8- Pedí pastel y me sirvieron veneno -Showa-

1.1K 79 8
                                    

Siempre me pasa.

De la nada, me entran ganas de llorar, me ataca una tristeza que ni parece ser mía, pero allí está, riendo y agitando la mano en el aire.

“¡Hey! Aquí estoy.” Me habla en sueños con una voz suave y dulce, casi seductora.

Yo la observo con curiosa ansiedad, y, cuando levanta la barbilla, veo que no tiene rostro. 

No sé quien es, ni a qué vino, o el por qué me saluda mostrando esos dientes tan blancos como la leche en un rostro gris y vacío.

Pero nunca puedo resistirme a devolverle el saludo.

“Ya lo sé” Le contesto. “Siempre te estoy esperando.”

La lluvia cae a su alrededor y ella solo sonríe, sosteniendo en alto su paraguas y llamándome a gestos.

“Hey.” Me dice sin mover los labios. “Admite que me necesitas.”

Y, de todas las veces que me he encontrado con ella, que cabe decir son demasiadas, nunca puedo negarlo.

La mayoría de la gente compara a la tristeza con la lluvia. Pero cuando me visita, yo solo soy capaz de ver a una hermosa dama que ofrece un paraguas en medio del diluvio.

Tentador.

Por instinto, nos acercamos a acurrucarnos junto a ella, a pegarnos a su gélida piel esperando en vano que nos de calor. Al llorar bajo el paraguas nos damos cuenta que lo que corre por nuestras mejillas son lágrimas, y olvidamos el engaño de que son simples gotas de lluvia.

Junto a ella nos conocemos, y nos sentimos especiales. Creemos que nuestro dolor es único, y nos aferramos a él como un bote salvavidas.

Patético.

Patético, patético.

Y a la vez, tan reconfortante y humano.

Con el tiempo, estar triste se va volviendo una droga. Una droga con la que ya no puedes dejar de vivir. Tu vida llega a girar en torno a ello, y cuando te das cuenta de que no has obtenido tu dosis, te entra el pánico porque piensas que algo anda mal, y de inmediato buscas como obtenerla. Es inconsciente.

-Haré mi propia fundación. – Le dije un día a Honda con aspecto pensativo mientras él me ayudaba a hacer papeleo.

-¿Fundación? – Él sonrió burlón con una de sus finas cejas arqueada con curiosidad. - ¿De qué?, ¿De ninfómanos gay adictos al trabajo? Ah, y no olvidemos el anonimato. Si no tiene la palabra “anónimos” al final, no puede ser una fundación aceptable.

Yo reí mientras guardaba un folder con todas las facturas de todo lo que había comprado Nowaki en esa semana. Estaba comportándose como un niño pequeño y caprichoso – bueno, más de lo normal, – como berrinche por lo de el otro día, para atiborrarme de trabajo.

-No, de adictos a la tristeza.

-Anónimos. – Agregó con solemnidad, mientras él archivaba lo que tenía que pagarse de mantenimiento estético de mí querida estrella de cine con actitud de bebé de cinco años.

-Si, anónimos.

Los dos sonreímos mientras cerrábamos la última caja llena de documentos.

Honda se secó la frente con un trapo que antes habíamos usado para quitar el polvo, y yo reí al ver su rostro lleno de motitas grises.

Frunciendo el seño, se puso de pie a lavarse como es debido en el baño.

Yo me quedé sentado en donde estaba, y pude escuchar su voz amortiguada por el sonido del agua al correr por la llave abierta.

Don't fall for me                           (BoyxBoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora