Capítulo 9.

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Observó al omega por unos cuantos segundos, se acomodó en su silla y bufó, tal vez era una opción, pero quizás no era su opción. No cuando sabía los riesgos.

— Sabes bien que ningún lobo nace enfermo, mucho menos como Yuuki lo está, siendo un lobo podría arreglarse, no he conocido ningún caso, pero... podría funcionar.

Miró a un punto fijo en su escritorio por Dios sabe cuánto tiempo, podía escuchar de fondo la respiración del médico mezclada con el tictac del reloj y los sonidos de afuera, nada más que eso. Había esperado muchos años para encontrar a su pareja y no iba a perderla, aunque le había prometido encontrar alguna solución no sabía ya si podría cumplir con su promesa. No quería arriesgarse de esa forma, pero tampoco quería negarle esa oportunidad al chico. Estaba entre la espada y la pared.

— Piénsalo Jay, tienes ese poder y quizás pueda funcionar. Creo que tu pareja es fuerte, puede pasar por el cambio y tener una vida nueva, aunque, si me pides mi opinión, te diría que lo hables con él. Eres su pareja más no él y sólo él tiene que tomar decisiones sobre su cuerpo, recuerda nuestros principios Jay, tú tienes elección, tú te perteneces, tú eres tú.

•••


Había pasado toda la tarde caminando alrededor de la habitación, tratando de memorizar todo a su alrededor; había caminado una y otra vez desde su cama hasta el baño contando los pasos, uno, dos, tres, diez pasos hasta el baño y cinco a la regadera, había tocado cada adorno y cada mueble en la habitación. Incluso la ropa que se encontraba en el clóset y que Jay había dicho que era toda suya; se sentía extraño, nunca le había pertenecido nada, ni si quiera él.

También había sido revisado por el médico, ya no sentía miedo de la cercanía de este, se sentía muchísimo más cómodo que la primera vez, o la segunda o tercera, incluso ya no sentía pena de que lo revisara. Se sentía de esa forma con todos los hombres en la casa, comenzaba a abrirse más a la gente, hablaba con más personas que solo con Bobby, incluso se había acercado por su propio pie a hablar con Bruno.

Todo estaba cambiando en él, aunque fuera lento, aunque fuera poco.

Días antes, cuando Jay había tenido que quedarse más tiempo en su trabajo, Luna y Aaron, quienes ahora lo frecuentaban casi a diario, le habían puesto música y habían cantado para él, fue uno de los momentos más divertidos que había tenido en años, quizás desde que había nacido. La convivencia le hacía olvidar, le hacía no tener más pesadillas y eso era demasiado bueno.

Varios minutos después de permanecer pensativo en uno de los sillones de la habitación, había escuchado la puerta crujir al ser abierta, de una u otra forma sabía quién era; aún no sabía cómo sabía, pero lo hacía, quizás era el olor peculiar o que cada vez que lo tenía cerca se sentía en paz.

— Llegaste —murmuró.

— Llegué cariño.

Sintió el sillón hundirse cuando Jay se sentó a su lado.

— ¿Fue un día bueno?

— Un poco pesado, pero es bueno, desde que estás aquí todos los días son buenos.

Sonrió, la forma en la que Jay lo trataba era única, aún no comprendía porqué lo llamaba "cariño" pero le gustaba y no iba a decirle que no lo hiciera más. Su cuerpo tembló cuando Jay se abrazó a él con fuerza, no perdió tiempo en atraerlo más contra sí; todo en el mundo era correcto cuando el hombre lo sostenía.

— ¿Crees que...? —se detuvo, inseguro de sí él podía pedir algo.

— Dime lo que quieres cariño.

— ¿Crees que podamos ir al lago?

Escuchó el ruido del sillón cuando Jay se puso de pie, por un segundo creyó que el hombre se iba a ir, pero no lo hizo, en cambio, lo sostuvo entre sus brazos y así, cargándolo contra su pecho, se dirigió hacia las escaleras.

— Todo lo que desees cariño.

Se abrazó a su cuello, los pasos firmes bajaban cada escalón, salieron al patio y sintió el aire fresco de la tarde, también podía escuchar las pesadas botas contra el pavimento y luego contra la tierra. Cuando estuvieron cerca del largo Jay lo bajó, más nunca dejó de sostenerlo.

— ¿Quieres que te ayude?

Asintió y Jay comenzó a quitar sus zapatos, pero no hizo ningún movimiento para quitar su ropa y lo agradecía, él no se sentía seguro de su cuerpo, no sentía que debiera ser mostrado y amaba que el hombre respetara su decisión y no lo presionara con ello. Pocos minutos después ambos estaban caminando en la orilla del lago, no sabía cuán grande era, quizás si pudiera verlo, sabría que le daría miedo adentrarse en él... pero no con Jay. Se sostuvo de él cuando el agua llegaba a su cintura, podía sentir la piel desnuda de su abdomen y sintió un ligero cosquilleo en la parte baja de su vientre, lo ignoró y en su lugar buscó la mano ajena.

— Jacob y yo decidimos vivir aquí cuando vimos el lago —dijo Jay luego de un corto silencio—. Nos recordaba a casa y de alguna forma queríamos que Luna creciera también con un recuerdo así, que corriera y nadara en el lago, que jugara con los demás alrededor.

— Lo tendrán —dijo sin saber qué más decir.

— Espero que así sea, me alegra saber que tú también lo disfrutas.

— Me siento tranquilo aquí. El agua se siente tan bien en mi cuerpo.

Escuchó la suave risa ajena y suspiró. Aún no comprendía cómo de un momento a otro su vida había cambiado por completo, todas las noches iba a dormir con miedo de que al despertar todo aquello fuese un sueño; tenía pánico a volver a despertar en la sucia y húmeda calle, pero tenía más miedo aún de despertar lejos de Jay. Sin saber la razón, sabía que ya no concebía su vida lejos del hombre y eso le aterraba porque no sabía qué iba a ser de él en un futuro.

Las siguientes dos horas nadaron en silencio, sentía su cuerpo flotando en el agua mientras Jay lo sostenía contra el suyo. Todo se sentía tan tranquilo que ni si quiera sintió cuando se quedó dormido. Tampoco sintió cuando salieron del lago y estuvieron de regreso en la habitación. Despertó tiempo después, podía sentir el frío sobre su cuerpo desnudo.

— Está bien, debo quitarte la ropa mojada antes de que te enfermes.

Escuchaba las botas ir y venir hacia él, sabía que estaba desnudo y, a pesar de ello, no sintió pena o miedo, no porque era Jay y todo era correcto a su lado. Dejó que lo vistiera, que secara su cuerpo con una toalla suave, incluso que lo ayudara a acomodarse en la cama para poder dormir.

— Gracias... —susurró.

Jay acarició su mejilla con tanta delicadeza que se sintió en el cielo, su dedo pulgar acariciaba con lentitud, podía sentir la respiración golpeando contra sus labios y segundos después la suavidad de estos contra los suyos. No sabía qué hacer, pero tampoco se alejó porque se sentía bien, tan bien que él mismo se presionó contra los labios ajenos. Sonrió cuando Jay lo hizo, antes de acomodar las cobijas encima suyo, Jay dejó un beso en su mejilla.

No sabía qué era aquello, pero sabía que después de eso iba a dormir como un ángel.

Con los ojos del alma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora