guardaba arto amor y afecto, a pesar del poco tiempo compartido. Su mundo era muy reducido, y Kakashi se incluía en él.

      —¡Kashi!— gritó feliz, para acto seguido soltarse de manera lenta de la mujer y correr como sus piernas le permitieron al mayor que contaba con sus nueve años, al ser seis mayor que la pequeña Hatake.

      Sus manos de reducido tamaño se encontraban estiradas para atrapar la figura en un efímero abrazo, su plateado cabello que llegaba hasta por debajo de sus hombros peleaba entre los movimientos causados por su corrida. Sus ojos negros con toques chocolate ante los reflejos que cualquier luz brillaron y sus pupilas se dilataron cuando alcanzó abrazar la pierna del mayor.

      —¡Cielos!¿Quién es ella Kakashi?— preguntó Rin Nohara, asomándose para ver a la menor que le sonrió de inmediato, sin dejar de restregar su regordeta mejilla con la anatomía de su hermano.

      —Es mi hermana, ya les había hablado un poco de ella.

      —Es muy linda, no como tú que estás muy feo— habló Obito Uchiha, que pellizco con cariño un moflete de la menor que sonrió ante el tacto cariñoso. Pues no estaba acostumbrada a este, sin embargo siempre lo aceptaba agradecida.

      Kakashi suspiró, asintió y tomó la mano de la menor, a la cual miro a los ojos. Una sonrisa fue lo que recibió, una inocente y con falta de malicia, una de aquellas que enamorarían a cualquiera de esta. 

      Cualquiera atesoraría esa sonrisa, cuidándola de todo mal, del mundo y su crueldad. Pero, estamos hablando de un caso, que el hermano mayor no supo en su momento manejar.

      No estaba listo, pero cuándo lo estaría era la pregunta. El tiempo pasa, sin clemencia a si quiera un alma. Las oportunidades se acaban.

Dirty pawsWhere stories live. Discover now